Impartir clases hoy ha sido como estar en el mismísimo infierno y mi paciencia ya está al borde de agotarse por los chismes que se oyen de mi padre en las calles de Londres, que me hacen ver el mal comportamiento que está teniendo ante una situación tan triste como la pérdida de mi madre. Tengo la sensación de que, incluso, mis inocentes alumnos saben sobre ello.
Agotada tras una mañana entera de lidiar con niños, salgo a los pasillos del edificio con la intención de irme a casa.
Aún hay niños rondando por la escuela, llenando de gritos y risas el lugar.
Al doblar un pasillo unas voces bastante bien conocidas ya hacen eco en las paredes. La puerta de un aula está abierta y de ella surgen gritos y risas. Un niño se asoma al pasillo y enseguida lo reconozco como uno de mis alumnos. Me ve y el terror se refleja en su cara antes de salir corriendo, tropezándose al doblar una esquina.
Su reacción me levanta sospechas y acudo lo más rápido posible al aula.
Sebastian y sus dos mejores amigos John y Leonard están haciendo una de sus trastadas nuevamente, esta vez molestando a la pequeña Adeline, la hija de la señora de la limpieza de la escuela que ha venido para ayudar a su madre y no quedarse sola en casa.
El padre de Adeline murió no muchos meses atrás de cólera y en cuanto oigo a Leonard pronunciar el nombre de su padre me acerco con rapidez para alejar a los muchachos de la pobre niña para que dejen de atormentarla. Sé lo duro que es perder parte de tu familia y mucho más si, además, se burlan de ello.
En el mismo momento en el que entro en el aula Sebastian mueve sus manos enérgicamente agarrando una pluma y manchando la cara de Adeline y el suelo y las paredes que había limpiado pocos minutos antes.
- ¡Wellesley! - grito para llamar su atención mientras avanzo hacia ellos con rapidez.
Veo como corre para dejar la pluma dentro del tintero y como acto de torpeza este vuela de sus manos precipitándose y derrumbando la tinta oscura en mi vestido.
Mi paciencia está ya rebasando los niveles de tranquilidad y siento como mis mejillas arden por el enfado. Mis dedos se crispan y surge en mi la tentación de dejar sus orejas rojas.
Sin embargo, los sollozos de Adeline me detienen y sé que el daño ya está hecho. Fulmino a los tres con la mirada, dejándoles muy claro que si se atreven a irse las consecuencias serán peores. Ellos se juntan cerca de la ventana y esconden las manos tras la espalda, como si fueran inocentes. No obstante, algunos de los rizos rubios de Sebastian están salpicados de tinta, al igual que el cuello de su camisa.
- ¿Estás bien? - pregunto a la niña.
Adeline asiente, intentando no mostrase débil por mucho que sus ojos estén llenos de lágrimas. Sonrío y me agacho frente a ella, sacando un pañuelo. Retiro con suavidad la tinta de su mejilla junto con algunas lágrimas que no consigue contener. Finjo que no he visto nada.
- Toma - le entrego el pañuelo y ella lo coge con dedos temblorosos - Ve a la fuente y termina de limpiarte - Adeline asiente de nuevo y se sorbe los mocos. Sonrío - Si consigues limpiar también el pañuelo puedes quedártelo - añado para su sorpresa.
Me mira con duda y asiento, animándola. Finalmente ella sonríe levemente y, tras dedicarles una rápida y recelosa mirada a los tres diablillos, sale presurosa al pasillo, apretando el pañuelo firmemente contra su pecho.
En ese momento veo a Gerard entrar en el aula para recoger a su trasto de sobrino y casi choca con Adeline, que se aleja temerosa de él.
En silencio, me pongo en pie y saludo en silencio a Gerard. Veo el miedo en los ojos de Sebastian mientras sus amigos nos observan inmóviles. Gerard frunce el ceño al ver mi vestido manchado y mira al niño con furia.
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Manchas de rojo en blanco
Ficción históricaUna pureza marchita. Un culpable inocente. Una protección asfixiante. Un orgullo ambicioso. Una muerte enmascarada. Una sexta víctima. Cinco vidas, un enlace a mitad de camino.