Capítulo 1

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Sentía la sangre hervir, en cualquier momento iba a explotar y aunque sabía que eso era lo que él quería simplemente no se podía contener. Abría y cerraba los puños, intentando contenrse. Se mordió él labio inferior más no pudo aguantar un minuto más.

-¡¡Dejame en paz pedazo de idiota!! ¡¡¿Es que tienes él cerebro lleno de mierda que...?!!

-¡Señorita Helen Batista!.-él grito de Juana, la directora, hizo eco en la cafetería y todos guardaron silencio.-¡A la dirección!

-Pero él fue que...

-¡¡Ahora!!.

Cabizbaja y con él rabo entre las patas siguió los pasos de la estirada directora, miró una última vez atrás y pudo ver claramente la sonrisa victoriosa en él rostro del energúmeno aquél. Deseaba tanto golpearlo, darle tan fuerte que jamás en su vida se le pasase por la cabeza él querer molestarla.

Él era él que la estaba molestando tirándole papeles como que ella era algún basurero, pero claro, nadie vió eso, nadie ve lo que él niño bonito hace, pero todos, asta un ciego sordo, escucha y ve lo que ella dice o hace en contra de el. Y solo cuando ella no aguanta más y explota como un volcán los profesores o la estirada directora hace su aparición.

¿Podia haber algo más injusto? Él podía molestarla todo lo que quisiera, pero ella en cada intento fallaba y quedaba como la mala.

Entró a la dirección y tras tomar asiento frente a él escritorio de la director, él mismo discurso que venía escuchando desde hacía demasiado tiempo junto con la amenaza de contarle a sus padres de su inapropiado comportamiento se hizo presente.

Siempre era lo mismo, ella siempre era la mala, la rebelde y maleducada que tenía la culpa de que un descerebrado la molestara asta tal punto de hacerla explotar.

Cerró bruscamente su casillero, ya estaba cansada de lo mismo. ¿Por que no simplemente se desaparecía? No, y es que como dice él dicho ¡Hierva mala nunca muere!

A paso apresurado caminó rumbo a su última clase, llevaba cinco minutos de atraso, así que iba rezando para que su maestra de ciencias, aquella solterona permanente, le dejase entrar. Odiaba su estúpida regla de puntualidad, como también la odiaba a ella.

Todos y cada unos se giraron a verla cuando se detuvo en la puerta, excepto la maestra que se encontraba escribiendo en la pizarra. Sin hacer ruido se coló en el aula, la maestra estaba de espaldas así que solo tenía que tomar asiento y hacer de cuenta que estaba en la clase.

-Creí que las reglas eran para todo él mundo, maestra.-¿Que él ganaba con aquello?

Se quedó quieta al lado de la butaca en la que se iba a sentar. No entendía porque él se empeñaba en hacerle la vida cuadritos.

-¿Que quiere decir señor Adams?.-dijo la maestra.-¡Oh! señorita Batista.-exclamó al verla.-Se ha colado en mi clase como todo un ladrón. Usted tiene conocimiento de mis reglas así que fuera de mi clase.

¿Había algo más vergonzoso?

En aquellos momentos era en los cuales deseaba tener súper poderes y volverse invisible, tele transportase o salir volando.

Escuchó la risa de todos sus compañeros en especial de el, Christian Adams, aquel odioso chico al cual deseaba con tanto fervor tenerlo a miles de kilómetros lejos de ella y, sin embargo, se lo encontraba asta en la sopa.

No podía llegar ahora ¿Que le diría a sus padres?¿Que fue culpa de Christian? Ellos adoraban a ese pedazo de carne con ojos. No había un solo ser que le digese algo en contra de él sin que ellos le digan asta la forma en la cual iba a morir.

¡No Te Soporto!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora