-Su alteza, ha sucedido algo esta noche. Algo terrible que hará temblar a nuestros ciudadanos, puede incluso que a todo el reino.
-Habla claro Sir Hagg, y si no lo haces no digas nada, otro lo hará, puede que otro mucho más fiel que tú.- dijo con una voz tediosamente amable Lord Rtic.
-¡Callad ahora mismo los dos, estáis ante vuestro rey! No hace falta que me digas nada, se que anoche saquearon el Barrio de las Luces y mataron a todos los Synk que quedaban con vida, Sir Abbel Synk fue un buen hombre, su familia también e hizo un gran trabajo como Protector de las Luces, por eso se le honrará con un entierro digno en el Gran Orum de los tres dioses. Que el sol los acoja, la luna los ilumine y el cielo los proteja, y todas esas cosas que dicen los religiosos, bah..., yo soy el rey, no un maldito orador.
-Alteza, usted es la máxima autoridad religiosa en El Continente. Espero que esas palabras no salgan más allá de estas cuatro paredes, podría hacer que muchas personas os pierdan el respeto.
-No es respeto lo que esa gente me tiene, temor, eso es lo que sienten hacia mí, y espero que así siga siendo, Lord Bass. Y ahora si les parece bien, me marcho, si no les parece bien, es lo que tienen. Pasen un agradable día todos ustedes. -dijo el rey con una voz cansada, terminando así la reunión de su Consejo Privado.
Herlighed se alejó por el largo pasillo, cada esquina estaba decorada de una manera u otra, flores de todos los rincones de El Continente, muebles de madera tan brillante que te podías reflejar en ella, espejos con marcos de oro... La capa le colgaba larga y pesada tras de sí, era de terciopelo azul, como la mayoría de las cosas de este maldito castillo. La piedra de la que estaba hecho era azul, como el hielo, para que encajase en el paisaje de las montañas en el que estaba. Dormía en sábanas azules, comía en platos azules, todo era azul, y la verdad, no sabía porque, el emblema de la familia Aguaclara era un clavel blanco, que demonios les habría dado a sus ancestros con el azul, aunque puede ser que el Castillo de Hielo no lo construyesen sus antepasados, puede que lo hiciese otra gran familia, pero si era así ya no quedaba nada ni nadie para decir que eso era así. Vio su reflejo por todos los espejos que pasaba. Era un hombre alto, con la piel blanca como la nieve de invierno y sus ojos eran azules como el hielo, era corpulento, pero con el gran mantón azul y todos los regios ropajes que llevaba lo parecía aún más. A él no le gustaba, pero llevaba una gran corona de oro con adornos de claveles blancos y rosas azules, estas dos crecían por todas partes en los jardines, era imposible que lo hiciesen ya que estaban en una gran montaña donde hacía tanto frío que si salías sin protección se te helaba el corazón. Todo viejas leyendas, había visto millones de hombres que venían de las tierras del hielo, más allá de El Continente, salir tan tranquilos y bajar al pueblo desde el castillo. Cuentos de viejas. Terminó su camino, una puerta enorme, adornada con miles de coronas y claveles se extendían ante él, la abrió. Allí estaba Lana, su hija pequeña, tan delicada como siempre, ella había nacido delicada y el clima de Awaroitoma nunca la había ayudado lo más mínimo, pero tenían miedo de trasladarla a otro sitio, hasta no haber pasado el Paso no empezaba a hacer mejor clim, y eso era muy lejos. Por eso los Sanadores de la casa real habían decidido hacer una habitación especial para ella, donde ella no pudiese salir pero los demás si podían entrar. El clima de la habitación era perfecto, Lana tenía todo lo que ella deseaba, un pequeño jardín con margaritas blancas, sus flores favoritas, un gatito, un columpio colgado del techo, estanterías con más libros de los que nunca podría leer, una cama enorme, y mas cómoda que la del propio Herlighed. Lana estaba al fondo, sentada en la mesa comiendo algo que le habría traído alguna criada. Su piel era tan pálida como la de todos los Aguaclara y sus ojos igual de azules, pero su pelo era demasiado rubio, llegaba a parecer blanco, como la nieve que se acumulaba en la ventana tras de ellos. Herlighed se sentó en una silla al lado de Lana y le entregó una pequeña muñeca que tenía escondida bajo su capa.
-¡Me encanta padre, es preciosa. Muchas gracias, te quiero! -dijo la niña con un brillo de entusiasmo en sus ojos.
-No es más preciosa que tú mi niña. Nadie lo es ni lo será nunca en El Continente. Y si lo es seguro que no es princesa como tú. -dijo con mucho amor Herlighed.
-Papá, ya no tengo más hambre. Quiero poner la nueva muñeca con las otras, ven conmigo, ayúdame a buscarle un buen sitio. -dijo la pequeña princesa mientras cogía la mano de su padre.
En un lado de la habitación, bajo una ventana, había un prado pintado, y allí cuatro casas de muñecas enormes, dentro había muñecas de toda clase y de toda procedencia, pero abundaban las que su hermana le enviaba desde las tierras de los Vientos. Jamás perdonaría que los Adelfas y los Vallefuego le hiciesen eso a su hija. Aunque ahora sus espías personales le habían dicho que se la veía por los jardines con uno de los hijos de el señor del Paso, uno de sus vasallos, no le parecía mal, por eso dejaba que ella siguiese allí. Todas eran preciosas, vestían vestidos adornados con joyas y diademas de flores. Herlighed se dio la vuelta y vio que Lana estaba parada en mitad de la sala, parecía que miraba a la puerta, pero no miraba a ninguna parte, él lo sabía. Su hija no era delicada por que los dioses así lo habían querido, ella había adquirido un poder que los antiguos de la familia Bastine de la Sombra, familia a la que pertenecía su esposa. Este extraño poder, puede que fuese un milagro o una bendición, hacía que la niña de sus ojos fuese tan delicada. Cuando esto le ocurría solía caerse y quedarse dormida, pero antes de que Herlighed llegase tan siquiera a tocarla para llevarla a su cama y tranquilizarla, la niña abrió los ojos y miró a su padre. Tranquilamente como si no hubiese pasado nada Lana susurró al oído de su padre: la nieve caerá más densa que nunca y desde mi ventana se verá como se tiñe de rojo por todo El Continente. Esas palabras lo marcaron.
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La canción muerta. (PAUSADA)
FantasyUna apasionante historia que te hará ver que todo no es tan bonito como lo pintan, y mucho menos en el escenario de esta obra.