VEHÍCULO, GOZAR, HONRADO

12 3 2
                                    


La lluvia caía sobre el vehículo aparcado junto a la acera, en una calle poco transitada, donde sólo una luz roja intermitente iluminada la plateada carrocería del coche de tintados cristales.

El local estaba vacío ya, sólo el camarero de la barra, joven y desgarbado, acababa de secar una copa mientras sus ojos comenzaban a adormecerse y su mirada se volvía nublada por el cansancio.

El reloj marcaba las tres.

Gozar de la tranquilidad en un sitio como aquel no era fácil, y la duermevela del muchacho se vio interrumpida por unos pasos que cruzaban la puerta, y a juzgar por el sonido de las suelas contra el parqué, sería un buen cliente.

Edgar se había acostumbrado ya a estas cosas, llevaba poco tiempo trabajando en el local "Paraíso", pero había aprendido rápido y poseía un innato sentido para oler el dinero.

Por ello, levantó la mirada y su sonrisa cálida de bienvenida se mostró truncada al observar las ropas del recién llegado; nada de Armani o Victorio & Lucchino, sino prendas de clase media-baja, y un rostro perdido tras unas grandes gafas bajo un pelo rizado mojado y rebelde.

-Estamos cerrando- dijo Edgar, claramente disgustado.

-Lo sé, pero quizá podría esperar aquí hasta que la lluvia arreciara. Llevo un buen rato en el portal, pero sopla un viento helado. ¿Le importaría? Sólo mientras usted termina de recoger.

El camarero no se esperaba aquella reacción, le había parecido un hombre débil de mente y escuálido de firmeza, esos siempre huían al oír la rota voz de Edgar y ver el antro donde se encontraba. Decidió que estaba demasiado cansado para discutir, así que le permitió quedarse. De todos modos, no parecía muy listo y podría sacarle algo jugando a las cartas mientras llegaba la hora de cerrar.

Así, le exigió al menos una consumición y más tarde le propuso la partida de cartas. El extraño aceptó y pasaron el tiempo, mientras que Edgar se daba cuenta de que debería andar con más cuidado, ya que el joven era un buen adversario y le llevaba ventaja en las apuestas.

Pasos sonaron en las estancias de arriba, una puerta que se cerraba de golpe y varias risas.

-¿Tiene usted mucho movimiento hoy, no?- preguntó el desconocido mientras miraba con detenimiento sus cartas.

Edgar se sintió incómodo ante esa pregunta, y maldijo en voz baja a los inquilinos y sus ruidos.

-Eh... Sí, hoy no ha estado mal. Hemos hecho una buena caja.

El hombre lo miró por encima de sus gafas.

-¿Son muy valiosas para usted, verdad?

-El mundo es mercado, chico. Ellas tiene qué ofrecer, yo les doy sitio para hacerlo.

-Parece usted honrado, ¿no sabe que es ilegal?- dijo el chico, calmado.

-En otras circunstancias le diría que no sabe de lo que habla, pero me doy cuenta de la situación...- Edgar sacó rápidamente un cuchillo de plata de debajo de la barra, clavándolo en la última carta depositada por el extraño sobre la madera.- ¿Está seguro de querer continuar con esto?

-Tranquilícese amigo, sólo vengo a comprobar que están bien, nosotros nos preocupamos por ellas tanto como usted...- Una sonrisa ladeada apareció en la comisura de la boca del hombre, pero en sus ojos se reflejó el miedo ante el arma y se reclinó hacia atrás un poco.

-Sí, ya vi cómo su anterior compañero se preocupó por ellas, aún recuerdo las lágrimas de la chica...- murmuró Edgar.

-Aquello fue un accidente, querido Edgar, y se solucionará. El dinero lo arregla todo, y nosotros daremos el necesario para seguir con ellas.

Edgar ya no quería continuar hablando más del tema, había calado a ese hombre desde varios minutos, y su presencia en el local le producía una gran repulsión, casi tanto como la que el desconocido sentía por el cuchillo de plata.

-Acabemos con esto- susurró el camarero.

Ambos subieron por las escaleras situadas en un extremo de la estancia, para llegar a un pasillo con numerosas puertas cerradas bajo el aviso de: "No Molestar" colgado en el pomo de las mismas.

Edgar recorrió todo el pasillo, hasta llegar a la estancia final, un enorme salón con varios cojines y alfombras, además de una hermosa chimenea, iluminado por una lámpara de tela roja con una luz muy tenue, dando intimidad a la sala.

Edgar dio dos palmadas y las puertas comenzaron a abrirse, tras las cuales surgieron mujeres y niñas de todas las razas del mundo, eran veinte al menos, y todas poseían la belleza exótica que sólo una criatura sobrenatural podría poseer.

Edgar miró al extraño, que se había quedado asombrado: "Principiante novato de mierda. No las mires como si fueran carne recién salida del matador, estas mujeres valen más que tú y toda tu estúpida institución".

-Chicas, perdonad la interrupción- les dijo Edgar mientras se iban aposentando en los sillones.- Este es Álex, el nuevo Inspector.

-Bienvenido, Álex- le dijo la más adulta, una bella mujer de unos treinta años.- Bienvenido a nuestro santuario.

-Es un placer, Maestra Hechicera. Nunca pensé que el escondite de Edgar estaría tan bien diseñado.

-Es un hombre inteligente, Inspector Álex.- Sayona, que así se llamaba la hechicera, miró al camarero y le sonrió cálidamente.

Edgar carraspeó, muchas veces se sentía intimidado por los ojos profundos de las hechiceras y aprendices que debía custodiar en aquella escuela oculta a ojos humanos. Poseían el mundo entero en ellos, era admirable.

-No les molestaré demasiado Maestra, sólo quiero comprobar que todo está en orden.

Una pequeña niña de trenzas rojizas tiró a Sayona de la ropa y le dijo al oído algo que Edgar y Álex no escucharon.

Sayona rió y dijo:

-Mia quiere recordar al Inspector que su peluche continúa roto por culpa del antiguo Inspector, ¿podría hacer algo, señor Álex?

El Inspector miró con cariño a Mia y sacó de su chaqueta un osito rosa claro con una pequeña puntada en la oreja derecha.

-Mis disculpas de parte de mi compañero Ted, pequeña aprendiz.

Los ojos de la niña se iluminaron como dos ascuas candentes y abrazó con fuerza el osito mientras sonreía al Inspector.

-No todo se arregla con dinero, Álex- murmuró Edgar.- No siempre es necesario.

El hombre de las gafas sonrió y retiró un trozo de hilo que aún quedaba en la manga de su chaqueta.

-Bueno, ¡vamos a ello!- exclamó dando una palmada.

Finalmente, tras horas de comprobaciones de pócimas, instrumentos, higiene, cuidado, derechos y libertad de las hechiceras y sus estancias, que ocupaban un mayor espacio de lo que realmente parecía desde el exterior del pasillo, Álex felicitó a las maestras por su labor y a Edgar por su dedicación y esfuerzo al cuidar de una de las últimas escuelas de Hechicería del mundo.

Una vez fuera, frente al local de luces rojas, del que ningún humano tenía constancia en aquel barrio, la luna llena apareció tras las estrellas cuando el vehículo plateado como el cuchillo del hombre honrado quedaba abandonado mientras su dueño no hacía otra cosa que gozar del viento en su pelaje rizado rebelde. Un aullido resonó en la oscuridad.

Porque las apariencias engañan.


TRES PALABRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora