Los cascos de los caballos resonaban por el patio del palacio de la Sombra. Ya hacia 2 semanas que había ido a la Isla Morada con su primogénito, el príncipe Niro. Todos los días desde su llegada había una fiesta, ella era la reina, y todos los vasallos de la Familia Bastine estaban en la Isla. Su hijo era feliz allí, todas las damas lo agasajaban, podía montar durante horas los hermosos caballos reales por los bosques de arboles Ynuit, aquellos arboles morados que hacían que la isla tuviese esa característica tan hermosa. Ella mientras que su hijo se marchaba por la isla, paseaba por los jardines, visitaba a su numerosa familia, que poblaba toda la isla o atendía a los problemas de los lugareños junto a su padre Lord Varackyan Bastine. Ese día se celebraba una fiesta al aire libre, el Sol brillaba más que nunca y reflejaba su luz en las piedras moradas de la Fortaleza Bastine y en las hojas de los Ynuit. Los jardines se encontraban más bellos que nunca, estaban llenos de gente, caballeros, damas, camareros con brillantes bandejas adornadas con flores, todo era perfecto. Ella estaba sentada en unos cojines al fondo de los jardines. Su hermano le había regalado un vestido de seda azul y llevaba las joyas que su marido Herlighed le había regalado ya muchos años atrás. Llevaba la corona de Reina del Continente, adornada con flores frescas y amatistas. Era muy hermosa, hacia ya años que su marido se la había puesto en la cabeza cuando estaba sentada en el trono de la reina. Miraba como los caballeros y las damas hablaban, paseaban y reían. Algunos comían como los perros hambrientos de la perrera y otros estaban tan lejos de las mesas que parecía que la comida estaba envenenada. Las hojas de los Ynuit caían pesadas y una gran nube empezó a arrastrarse hasta cubrir el Sol. El patio de palacio se ensombreció y un hombre con una túnica morada protegido por dos caballeros con armaduras negras que les cubría todo y no se les veía ni un ápice de ser humano. Todos los invitados callaron y el hombre, de ojos negros, pelo blanco y largo que flotaba en el aire con las ráfagas de aire frío que surgieron de donde antes el Sol brillaba como nunca. El hombre de la gran túnica morada se acercó a los cojines donde se encontraba Klauddia. Sus caballeros de armaduras negras iban tras de él.
-Mi reina, veo hoy en sus ojos el brillo del alba, hoy está especialmente hermosa, como las flores que crecen en los árboles Ynuit. O al menos eso me gusta pensar, ya que como ve, Su Alteza, y como usted ya sabrá de sobra, soy ciego. -habló suavemente el hombre.
-Cuervo, me alegro de verte, hace años que no veía a mi real primo, aquel que hizo que mi hermana agonizase entre visiones tortuosas hasta que viese su muerte, en ese mismo instante. -dijo la reina con un tono tan acusador como falso.
-Mi reina, yo ya pague mis delitos. Exilio, ceguera, eliminación de mi nombre sobre la familia y todos sus derechos... Un pago suficientemente duro, ¿no cree?
Un estruendo ensordecedor resonó en segunda plana de la conversación, un humo blanquecino salía de un pequeño bosque que lindaba con el palacio. En unos segundos, un monstruo horrible,como salido del averno, un ser al que los tres dioses habían castigado con el horror. Cuando era pequeña su nodriza le había contado que hace muchos años, había aparecido un ser horrible, nacido de una fruta de un árbol Ynuit que la diosa de la tierra había rechazado. Ese era el ser que había aparecido, un mensajero del terror. Los caballeros empezaron a huir, las damas gritaban aterrorizadas, los caballos relinchaban y algunos corrían descontrolados por el patio de abajo.
-Todo acaba de empezar Su Alteza, la sombra nace hoy más fuerte que nunca. -susurró Cuervo a su oído.
Estaba aterrorizada, temía por su hijo, por su padre, por su familia y por todos los Bastine, el monstruo empezaba a acercarse mucho a su posición, destrozando todo lo que se ponía en su paso. Se quitó los zapatos, incomodos como ellos solos, empujó al imbécil de su primo a otro lado, ojalá se lo tragase la sombra y después se lo llevase al infierno con él. Avanzó hasta donde había visto a su hijo por última vez, estaba allí, atendiendo a una de sus acompañantes, que se había desmayado y le brotaba sangre de la cabeza. Ya no había tiempo para ella. Estaba muerta, recordaba cuando uno de los guardias de palacio, borracho, había caído por el ala este del palacio. Cayó dos metros y empezó a brotar sangre de su cabeza, como la que brotaba de aquella chica. Cogió de la mano a su hijo, que no podía superar la muerte de la chica, y no paraba de mirarla. Tiró de él lo mas fuerte posible y corrieron juntos los más lejos posible. En el camino, una mujer, vestida completamente de amarillo los paró. Cogió de su mano y los arrastró hasta unos arbustos.
-No os preocupeis, no os voy a hacer nada, soy Estella, de la Luz Blanca. Hace años que nos estamos preparando para esto. Ahora mismo cogeremos un barco y nos iremos a la Isla de la Solitaria. Allí la sombra no tiene poder ninguno. Hemos visto en la luz que El Continente sufrirá una guerra devastadora, pero allí nosotros estaremos a salvo. -dijo Estella, con una voz suave y melodiosa.
-Mamá tenemos que volver, no podemos dejar a la familia atrás, y mucho menos ir a una isla de brujos farsantes. Somos la familia real. -gritó el príncipe Niro.
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La canción muerta. (PAUSADA)
FantasyUna apasionante historia que te hará ver que todo no es tan bonito como lo pintan, y mucho menos en el escenario de esta obra.