Un dios caido

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Los impulsos nos llevan a hacer cosas sin pensar antes en las consecuencias. El peligro nos acecha cada vez que decidimos algo sin meditarlo. Reaccionas a un deseo tan repentinamente que no te alcanza el tiempo para ver el futuro o siquiera pensarlo.

Un Oxen no cree, no confía y no cambia. Yo soy uno de ellos y debí permitir que las cosas siguieran como se suponían. Mamá solía decir que las alteraciones podían lastimarte, y sí que tenía razón, siempre la tenía. Me estaba transformando en alguien que no conocía. El cambio dolía, pero no sabía por qué dolía. Y ninguna de mis emociones tenía sentido. Ya no más. No después de llegar al único lugar del que me había enamorado, porque lo había hecho, y salido con el corazón destrozado. Lastimado hasta más no poder.

Había pensado e imaginado que todo sería grandioso una vez llegara al planeta Tierra, pero que mentira más grande me había forzado a creer. Este ecosistema no estaba hecho para nosotros, jamás. Los profesores de la institución habían estado en lo cierto, los Oxens no sobrevivirían en la Tierra.

Ahora me rendía ante mis creencias y mermaba el deseo de cambiar algo fuera de mi alcance. El mundo era mucho más poderoso que un simple extraterrestre invadiéndolo en busca de respuestas. Era peligroso, un depredador y yo ocupaba el puesto de la presa. Lo supe cuando, tras abandonar mi hogar y los seres que me valoraban y querían, ingresé en la atmósfera y aterricé erróneamente —rodeado de fuego y pedazos de tela— sobre un pequeño sector repleto de casas alineadas extrañamente.

Al principio estuvo bien. En pocos segundos —que el planeta me permitió— logré deleitarme con la naturaleza del lugar, la misma que se alzaba más allá de las viviendas y justo bajo mis pies. Miré el cielo, completamente distinto al nuestro en Oxen, repleto de luz y manchas blancas.

Mi cielo era más hermoso, más oscuro y brillante.

Sentí el viento golpeándome en el rostro, brindándome la oportunidad de respirar el mismo compuesto que los seres humanos. Luego, después de entender que todo parecía ser como lo había imaginado, las lágrimas llenaron mis ojos y quise creer que era la emoción de conseguir hacer lo imposible. La felicidad de conquistar un nuevo planeta por mi cuenta, sin necesidad de la violencia o algún acto injusto. La alegría de pensar que podría regresar y mostrar cuan mal habían estado acerca del planeta. Sin embargo, sólo estaba confundiendo las cosas. Parecía ser que siempre lo había hecho.

Los ojos me ardieron pero no quería aceptar que el planeta se estaba defendiendo de mi, atacándome y queriendo eliminarme. Tampoco lo hice cuando comencé a perder la forma humana sin yo desearlo o forzarlo a suceder. Solo cuando mi luz brillo en su máxima potencia y mis piernas perdieron fuerza comprendí que había sido engañado. El mundo se aprovechó de mi inocencia espacial y decidió gastarme una broma, una que puso mi vida en juego.

Mis oídos se llenaron de ruidos agudos, ensordecedores y molestos. Se volvieron tan fuertes que tuve la necesidad de cubrir los mismos queriendo arrancar de mi aquel dolor desconocido, incesante. No conseguí escuchar ni sentir cuando mis rodillas golpearon el suelo, mucho menos me di cuenta de que baje las manos para no caer completamente.

Para el momento en el que logré recuperar mi audición me encontré gritando mientras miraba el cielo. Quemaba en mi interior, rasguñaba y rompía —o al menos eso sentía— sin la mínima compasión o misericordia. No podía controlar mis poderes, mi luz o mis gritos. El planeta Tierra me estaba privando de cualquier tipo de control que pudiese tener sobre mi cuerpo.

Y por querer más, fui descubierto por un pequeño humano justo cuando mi cuerpo comenzaba a caer hacia el suelo sin fuerzas, sin piedad. Mientras me encontraba inmóvil lo observé mirarme con interés, poco antes de que mi cuerpo produjera un estallido de luz y lo mandara al suelo.

—¡Mamá!— lo escuche gritar vagamente en cuanto se recuperó del golpe.

Llevé una mano sobre mi pecho y sentí mis corazones latir con suavidad, diferente a como lo hacían normalmente. La Tierra conseguía hacer que sintiera los latidos por todos lados, desde la cabeza hasta las manos. En adición, conseguía que deseara regresar a Oxen y llamar a mamá como aquel pequeño lo hacía. Un llamado de necesidad, de auxilio.

Estiré un brazo hacia el humano, logrando que regresara a la forma terrestre y susurré que me ayudara. Me decepcione de mí cuando dio un salto y corrió hacia una casa dejándome allí, a punto de extinguirme. Con mi vida a medias.

Comprendí en ese instante que los humanos podían llegar a ser indiferentes a los sucesos de la vida y el sufrimiento de otros. Entendí que yo no merecía estar allí, que mi lugar estaba a miles de galaxias de ese lugar tan dañino. Supe que extrañaba los brazos de mamá rodeándome cuando regresaba de la base, a papá dando órdenes como el excelente capitán que era y a Kearan. Me di cuenta de que si me quedaba perdería la vida y la oportunidad de volver a ver la luz que se producía como resultado del junte o unión entre Kearan y yo. No podía permitirme eso.

Rehusándome a no volver a disfrutar de lo que solía tener horas antes reuní fuerzas y me levante, después de unos minutos. Me tambalee por la pérdida de energía y con lágrimas rodando por mis mejillas le pedí al cielo que me permitiera llegar vivo a mi hogar mientras cerraba los ojos. Sentí como mi cuerpo producía su última luz y comencé un viaje con la esperanza de volver a ver los rostros que más amaba. Regresé a donde pertenecía. Volví a casa.

Lincoln: entre luz y terrestres   #UniversoAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora