Lysa no tenía palabras, o al menos estas no se quisieron presentar para que ella las pronunciase. Todavía podía ver con sus ojos como su hijo ardía entre las cenizas de aquella fortaleza maldita. Ella sabía que jamás se le olvidarían los gritos de su hijo, encerrado en su propia casa, sin ninguna escapatoria. Aquellos que traicionaron a Yade, lo habían encerrado, a su primogénito lo encerraron también y ella fue traicionada por los mismos seres. Su hijo gritaba y gritaba, seguramente para aquel momento las llamas ya habían encontrado su piel. Rod era un chico duro, apenas tenía 23 años, pero ya se comportaba como el señor que hubiese sido de no ser por haberse ido con los tres dioses. Sin embargo, Yade, su marido, no gritó, no se escucho nada de él, nada. Edwarde, el hermano de Yade y ahora señor de las tierras rojas, había perdido a su mujer y a una de sus hijas en el incendio de La Corona Roja, pero había ganado el título de señor. A que precio.
-Perdonadla padre, no es culpa de tía Lysa que los Caballeros Inquebrantables la engañasen, estaba asustada y quería salvar a Loreas, una madre hace cualquier cosa por sus hijos. -suplicó Anne, la cuarta hija de Sir Edwarde.
-Anne, Lady Lysa cerró la fortaleza y se llevó a casi todos los caballeros que habían dentro en medio de la noche, dejando a su esposo y a su primogénito desprotegidos. Después dejó que los Caballeros Inquebrantables matasen a sus hombres y asediasen la Corona. Ahora su hijo está en el otro lado del Mar de las bestias y estamos mucho peor que antes. Lady Lysa será castigada por su necedad, será despojada de todo derecho que se le fue brindado como Lady Sunsand y será desterrada a la Gran Ciudad Libre de Ontho, allí no será nadie, pero si vuelve aquí será presa de mis jinetes rojos. Y no hay más que hablar sobre este tema. -Sir Edwarde jamás había hablado tan seriamente como aquella vez, algo que Anne jamás había visto.
La chica no pronunció ni una palabra más y se marchó de la sala de su padre.
Toda criada o caballero que había quedado en la Corona reprochaba con la mirada a Lysa, sus miradas se clavaban en su cuerpo como dagas, jamás se había sentido tan indefensa. Las miradas le hacían sentir tan incómoda que se recluyó en sus aposentos, allí lloraba desconsoladamente durante el día y la noche. Una noche se cansó de llorar, puede que ya no le quedasen más lágrimas. Se levantó de la butaca donde se sentaba y se miró a un pequeño espejo que había allí. Hacía días que no comía lo suficiente, pues ninguna criada quería llevarle alimento ninguno, se alimentaba de la poca cosa que su sobrina Anne le traía, se vio desnutrida y con los huesos faciales muy marcados, sus cabellos, antes castaños, habían adquirido un toque claro con el paso de los años, la hacían parecer una anciana. Antes de que naciese Rod, era una mujer esbelta, con el pelo tan suave que parecía de seda y su sonrisa deslumbraba a todo aquel que conseguía que se la mostrase. Ahora la tristeza y el paso de los años habían hecho mella en su cuerpo y su espíritu, aunque apenas tuviese 50 años. Seis hijos habían pasado por su vientre, cuatro varones y dos mujeres. Rod, era la viva imagen de su padre de jóven, alto, fuerte, decidido..., Vajer, una niña preciosa, con los ojos azules y el pelo rojo como el fuego ardiente, hacía ya años que la habían casado con Lord Essang del Bosque Azul. Ahora vivía en el Castillo de la Luna, un lugar precioso dónde ya crecían dos de sus nietos. Luego estaban los gemelos Waimar y Alberth, que estaban junto a su tío Gands de la Flecha, señor de las tierras de la Flecha y el mar del Norte. Después Aylinee, que era la prometida de Sir Bijonos de la Torre y la Montaña y ya tenía con él una hija, y por último Loreas, el príncipe del Sol, sus cabellos rubios eran como un rayo de sol y su rostro inspiraba serenidad y belleza, hace dos años que se marchó de aprendiz de Lord Jhin del Acantilado, Señor de los Caballeros Inquebrantables, actual Rey del Acantilado y enemigo natural de los Sunsand. Yade pensó que si le entregaba como pupilo a uno de sus apreciados hijos el continuo odio que la Familia del Acantilado profesaba por los Sunsand concluiría, pero Lord Jhin los traicionó y se llevo a Loreas más allá del Mar de las Bestias.
De repente la puerta de su habitación se abrió de golpe y un caballero que ella reconoció como Sir Myteros de If entró. Era guardia de su esposo, el hombre más leal que tenía, consiguió sobrevivir al gran incendio ya que sus aposentos se encontraban en la torre Alta de la Corona, donde el fuego no había llegado, era demasiado alta y de piedra, el fuego no tenía que quemar.
-Lysa de la Harina, ese es tu nuevo nombre, tu barco sale esta noche desde el Puerto de la Serpiente, tiene que marcharse ahora mismo, desdembarcará en Ontho, donde tendrás un techo donde vivir y se te dará unos 1000 unos para que puedas sobrevivir. Si vuelves por las Tierras Rojas me aseguraré de que no vuelvas a ir a ningún sitio. Coge lo que puedas de esta habitación, volveré ahora y nos marcharemos. Las pisadas de Sir Myteros se alejaban haciendo eco por el pasillo de piedra ennegrecida por el fuego y por la puerta que dejó abierta pasaba una corriente de aire que traspasaba el alma y helaba los huesos. Lo más rápido que pudo cogió un baúl que había al fondo de la habitación y metió toda la ropa que cabía, algunas joyas que tenía y el pequeño espejo. Sabía que lo necesitaría todo, aunque no conservaría ni la mitad, pues en la Gran Ciudad Libre de Otho 1000 junos no le servirían para mucho tiempo. Cerró el baúl y en el último momento tuvo una idea iluminadora. Corrió por el desolado pasillo, tanto como sus fuerzas le permitieron, y llegó a los aposentos de su hija mayor, Vajer, hacía años que ella no vivía allí, pero Lysa escondía allí algo. La puerta estaba medio quemada y todo lo que había dentro se había reducido a cenizas, Lysa se acercó a una de las esquinas de la sala y descorrió un pequeño ladrillo de la pared que estaba medio suelto y cogió lo que había dentro. Se lo escondió bajo la capa para que nadie lo viese y volvió a sus habitaciones. Lo puso en el fondo del baúl y cerró este. Miró por última vez aquella sala que tanto dolor albergaba, allí era donde dormía cuando era la prometida de Yade, y allí había nacido Rod. Ahora abandonaba todo lo que tenía desde que había abandonado el castillo de su madre, Lady Wasp, en las Tierras Bajas. Ya lo tenía todo preparado y aún así tuvo que esperar. Sir Myteros llegó en un rato, con una armadura roja que tenía en el pecho grabado el caballo rampante de los Sunsand, esta relucía como si fuera de oro. La acompaño hasta el puerto de la Serpiente y se aseguró que subiese en aquel barco que atravesaría el Mar de las Bestias hasta Ontho. Cada vez se alejaba más y veía cada vez más pequeña la Corona y el bosque de arboles medio quemados que la rodeaba, hasta que ya no veía nada más que mar. Ya no vería nunca más su hogar, ni a sus hijos cuando la fuesen a visitar. Pensaba que las lágrimas las abandonaron, pero no era así, se presentaron en ese momento.
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La canción muerta. (PAUSADA)
FantasyUna apasionante historia que te hará ver que todo no es tan bonito como lo pintan, y mucho menos en el escenario de esta obra.