CAPITULO 2

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Durante las noches mientras me miro en el espejo y observo mis ojos de apariencia triste, me voy planteado algunas, no, varias preguntas pero resulta que no logro obtener una respuesta clara o mas bien coherente, quizá yo no soy común y la gente es la rara u ordinaria. Me catalogan de callada y no lo niego, soy callada, mansa y con algunos gustos un poco desorbitantes. Desde pequeña creé mi propio mundo, aún no siento y no me veo en la obligación de depender de alguna persona, las amistades no me importan, bueno no es que no me importe, simplemente no me llama la atención compartir mis palabras e ideologías con alguien que ni siquiera se va a esforzar por entenderlas.  

Las tardes se terminan de la manera mas brillante, camino con pulcro por el pueblo, los banderines poco a poco pierden su color y cada vez van teniendo un aspecto sucio y triste, la hora marca las siete de la noche. Mi madre siempre espera verme en casa, luego toma una botella y empieza a beber de una forma poco moderada.

Una gota cae sobre mi ojo, pestañeo dejando de mirar al cielo, admito que en repetidas ocasiones soy un poco torpe, pero esta vez beso el suelo y no es producto de mi torpeza, no me he fijado en la cuerda a lo largo de la calle. Creo que si es torpeza, mis rodillas laten con frecuencia, respiro hondo mientras trato de recomponerme de aquel hincón intrusivo, mis ojos quieren lagrimear...pero veo cuando cae una flor cerca de mis manos apoyadas al suelo.

―¡Que torpe eres! ―unas manos masculinas me ayudan a levantarme―. Una caída así podría llevarte al hospital.

No quiero decir que la voz de este hombre es apasionada, al contrario aunque me haya llamado torpe, no se escuchó grotesco su comentario. De inmediato mis rodillas nuevamente se flexionan y caigo sobre la flor blanca que había llamado mi atención segundos antes.

―Oh, no, tardé cincuenta minutos en conseguir la

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―Oh, no, tardé cincuenta minutos en conseguir la... ―se lamenta agachándose a recoger la flor, al agarrarla desprende un pétalo, su semblante cambia y pronuncia pausadamente―: Sangras.

Bajo la mirada, efectivo, veo caer una gota de sangre, el flujo no parece detenerse.

―¿Hemorragia nasal? ―se pregunta así mismo, me levanto tambaleante, tomo el pañuelo que me brinda y alzo la cabeza sin entender porque acabo de sangrar.

Permanezco sentada alrededor de cinco minutos con el hombre que esta pensativo y mirando donde estaba la flor.

―¿Como te llamas? ¿Ya estas mejor? ―bufa―. La gladiolo no es muy fácil de encontrar pero... ¿Chica que te ha ocurrido?

Niego con la cabeza.

―¿Cual es tu nombre? ―insiste observando el oscurecer, su aspecto parece cansado―. ¡Tremendo susto me acabas de dar!

Pasan tres minutos mas, parece extraño pero no me siento incomoda, debería correr y huir de un desconocido, al contrario siento curiosidad y me interesa saber porque mira al cielo pestañeando varias veces.

Cierra Tus Ojos© Donde viven las historias. Descúbrelo ahora