El cielo despejado no era más que la maravillosa calma que precede a la tormenta. Esta vez, el refrán se convertía en algo sólido y creíble, bien lo sabía la doctora Anne Pinnock, meteoróloga desde hacía ya dos lustros y experta en los pronósticos más arriesgados que jamás se habían creado en la historia de la climatología.
Su coche aparcado en el arcén de una carretera campestre poco transitada era lo único que le protegía del frío rocío mañanero que ya comenzaba a caer con suavidad.
Desde la tormenta que había azotado el sur de California, su hogar, cuando ella tan sólo contaba con cinco años de edad; la pasión por la lluvia, truenos, sequías o nieves inclementes se había instaurado en su corazón. Tan impresionada había quedado.
En los últimos años, esa pasión había crecido con gran rapidez y una vez acabados sus estudios, decidió convertirse en una "cazatormentas". Personas que arriesgan su vida colocándose cerca de los huracanes o en el límite justo de una tormenta eléctrica para realizar los más atrevidos reportajes.
Anne no consideraba la posibilidad de salir mal parada en una de sus misiones, pues era adicta a la adrenalina del peligro, y muchos de sus conocidos ya la consideraban una loca temeraria.
Pero a ella no le importaba, la tormenta siempre era más fuerte que la brisa. Ella era más fuerte que aquellos comentarios.
Un trueno sonó en la lejanía.
-Uno, dos, tres, cuatro...- murmuró Anne.
El relámpago restalló en el cielo.
-Unos cuatro kilómetros, fabuloso- Anne colocó la llave en el contacto y apuntó en su cuaderno la cifra. Después, se colocó el abrigo y salió del coche, cámara en mano.
Negros nubarrones comenzaban ya a avistarse en el horizonte, implacablemente tenebrosos, salpicados por algún relámpago de vez en cuando, que parecían querer romper el cielo en dos.
-Qué preciosidad, a ver qué más puedes hacer...-la científica clavó la rodilla en la gravilla del asfalto y alzó la cámara, apuntando al cielo.
En unos minutos, la tormenta se encontraba casi sobre ella. El viento huracanado revolvía su corta melena y hacía tambalear su cuerpo, pero a Anne no parecía importarle. La euforia y adrenalina ya corría por su venas y su respiración comenzó a acelerarse.
Los truenos ya sonaban como tambores sobre su cabeza, los relámpagos tejían una compleja red brillante que desaparecía en un parpadeo. Anne no cejaba en su intento de captar la instantánea perfecta y aprovechaba cada segundo de la tormenta, llegando incluso a arriesgar su vida en más de una ocasión.
Como en aquel momento, enfrentándose a una tormenta eléctrica cara a cara.
Uno de aquellos relámpagos cayó cerca de ella, dejando la tierra quemada y sobresaltando a la científica, que dejó caer la cámara.
Asustada, comprendiendo que estaba rozando el límite, corrió a refugiarse en su coche. Quitó la llave del contacto, decidiéndose a esperar el fin de la tormenta. Mientras, comenzó a revisar las fotografías, desechando las peores y conservando las que mostraban la furia de los elementos.
Los relámpagos se sucedían con rapidez y la lluvia caía desde hacía ya varias horas cuando Anne se quedó dormida; sintiéndose extrañamente protegida en el seno de la tormenta.
Y la mujer soñó.
Soñó con un hombre anciano que tallaba nubes de mármol ligero y lanzaba relámpagos con su poderoso brazo. Una palmada producía un trueno y el temor de las nubes ante Zeus, las lágrimas, las gotas de lluvia.
Caminaba despacio entre las nubes, acercándose al dios, quien se afanaba en mostrar al mundo su poder, la razón de que el cielo parezca a punto de desgarrarse y caer a tierra.
Anne Pinock se sentía reconfortada en aquel momento, en sus años de científica jamás había sentido esa maravillosa sensación, ni siquiera cuando lanzaba uno de sus pronósticos y se cumplía. Cayó de rodillas y todo se disolvió en la niebla, incluso el rostro de Zeus, que ya había comenzado a girarse para mirar a Anne.
Un rayo luminoso acarició lentamente su mejilla y la científica, parpadeando, observó el final de la tormenta, quedando el cielo derretido en plata, reluciendo en la luz.
En su cámara, Anne guardó aquella última escena rebosante de belleza. El relámpago tallado en metal que colgaba de su muñeca, centelleó con vida propia.
Con divinidad propia.
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TRES PALABRAS
General FictionConjunto de relatos cortos e independientes surgidos de tres palabras aleatorias.