Salí de casa esperando encontrarme con Daniel y con su hermano Kevin. Daniel es mi mejor amigo desde siempre, y Kevin, bueno, es Kevin. No debía de gustarle el ser niñera de dos adolescentes, la verdad es que había sido nuestra niñera durante toda su vida. Ni siquiera el estar en la universidad parecía haberle librado de ello.
-Buenos días- me saludó Daniel.
-Buenos días- le respondí mirando alrededor buscando a su hermano.-¿Y Kevin?
Daniel se encogió de hombros quitándole importancia. Esa parte no era rara dado el hecho de que no terminaban de llevarse. No es que se cayeran mal, es que cada uno tenía su vida y sus personalidades eran muy diferentes.
-Tienes suerte de tener un hermano-le dije mientras empezábamos a andar.
Daniel suspiró.
-La mayoría de las veces es como si no lo tuviera-me recordó.
-Pero aún así...
-No digas nada más Eva, ya sabes lo que pienso: la familia no se escoge pero los amigos si.
Suspiré. Cada comentario suyo solía provocarme un millón de preguntas en mi cabeza.
-Mis padres volvieron a discutir-admití después de unos minutos de silencio mientras tomábamos el autobús.
Daniel sonrió irónicamente
-Los míos también-admitió él.
Asentí y no explicamos nada mas. Nuestras situaciones familiares siempre eran parecidas, quizá por eso era tan fácil para nosotros ser amigos, porque no hacía falta que nos explicáramos nada.
-Es en esos momentos cuando me consuela el no tener hermanos-confesé.
Daniel bufó.
-Sabes que nosotros somos hermanos, solo caímos en familias diferentes.
Sonreí.
-Gracias, Dani.
Daniel no respondió, sólo asintió.
Nos bajamos del autobús y miré el cielo que se había encapotado.
-No he traído paraguas-recordé.
Daniel miró al cielo mientras yo bajaba la vista, y ahí fue cuando lo vi por primera vez: un león en medio de la calle, nos estaba mirando atentamente.
Agarré con fuerza del brazo a Daniel y me dispuse a dar la vuelta y subir de nuevo al autobús, pero las puertas se cerraron.
-¿Se te ha olvidado algo?
-No, allí...-y señale al león, pero ya no estaba.
Daniel miró en la dirección que señalaba y frunció el ceño.
-¿Eva?
Él me observó algo confuso.
Sacudí la cabeza y sonreí como si no hubiera pasado nada.
Quizás el pasarme la noche en vela estudiando para el examen de matemáticas me estaba haciendo tener ilusiones ópticas, o era este maldito calor y entonces serían espejismos lo que veía.
¡Oh, Dios! ¡El examen de matemáticas!
-¡Ah!-grité de repente sorprendiendo a Daniel- ¡Tengo examen de matemáticas a primera hora!
Daniel agarró mi muñeca y miró mi reloj, dado que el no solía llevar.
-Vamos bien de tiempo-comentó.
-¡Pero tengo que entregar la libreta para poder examinarme y quería repasar antes!-me quejé.
Daniel me quitó mi mochila y se la puso delante, llevando ya la suya a la espalda.
-Vamos- agarró mi mano y empezamos a correr. Justo en ese momento comenzó a llover.
Daniel se echó a reír.
-No había un mejor momento para que empezara a llover.-comentó una vez llegamos al instituto.-Te veo a la salida-me revolvió el pelo un poco esperando quitar algo del agua.
Fue inútil, estaba empapada de pies a cabeza.
-Te veo por ahí-le respondí.
-¿Sabes que corriendo te mojas más si está lloviendo?-fue una pregunta retórica que me dejó como despedida.
Le saqué la lengua, el sabía que yo pensaba que eso no era verdad.
Le di la espalda mientras le escuchaba reírse, giré a la derecha y subí las escaleras hasta el segundo piso. Y cuando puse el segundo pie en el suelo, lo vi. Ahí estaba de nuevo: el león.
Y nadie más parecía verlo, lo atravesaban, lo rodeaban,... Y él estaba tumbado en medio del pasillo, me miraba atentamente y movía la cola como si estuviese espantando moscas.
Es oficial, me estoy volviendo loca.
Di un paso, y otro paso. El león no se movía, solo estaba ahí en medio del pasillo tumbado. Respiré profundamente y seguí caminando hacia mi clase. Cuando pasé por al lado del león, di un respingo cuando este se levantó y me siguió.
Me siguió al baño y me esperó en la puerta, me siguió a mi clase y se sentó junto a mi pupitre.
Era como si hubiera traído una mascota a clase y nadie mas fuese capaz de verla. Una mascota aterradora.
Así que mire por la ventana y respiré profundamente cerrando los ojos e imaginándome que ya no estaba allí. Cuando abrí los ojos fue peor, por la ventana pude observar a un león en el patio. Otro. Cuando miré a mi izquierda el león seguía ahí. Ahora eran dos.
La profesora repartió el examen y tardé quince minutos en dejar de mirar a los leones y concentrarme. Ella me observaba como un halcón creyendo que estaba copiando.
Suspiré e ignoré todo a mi alrededor y me dispuse a ganarme mi dolor de cabeza con el examen de matemáticas.
Cuando sonó el timbre que señalaba el final de la clase, me levanté con la libreta y el examen dispuesta a entregarlos, pero tropecé con algo y caí al suelo.
La gente empezó a reírse y yo me volví para ver con lo que había tropezado antes de levantarme: el león seguía ahí.
Más tarde me encontraba en el baño de las chicas. Ahora eran dos los leones que me seguían, y debían de ser machos, no porque tuviesen melena, sino porque no parecían poder entrar en el baño de las chicas. Reí llevándome una mano a la cabeza, y pensando que era completamente normal que unos leones que solo yo podía ver no entraran en el baño de las chicas por ser machos. Qué estúpida conclusión. Y sin embargo era la única que era capaz de ocurrírseme.
En el recreo salí del instituto en vez de quedarme en la biblioteca como hacía siempre.
-¡Eva!-me llamó Daniel antes de que saliera del instituto y se acercó a mi- ¿Qué tal el examen?
-Fantástico, de júbilo-le respondí irónicamente.
Ni siquiera me acordaba de lo que había respondido, ni había comprobado las respuestas con mis compañeros, lo único en lo que podía pensar era en los leones que se encontraban uno a cada lado de Daniel.
-Vamos, seguro que lo has hecho mejor de lo que esperabas-intentó animarme.
-¿Qué? Eh, sí.- respondí desviando la mirada de los leones.
-¿Estás bien?- me preguntó mirándome a los ojos y apoyando una mano en mi hombro.
Yo aparté su mano y desvié mis ojos de nuevo a los leones.
-Solo necesito un café- consideré el decirle que teníamos compañía, o incluso el que me estaba volviendo loca a la única persona que verdaderamente me entendía.
Él no insistió, sabía que se estaba conteniendo para no preguntarme, así que me armé de valor y empecé a hablar:
-Dani yo...-mis palabras fueron ahogadas cuando los leones empezaron a rugir sorprendiéndome. Nadie más se percató.
-¿Eva?
Siguieron rugiendo y se acercaban más a mí. Sus movimientos me recordaron a un documental en el que cazaban.
Corrí dejando a Daniel allí.
-¡Eva!-Daniel hizo el ademán de seguirme.
Que no lo haga, que no lo haga,...
Aproveché el poco aliento que tenía para gritar una palabra:
-¡Café!
Y de repente un montón de pitidos se sucedieron y me di cuenta de que estaba en medio de la calle... Todo se volvió negro.
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Cuando El Infierno Se Congele
Historical Fiction¿Qué tan fuerte ha de golpearse una la cabeza para que se considere locura? ¿Lo suficiente para viajar en el tiempo quizá? Opcion número uno: Estoy loca Opción numero dos: He viajado en el tiempo.