WASHINGTON D.C.
2042
17 AÑOS DESPUÉS DEL INICIO DEL DILUVIOHacía frío y el húmedo viento se colaba por un pequeño hueco abierto de la ventana empañada. A pesar de que entraba por una abertura estrecha, a Livvya le hería los oídos, era tan cortante como el filo de un cuchillo que de pronto atravesaba la piel, los huesos y helaba la sangre.
Estaba comenzando a amanecer y como todos los días, la mañana se notaba pálida y grisácea por las nubes cargadas de lluvia.
Livvya abrió los ojos y un ligero temblor recorrió su cuerpo. La imagen de Evan seguía fresca bajo sus párpados, su respiración continuaba agitada.
Era la misma pesadilla: el único recuerdo feliz de su infancia distorsionado. Es un pequeño recuerdo, nada más. Ese día, la lluvia era tan fina como la tela de una araña; Evan le sonríe y juega con sus manos bajo el cielo turbio, pero luego, en vez de agua, comenzó a caer sangre. Miró las gotas y en ellas vio el reflejo de sus padres. Su padre, con su cabello gris debido a las canas de estrés, tumbado boca arriba sobre el sofá, con los ojos muy abiertos y la mirada perdida, con el agujero de una bala en la frente. Su madre, tirada en una posición extraña en el suelo, acurrucada como si fuera un bebé, su cabello castaño empapado de sangre así como su abdomen, destripado como un simple pescado.
Livvya no recordaba nada más de lo que sucedió después, sólo un fuerte golpe en la cabeza que le dejó inconsciente.
El día en que volvió a abrir los ojos, supo que nada volvería a ser lo mismo.
Estaba con la cabeza vendada, tumbada en una cama que desconocía, con un niño de mirada brillante observando cada detalle de su rostro. Trató de incorporarse, pero las piernas no respondían; notó que la ropa que llevaba puesta tampoco era suya, pues le quedaba notablemente grande y era ropa de chico.—Es lo que hay— murmuró el niño. Su tono era frío, sin emoción, como si no le importara lo que le fueran a contestar. —Ropa mía.
—Gracias— contestó ella amablemente, para que no la viera como su enemiga, aunque su voz sonaba ronca por pasar tantos días sin hablar. Él era como un depredador con la mirada fija en su presa, esperando el momento adecuado para atacar.
—Tu nombre...— entrecerró los ojos— Dime tu nombre.
Buscó en los rincones de su cerebro, una referencia hacia ella misma... ¿Cómo se llamaba? ¿Quién era?
—No lo sé.
—No debes presionarla, Allen— dijo una voz desde el fondo de la habitación. Era un hombre, tan escuálido que ni siquiera noté su presencia. — Esta niña tiene amnesia.
—Ha perdido la memoria— afirmó el chico, el muchacho llamado Allen. — ¿Por completo?
— Probablemente.
Allen suspiró profundamente.
— ¿Se supone que va a quedarse con nosotros? —bufó.
— Se supone que ahora es tu hermana, hijo— contestó el hombre y le sonrió a Livvya. Un calor se extendió por su pecho. Esa sonrisa era paternal y protectora; notó desde ese momento que había encontrado un nuevo hogar.
— ¿Y cómo rayos la llamaremos?
— Bueno, yo tuve una hija... — comenzó el hombre, mientras sostenía su barbilla con la palma de su mano huesuda. — Su nombre era Livvya. ¿Te gusta?
—Livvy...— trató de decir ella, pero la garganta le ardía como si tragase fuego en vez de saliva.
—Livvy, además, parece un lindo apodo— le contestó aquel extrañamente amable hombre. — Te llamaremos así. Siéntete cómoda y llámame Jared, sin formalidades. Ésa es tu cama y ésta tu habitación, así que me retiraré para que puedas dormir plácidamente.
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Dilúvio
Random"Yahvé vio que la maldad de la Tierra era grande y que todos sus pensamientos tendían sobre el mal. Se arrepintió, pues, de su creación." Esa era la explicación más lógica a lo que sucedía. El mundo se caía a pedazos mientras un Segundo Diluvio Uni...