Prólogo

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Alejo Rodríguez se levantaba todos los días a la misma hora. Era temprano todavía, pero no le costó mucho desperezarse, aunque lo intentara no conseguiría seguir durmiendo. Su cuerpo ya estaba acostumbrado a esa hora. Tapó a su esposa con cuidado y pasó con nostalgia por las habitaciones vacías de sus hijos como había hecho tantos años atrás. ¡Qué mayor estaba! Decidió que hoy los llamaría, hacía varios días que no hablaba con ellos, especialmente con Rubén Darío, su hijo menor. Cuando llegó a la cocina sus perros le saltaron juguetones, pensó que por lo menos ellos siempre se alegraban de verlo, sin importarles la hora. Podría levantarse más tarde, pero al vivir alejado de la capital, tardaba una hora y media cada día en llegar a la empresa y le gustaba llegar antes para preparar el día. Con parsimonia, se preparó su bebida habitual, era consciente de que un carajillo antes de ir a trabajar no era lo más adecuado, pero nunca le había ocurrido nada grave al volante y realmente le ayudaba a despabilarse. Abrió la cortina para observar el tiempo, los días estaban tristes en Madrid, el invierno hacía su aparición y a pesar de las luces de la calle, parecía medianoche, todavía no había amanecido y una espesa niebla dificultaba la visión más allá del jardín que su esposa cuidaba con dedicación.

Cogió un paraguas y su maletín y se mentalizó del tiempo que le quedaba por delante en la autopista. Mientras conducía vio un reflejo por un lado del asiento del copiloto y estiró su mano con cuidado hasta que sus dedos tocaron algo frío. Miró con burla un pequeño reloj de muñeca en un color pastel. Tenía la correa rota. Seguramente se le habría caído a la niñera de sus sobrinos el día anterior cuando la alcanzó a su casa. Bueno, mejor, de esta forma tendría una excusa para visitarla esa tarde, lo guardó en la guantera. Como vivía en la misma calle que su cuñada, le gustaba pasarse a saludar a sus sobrinos, los pequeños de la familia, con frecuencia, ya que pasaban bastante tiempo sin sus padres a manos de la señorita Leire, como le gustaba llamarla.

Llegó a su despacho a la misma hora de siempre, se tomó un café con las personas adecuadas y trabajó durante todo el día sin muchas pausas, tenía bastantes cosas serias que solucionar, casi lo menos importante eran las cámaras de los aparcamientos del edificio que llevaban rotas más de una semana, de ese día no pasaba que llamaría a un técnico, no era cuestión de que a algún listillo se tomara demasiadas libertades....

Salió un poco antes para poder hacerle una visita a la niñera. Tenía un profundo dolor de cabeza, menos mal que siempre tenía una botella de brandy en los cajones de su mesa. El día continuaba bastante oscuro, las calles del centro de Madrid seguramente estarían bastantes colapsadas a esas horas y se decidió tomar una secundaria.

Encerrado en sus pensamientos no se dio cuenta de que había acelerado y se acercaba a un cruce. ¿En qué momento había alcanzado semejante velocidad? Quizá el pavimento mojado había contribuido a ello, debería revisar las gomas. Intentó frenar, pero se le aceleró el corazón al descubrir que no le funcionaban. Puede que fuera una imaginación suya y lo volvió a intentar, pero mantuvo la misma velocidad y el semáforo en ámbar le indicaba que le quedaban pocos segundos para que el resto de vehículos se pusieran en marcha. Un sudor frío le recorrió el cuello. ¿Qué hacía ahora? Pisó el pedal con fuerza por si estaba atascado, desesperado intentó soltar su cinturón para abrir la puerta y salir, pero los nervios lo traicionaron y sus manos temblorosas no atinaron.

Al cambio de luces, un camionero que venía del sur llevando un cargamento de cemento continuó con su trayecto, pero de pronto, un coche se interpuso en su camino. Por puro instinto giró el volante para intentar evitar el impacto, pero un fuerte ruido le hizo saber que no había sido así. Luego, el enorme vehículo, desequilibrado por el golpe, cayó hacia un lado provocando que su conductor perdiera el conocimiento.

-¿Nos encontramos frente a un accidente por ebriedad?¿Cómo es posible que el señor Alejo Rodríguez fuera incapaz de ver el semáforo?-preguntó un policía de tráfico revisando los papeles que habían podido rescatar del maletín de la víctima, que había fallecido en el acto.
Tal y como había quedado el coche tras el choque dedujeron que iba a gran velocidad.

-Tendremos que esperar al análisis de las pruebas y de los técnicos, pero parece ser que el señor Rodríguez se quedó sin frenos.

No es un adiós, es un hasta luego, LeCoeurRebelle

Al cambio de lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora