DÉCIMO:

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Eres un objeto de espanto.

Has desaparecido para siempre.



La revancha de Miguel vino de la forma más cruel. No fue un ataque a su campamento de caídos, uno que cada vez se hacía más y más grande, o un golpe directo hacia su persona. No. Fue a través de su punto más débil. Layla. La halló una mañana recogiendo flores para hacer ungüentos a los heridos al borde de un acantilado. En ella habían funcionado perfectamente. Mientras en el cielo habían pasado días, en la tierra el tiempo se traducía a meses. Meses en los que su espalda sanó, no se atrevió a negar que extrañaba Edén y su alma se debilitó. Luchaba día a día por acoplarse, Lucifer la apoyaba con la misma paciencia y dedicación con la que guiaba a sus hombres, pero no todas las almas están hechas para el mismo recorrido y cada vez había más evidencias de ello como sollozos de arrepentimiento. Algunas son más fuertes que otras. Algunas relucen en el campo de batalla mientras que las restantes lo hacen transmitiendo paz con su voz.

«Cantar», sollozó Layla mientras paseaba sus dedos por el borde del abismo.

«Nací para cantar. Ahora que no tengo voz, estoy muerta».

Al momento de avanzar un par de pasos fuera del alcance de la tierra, su cuerpo se vio invadido por una extraña paz. Miguel había venido a abrirle los ojos, a enseñarle con su propia mente cómo Lucifer siempre la usó de excusa con el fin de hacerse con el trono de Dios. Todo lo que había hecho lo hizo por sus ansías de elevarse sobre él, ya que ese era su destino como Satanás, no para estar con ella. Lágrimas corrían por sus ojos, sumándose a las olas de aire que agitaban sus rizos, mientras caía. De tener su voz de nuevo, la cual le fue arrebatada con sus alas, y haber podido gritar no lo habría hecho. Era su último deseo que su corde jamás la hallara, pues conservaba la esperanza de seguir siendo lo suficientemente pura como para ser uno con el universo.

«Bondad en partículas de polvo», recordó con una sonrisa temblorosa.

Pero no fue así.

Lucifer fue tras ella a penas identificó a Miguel entre la nubes y se precipitó dentro del acantilado al no hallarla a primera vista. Minimizó el tiempo de llegada a ella al hacer uso de sus alas, pero esta vez no fueron lo suficientemente rápidas para salvarlos a ambos. Layla, sorprendentemente calmada, chocó contra el suelo lleno de espinas rocosas justo cuando estaba por alcanzarla. A pesar de haber nacido como un ángel, a pesar de su don de sobrevivir a todos, a pesar de que ninguna púa traspasó su pie, explotó internamente ante sus ojos. La distancia había sido demasiado para ella. Había sido como caer del cielo una segunda vez.

─Layla, no me dejes ─suplicó con la barbilla temblorosa─. Mi caelo.

Lucifer se esforzó por colocarla en una posición mejor sobre sus piernas. Sollozó por primera vez en su existencia cuando su serafín le guió las manos por un recorrido lento que terminó en su vientre. Estaba levemente abultado, no era una hinchazón exagerada, pero le bastó para comprender que de haber vivido unos meses más habrían sido dadores vida. No habrían sido Dios, pero habrían obrado el mismo milagro. De haber sufrido su mismo destino en el cielo, quedando desmembrado por partida doble, no habría sufrido ni la mitad de lo que sufría ahora. Su ángel, porque aún sin alas lo sería, estaba desvaneciéndose entre sus dedos a la par que la versión de Lucifer que amó. Él se iba con ella. Su alma se fracturó cuando Layla tosió. De su boca salió sangre y sus últimas palabras. Estas no fueron dichas ni con la sombra de lo que fue su preciosa voz en la cúpula de Dios, el lugar del que nunca debió haberla sacado.

─Te quiero, mi corde.

Lucifer la imitó acariciando su mejilla con dedos temblorosos─. Te amo.

Esas eran sus últimas oraciones como amantes, un dialogo en el que ella reconocía que lo amaba a pesar de su naturaleza y él que la amaba de la forma que le enseñó: con dulzura, pureza y paciencia. Ligero para la intensidad que él representaba. Con el corazón, la mente y el alma hecha pedazos, presenció como el fuego de la vida se extinguía de su mirada azul celeste. Como acto final, Layla le transmitió con un toque sus últimos minutos de vida: Miguel llenando su cabeza de mentiras bien elaboradas, la asfixiante traición que sintió al creer que fue usada, su decisión de saltar para juntarse al universo como los ángeles que no abandonan el cielo y, por último, su regreso a la normalidad al ver la desesperación en su rostro al hallarla. Eso la había hecho volver darse cuenta de que Lucifer sí la amaba, lo que nunca debió olvidar pero que Miguel distorsionó al aprovecharse de su mente inestable.

Cuando sus párpados finalmente se cerraron, los de Lucifer también lo hicieron. Vio entonces un resumen de lo que Layla le enseñó y encontró lo que buscaba: a fin de cuentas fue creado para ser la contraposición de Dios. Todo por lo que pasó desde su creación fue parte de un plan para que Dios pudiera darse la oportunidad de ser amado libremente por la humanidad usándolo de antítesis para garantizar  su elección, frente a la oscuridad siempre escogerían la luz, pero a partir de ahora sería la misión de Satanás, no de Lucifer,  impedir que eso sucediera al crear ese camino diferente y fácil como segunda opción. Se levantó tras depositar un beso en sus fríos labios sin lamentar que sus alas, las más hermosas del Edén, se estuvieran marchitando. 

Layla, su Layla, no se convirtió en bondad en partículas de polvo.

Pero sus cenizas fueron las que dieron inicio al infierno.


Gracias por sus votos y comentarios ♡  

El infierno empezó contigo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora