Acabamos justamente
donde empezó todo.
Mis pies colgaban de la barandilla
y sus manos se concentraban en hacer
música.
Nos dedicamos a observar con miedo
a que nuestras últimas palabras
fuesen de despedida.
La ciudad está apagada
pero aún veo chispas en sus ojos.
-¿A quién le dedicaré canciones cuando te vayas?
Preguntó con miedo.
-Puedes seguir dedicándomelas a mi, cariño. Nunca me iré del todo.