So long.

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[HELENA]

Mi hombro derecho se estaba mojando, mientras que el izquierdo sostenía el peso del objeto.

Las despedidas son tristes, siempre lo son, ya sea una despedida rápida, como cuando vas a la escuela, otras más largas, como en un viaje, pero hay otras que son increíblemente más dolorosas, definitivas y desoladoras.

Darle el último adiós a un ser querido se siente terrible, horriblemente asfixiante. Tanto un familiar cercano o un amigo, ambos casos te pueden dejar con un nudo en la garganta. Pensar que nunca más volverás a ver a esa persona, sentir su calor, oír su voz...

O saborear sus besos, como es mi caso.

Con tan sólo 24 años, Gerard Way dejó ir su último aliento. Con tan sólo 24 años, Gerard Way dejó a Frank Iero solo contra el mundo.

Me dejó solo.

El peso sobre mi hombro se siente cada instante más abrumador, es como si estuviese luchando contra mi, tratando de hacerme más daño.

Levanto la mirada luego de un rato de pensamientos dolorosos, y visualizo la salida de la iglesia. Oigo los sollozos de Donna trás de mi, oigo los sonidos que hace Mikey al otro lado del féretro. Su pesada respiración.

Y siento el nudo apretarme aún más. No puedo llorar, no podría aunque quisiera. Siento los ojos secos, tanto como está mi corazón en este momento.

Una vez llegamos abajo, metemos la pesada caja de madera dentro de la carroza, seguidamente se fue Mikey, hacia donde Donna. Sería a mi a quién le tocara cerrar la puerta.

Una acción tan sencilla viéndola de fuera, pero, para mi, significaba muchísimo.
Significaba cerrar una etapa, dejarlo ir... empezar la segunda etapa del duelo, la superación.

La que sabía que jamás lograría.

Oh, mi Gerard. Mi débil Gerard.

Él era mayor que yo por 4 años, aún así, yo era quién lo protegía, yo era quién lo defendía a capa y espada-en mi caso, a puños-, yo era quién daría la vida por él.
Él era alguien frágil, al más mínimo toque podrías romperlo, su piel era la porcelana más fina, sus ojos unas olivas brillosas, deseosas de resplandecer. Él era alguien hermoso, las palabras jamás me alcanzaron para describirle lo mucho que significa-porque aún lo hace- para mi, lo mucho que lo amaba, lo mucho que lo amo... lo mucho que lo amaré.

Aunque no debía hacerlo, metí mi torso con esfuerzos en la parte trasera de la carroza, me acerqué a donde se suponía que debía estar su rostro y lo abrí.

Y mi corazón se estrujo, y mis esperanzas cayeron, y tu apareciste frente a mis ojos.

Tus labios estaban sellados, como cuando dormías, tus ojos igualmente cerrados, como cuando dormías, tu rostro aparentemente relajado, exacta y dolorosamente como cuando dormías.

La única y fatal diferencia es que tu pecho no se movía suavemente al compás de tu calmada respiración. Ya no, ya nunca más.

Tu rostro estaba pálido, más de lo que ya era normalmente, y tenía apariencia de estar frío.

Jodidamente frío, jodidamente muerto.

Oh Gerard, ¿cuántas veces te dije que te iba a proteger? ¿cuántas veces tuve que haberlo repetido para que me creyeras? ¿cuántas personas tuve que haber destrozado para que fueras feliz?

Supongo que jamás fue suficiente, ya que mis esfuerzos por hacerte sentir feliz no fueron fructíferos.

Me doy cuenta cuando bajo la mirada y te veo, donde y cómo siempre quisiste estar.

Recostado, frío y con una estela de recuerdos punzantes tras de ti.

Siempre te gustó lastimar a las personas... Siempre te ayudé a hacerlo...

Creo que no me esperaba que también pudieras lastimarme a mi.

Tengo la necesidad de ver tus ojos, aunque sea una última vez. A pesar de que sé que al abrir tu lecho, e intentar hacerlo, lo único que me recibirá serán unos ojos vacíos, viéndome sin hacerlo realmente, probablemente desviados, y sé que será dañino -aún más- hacerlo, sé que no obtendré de nada de esto.

Pero lo hago, y me arrepiento al momento.

Porque no son tus ojos, ya no lo son, ahora son los ojos vacíos de un muerto, no hay nada ahí, no hay amor, no hay cariño, no hay odio.

Es la nada. Y es desgarradora.

Y por primera vez en dos días, en los que he estado adormecido por el dolor, la realidad me golpea brutalmente.

Siento que caigo de la nube de aparente tranquilidad en la que estoy, para irme de bruces contra el cemento, cayendo fuertemente, dandome de cara en el momento en el que me encuentro.

Y mis ojos, los que suponía estaban secos, empezaron a lagrimear.

Y el aútentico dolor comenzó, ahogándome, asfixiandome.

Levanto el rostro para evitar que las gotas caigan sobre tu rostro, pero es inútil, porque corren con rapidez por mis mejillas, recorren mi cuello y caen sobre tus párpados, irregularmente.

Y sé que me tengo que levantar porque estoy retrasando lo inevitable, sé que lo estoy volviendo aún más difícil para tu madre y para Mikey, pero, Gerard, entiendeme.

Entiende que no quiero dejarte ir. Eres lo único que tengo, mi única familia, el único amor que conocí nunca en mi vida. Tú lo eres todo para mi.

Y te amo tanto... te amo como no te das una idea, nunca supe expresartelo correctamente, pero el amor que te tengo me llena completamente, superando con creces al odio que he almacenado durante toda mi vida hacia todos, por motivos que tu bien conoces.

-Frank.- Escuché mi nombre, era Mikey. Respondí con un sonido ahogado.
-Ya es hora, Frankie, por favor no- no lo hagas... más difícil.- Lo último lo dijo en un susurro, como si en cualquier momento se fuera a echar a llorar. Pero él no entiende, puede que fueran hermanos, pero él no lo amaba de la manera en que yo lo hacía, y se me hace aún más complicado que a él el decir adiós.
-Lo sé... solo, déjame un minuto, prometo que no será más que eso.
-Bien.- Tras darme una palmada suave en el hombro, se fue.

Cerré la parte del ataúd que abrí en un inicio para poderte ver, con todo el dolor y la pesadez que podría sentir alguien. Te vi, una última vez, y cerré tus ojos suavemente, de nuevo.
Dejé un casto beso sobre tu frente, y me estremecí al sentir la frialdad que emanaba tu piel.
Salí, y me puse al frente, en mi lugar incial, sentí las lágrimas bajar todavía, sin detenerse, y no pude contener un sollozo ahogado, que dio paso a muchos más, haciendome caer de rodillas al suelo, frente a la carroza fúnebre. Lloré sin consuelo por al menos dos minutos, sin poderme detener.

Y pensé en nuestro último beso real, el que me correspondiste con tanto amor. Fue la primera vez que me dijiste "te amo" y agradezco que lo hicieras, realmente lo hago, Gee, ya que no hubiera soportado el perderte sin saber si me amabas o no.

Y sonreí, débilmente pero lo hice, tomé fuerzas y me levanté.
Tomé la puerta con fuerza, apretando hasta dejar mis huellas en ella, y lo cerré. Apoyé mi frente en el pequeño vidrio que dejaba entrever el ataúd, y puse mi mano como si así pudiera tocarte.

-Te amo, Gerard Way, recuerda que esto es solo un hasta luego.

Cerré los ojos, suspiré con fuerza, y finalmente di la espalda al carro fúnebre, dirigiéndome hacia Donna, con tu imagen aún en mis párpados al cerrar los ojos. 

Three Cheers For Sweet Revenge || FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora