SECAR, LUCIFER, CENTRAR

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El castillo se confundía en la niebla matutina y el coche de caballos traqueteaba por el camino. En él viajaba doña Esmeralda de Gante, aristócrata de la más respetada clase social que ocupaba un lugar de prestigio en la Corte Real. Era viuda desde hacía dos años, así lo mostraba su hábito azabache y la extrema seriedad de su rostro, que a pesar del dolor de perder a su amado esposo, mostraba una gran belleza pálida de ojos azules a los que dolía mirar, ya que la claridad que mostraban los convertía en dagas afiladas. Además, a pesar de su juventud que apenas sobrepasaba los veinte años, nada escapaba a su mirada y poseía la ardua certeza de que era mejor no confiar en nadie. Las personas escondían oscuras intenciones, incluyendo amigos y familia.

-¡Secar todo esto va a ser imposible, señora!- la dama entornó sus ojos hacia el hombre de pelo revuelto y ojos achispados que se sentaba frente a ella, su único acompañante en aquel viaje, su sirviente más leal, Eliseo. Contaba con unos treinta años y comenzó a trabajar a los diez junto a una pareja de campesinos, sus padres, para los progenitores de lady Esmeralda ella aún no había nacido. Desde que alcanzaron la adolescencia, Eliseo había mostrado un gran interés por Esmeralda, siempre la había tenido en muy alta estima y su belleza le cautivaba. Sin embargo, Esmeralda estaba enamorada de su difunto esposo, Rodrigo de Gante, un noble príncipe del país vecino a quien conoció en una fiesta en el palacio real. El caballero parecía sentirse cómodo con la presencia y conversación que Esmeralda le ofrecía, por lo que acabaron por casarse unos meses más tarde.

Sin embargo, su felicidad duró poco, ya que Rodrigo tuvo que marchar a combatir, y nunca más se volvió a saber de él. Esmeralda no supo cuántas primaveras habían pasado, pero finalmente se dio por muerto a Rodrigo, para mayor tristeza de la dama, quien se sumió en un profundo silencio al convertirse en viuda obligada a portar el luto durante años.

Finalmente, había decidido por ofrecer un falso amor a Eliseo desde su luto, convirtiéndolo en su aposentador debido al aprecio que le profesaba por los años vividos junto a él. Aunque Esmeralda guardaba silencio, Eliseo le entendía perfectamente y todas las necesidades de la dama eran conocidas por el hombre, que tan fervientemente las atendía. A cambio, Lady Esmeralda pasaba sus noches más frías con él, utilizando su cuerpo como manera de calmar la angustia que le llenaba el alma la ausencia de Rodrigo.

Eliseo continuó rezongando sobre la capa mojada de Esmeralda, debido a la lluvia que cayó sobre ellos la noche anterior y esa mañana al subirse al carromato que los llevaría hasta el castillo en la costa donde Esmeralda pasaría el año curándose de su enfermedad. Aquella que sumía su espíritu en una vorágine oscura y le provocaba ojeras en el rostro desde la muerte del caballero.

El aposentador no tenía una explicación clara de la actitud de su señora, quien por la mañana se encontraba triste y desolada y por la noche le recibía en su cama sin ropa. Él se afanaba en intentar arrancarle alguna sonrisa o alguna palabra, pero Esmeralda parecía perdida en un pensamiento constante de luto. Eliseo sabía que ella no disfrutaba con sus caricias, a pesar de sus suspiros, no la sentía verdaderamente entregada al amor. O al menos, no al que Eliseo podía ofrecerle, sólo al de quien ahora sólo era un fantasma.

"Hasta después de la muerte tiene que seguir incordiándome ese señoritingo, ojalá Lucifer encarcele su alma en lo más profundo del Averno" solía pensar Eliseo, al ver la mirada perdida de su señora, mirándole sin verle, como ahora.

-Digo, que va a ser muy complicado que la capa vuelva a su fulgor anterior. Nos hemos mojado mucho, señora- dijo Eliseo, al ver que Esmeralda no le había escuchado.

La dama parpadeó un par de veces, y encogió sus hombros suavemente, no importaba, tenía más capas, tenía más de todo, salvo lo que no podía comprar con dinero. El hombre dejó de refunfuñar al ver que a su señora no le afectaba demasiado la situación, y observó que tan sólo les separaban unos metros del impresionante edificio de muros almohadillados y una enorme puerta por donde entró el carromato, parándose en en el patio interior donde les aguardaban dos soldados.

TRES PALABRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora