Él siempre fue muy sanguíneo.Usaba esas botas solo para momentos inolvidables, pero no me preguntes cómo hacía para saberlo.
Siempre que se encontraba con ella en la sexta calle, las llevaba puestas junto a una cámara entre las piernas. Y trataba de mantenerla, congelada, perenne, siempre para él, rogando que el tiempo no pase.
Solía imaginarse todas las formas posibles de perderla, porque cada día ella se veía más borrosa, como si una goma la hubiera devorado.
Tenía una muralla de sonrisas,que
solían
pertenecerle
a
Nicole.
Pero ahora solo eran mías.
Solía recostarse sobre su cama pensando en ella y en mi, o en ella, o en mi, o en las dos al mismo tiempo. Porque no quería olvidarla.
Las cosas fueron cambiando de lugar, como cuando creces y tienes que dejar de lado las muñecas y guardar a lo soldados en una caja de zapatos.
Era rara la forma en la que quería reemplazarla y olvidarla, porque ella no tenía miedo, pero él sí. Miedo de que sea perenne el olvido, y que destino se coma mis sonrisas.
Dolía saber que era como ella, y que cuando crucé la puerta, una fotografía se comió mi despedida.
Nicole era yo, y yo era Nicole.
El Chico De Las Botad Marrón vivía en mi, y trabaja de matar y revivir a Nicole.