Jamás lograron salir.
Camila nunca experimentó una posición más incómoda; con las extremidades desarticuladas y la espalda formando un arco antinatural.
La muchacha intentó incorporarse. No lo logró. El dolor que a su cuerpo atormentaba era un gran impedimento. Además, la superficie en la que se encontraba era extremadamente resbalosa.
Rindiéndose, siguió conservando aquella postura. Trató de entender qué estaba pasando.
Su mente estaba embotada, como si tuviera algodón en la cabeza. No podía pensar con claridad. Tampoco ver bien.
Cerró los ojos, apretando los parpados con fuerza, esperando que así su mente recuperara lucidez.
Le funcionó.
Poco a poco, su visión se acopló a la oscuridad y pudo distinguir varias características del lugar en el que se encontraba; el suelo lleno de manchas oscuras; un biombo, a punto de destruirse, que cubría la puerta; un espejo roto; un lavabo lleno de suciedad; y ella dentro de una bañera llena de algún líquido tibio y misterioso.
Haciendo un esfuerzo, se llevó la mano —llena de la sustancia— a la boca.
El estómago se le revolvió al descubrir el sabor de la sangre. « ¿Qué demonios? ¿Sangre?».
Un escalofrío la recorrió. El miedo y las dudas fueron apareciendo. Los recuerdos llegaron a ella cuando recuperó la nitidez.
« ¡La catedral, la casona! ¿Qué...? ¿Qué está pasando? ¿Y los demás?».
El estrepitoso y tétrico abrir de la puerta la dejó helada, sin tiempo a reaccionar o a pensar nada más.
No podía ver que o quien había abierto, ya que el biombo no se lo permitía, sin embargo una larga sombra se coló por debajo de la mampara.
Aguantó la respiración...
Uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos.
...Una figura se abalanzó sobre ella, con una rapidez inhumana.
No se pudo defender cuando aquella criatura le acercó su horrible rostro.
Percibió un olor a podrido y a humedad. Sintió gotas tibias resbalar por su cara, combinadas con las lágrimas de miedo que se le escapaban.
Luego, unas frías y grandes manos la tomaron por los tobillos. Arrastrándola fuera de la tina llena de su sangre.
—Ayúdame... —pidió Daniel, viendo a Chino a los ojos—. Ayúdame ¡Ayúdame! ¡Ayúdame! ¡AYÚDAME! ¡AYUDA!
Los chillidos desesperados fueron en aumento, helándole el alma a quien los escuchaba; un ser encapuchado, con hilos en sus articulaciones y costuras en los mismos lugares, empezó a cortar los dedos de Daniel. Uno por uno. Uno por uno. Uno por uno. Uno por...
La horrorizada mirada de Chino se llenó de lágrimas. No podía moverse, ni apartar los ojos; unas cadenas lo sujetaban. Cada vez que trataba de cerrarse a la realidad, un horrible dolor le perforaba el estómago, haciéndolo gritar y escupir sangre.
—¡Ayuda! Ayuda... Por favor... Por favor, ayuda... —El llanto del muchacho provocó risas en la marioneta; era un sonido parecido al chasquear de dientes. Algo macabro, monstruoso.
La sangre del torturado se esparció por el suelo con rapidez, formando un charco.
Los ojos de Chino se escurrieron a los pies de su amigo.
No quedaba ni un dedo. Los huesos, músculos y chorros de sangre, quedaban a la vista. Era grotesco, monstruoso.
Daniel vomitó. Con la cordura de la inconsciencia, Fernando agradeció tener estómago fuerte.
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El grito de las marionetas
HorreurLa consecuencia lastimera de una antigua maldición. Giran las ruedas del destino, ¡giran, giran y vuelven a girar! Miradlas. No dejan de gritar. Es ahora que el reloj marca susurros atroces: noches eternas y oscuras retorciéndose con odio. Se dejar...