Sus lunares.

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Eran muchos, 

más de los que yo podía contar

pero no me importaba.

Eran hermosos,

lástima que no pensabas lo mismo.

Recuerdo cómo los observaba, 

día y noche sin apartar la mirada de ellos.

Mi favorito siempre fue el que tenías bajo tu ojo izquierdo,

justo debajo de tus ojeras,

ese que siempre confundían con una más de tus pecas.

Tus lunares contaban historias, historias de vidas pasadas. 

Solía unirlos y formar constelaciones que solo yo entendía

porque tu cuerpo era toda una hermosa galaxia, porque tú eras todo mi universo.

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