2. Bala Perdida

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A Livvya le dolía la cabeza. No podía pensar bien, los números le golpeaban en el cráneo. No debe, ni puede cometer ningún error porque de ello dependía su empleo: medir ángulos, distancias, utilizar la física y las matemáticas para salvar vidas. Pero desde que llegó hasta el último minuto de la ronda ha estado distraída. Se preguntó cómo estaría Allen, esforzándose bajo la lluvia.

Al terminar su turno, se quitó el uniforme en los vestidores y volvió a su tibia ropa de civil. Salió con la toalla de Allen en mano, esperándolo.

Él se acercó con el cabello pelirrojo escurriendo de agua. Se arrancó los guantes y tomó la toalla que Livvya le ofreció. Parada en sus puntas, ella lo ayudó a secarse frotando la toalla en su cabeza. No era algo que hiciera todos los días, pero quería ser más cálida de lo normal, que él pudiera sentir su cariño y empatía. Sin embargo, Allen la tomó de las muñecas.

—Basta, por favor. — murmuró antes de soltarla y ella dejó la toalla sobre su cabeza para que él prosiguiera solo. Se siento extraña. Allen actuaba muy extraño, pero Livvya siempre había pensado que es mejor no molestarlo cuando estaba irritado. — Iré a cambiarme, ya vuelvo.

— Claro, ve. Aquí te espero. — y eso hizo. Mientras, la temperatura bajaba cada vez más y las nubes se oscurecían. Estaba anocheciendo y la lluvia se atenuaba.

A los quince minutos, Allen ya estaba como civil, con una sudadera raída y delgada.

— ¡Ponte algo encima! Te vas a resfriar— lo regañó.

— Estoy bien así. Hay que movernos, no quiero que nos cierren. —

Otra ventaja del empleo es que el Canal estaba muy cerca del Mercado. Había uno para cada Zona y ofrecían víveres contados, una dotación para cada miembro de familia, aunque eso varía de muchas cosas: del empleo, la edad, incluso de su salud.

En las últimas dos semanas, Livvya ahorró lo suficiente para comprar pequeños lujos como frascos de café. Les es muy útil: a Allen le ayuda a dormir y a ella a despertar, así que decidió sorprenderlo con eso. La primera y única vez que lo habían probado era porque Jared lo había conseguido.

El Mercado era otro búnker, un lugar incluso más frío que la lluvia. Su entrada era un elevador con capacidad de cinco personas. Mientras un escalofrío recorría el cuerpo de Livvya, Allen presionó la flecha para descender. Era la primera vez que iban sin Jared y eso le quemaba a ella en el pecho, así que respiró profundamente para disminuir esa sensación sofocante y tomó la muñeca de Allen.

—No te sueltes — le susurró él y entonces toma su mano, apretándola con fuerza sin hacerle daño. Le devolvió el apretón como respuesta.
El elevador se abrió de par en par para dar con un estilo de oficina burocrática. Poca gente estaba ahí, formada en espera de sus despensas.

El movimiento no era complicado. Como registrados en la Zona, todos los habitantes debían poseer una ID que les brinda cuatro despensas al mes, una a la semana. Normalmente, la gente retira los sábados o domingos, pero Allen, Jared y Livvya siempre iban los lunes sólo para evitar el alboroto, aunque era mucho más peligroso. La ID contenía información importante como el nombre, edad, estado civil, nacionalidad, etc.

Nadie más que los que trabajan ahí saben qué hay detrás de la ventanilla en la pared. Livvya y Allen se formaron detrás de un anciano que parecía enfermo, lo mucho que podía esperar recibir era un poco de comida. El gobierno no podía gastar su dinero en personas que seguramente n0 tardarían nada en morir.

La fila se fue recortando poco a poco, hasta que Livvya se encontró de cara a la ventanilla, frente a un hombre con rostro de amargado.

—Tu ID...— murmuró. Su voz era cansina, cansada de su trabajo.

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⏰ Última actualización: Jul 07, 2016 ⏰

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