22.- Capítulo veintidós

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Viktor a regañadientes dejó que Sylvia revisara a su mujer, tenía que aceptar que era la única opción que le quedaba, con Otto detenido, no disponía de nadie para la salud o la llegada de su hijo.

Entrada la madrugada Alina comenzó a tener fiebre, Viktor desesperado fue a despertar a Sylvia que junto a Frederick habían decidido quedarse a dormir en casa de Viktor por si los necesitaban. Sylvia corrió hasta el dormitorio. La joven embarazada se encontraba inquieta, tomó el termómetro y con ayuda de Viktor se lo colocó.

Tenía treinta y nueve grados de temperatura, Sylvia mandó a desnudarla y meterla en una tina con hielo, Frederick rápidamente se encargó de poner agua fría y hielos en la tina, mientras los otros dos la desnudaban. Frederick salió del cuarto de baño, sintiéndose inútil al no poder ayudar en nada más.

Al ver la dificultad de sostener a Alina dentro de la tina, Viktor optó por meterse junto con ella. Pasaron mínimo dos horas antes de que a se le regulara mínimamente la temperatura.

Dieron las seis de la mañana cuando un preocupado y nervioso Frederick entró en la habitación.

–Viktor, es hora de irnos.

Sabía que tenía que dirigirse al campo, pero le dolía demasiado dejar a Alina en ese estado.

–No te puedes quedar Viktor, vendrán a buscarte si llegas a faltar, Sylvia se quedará con ella, no te preocupes, si algo llegara a pasar ella nos avisará.

Viktor dudó, pero al ver a Alina un poco mejor, ya sin fiebre y el saber que Sylvia, aunque era una persona no de su agrado, sabía algo de enfermería, lo tranquilizo un poco, he hizo que saliera rumbo al trabajo.

Al llegar al campo, el ánimo de Viktor era espantoso, la preocupación por Alina no lo dejaba pensar, a eso sumándole la falta de sueño, la cabeza le estallaba. Su día de por si malo, empeoro al llegar y ver a Gibbs esperándolo en su oficina.

–¡Heil Hitler!

–Buenos días –respondió Viktor ignorando olímpicamente el saludo reglamentario.

Gibbs sonrío, al parecer Viktor estaba de mal humor, y eso para él era el paraíso. Tal parecía que sus sospechas de que la mujer muerta si era la judía de Schultz y saber eso lo satisfacía.

–¿Mal día? –preguntó Gibbs.

–Para nada, al contrario.

A pesar de su dolor de cabeza y su preocupación, Viktor no planeaba darle la satisfacción a Gibbs de verlo derrotado.

–Necesito tu informe sobre la fugitiva, el mío ya se encuentra en tu escritorio, Lenz lo requiere para antes de las dos. –diciendo eso, salió de la oficina sin ver atrás.

¡El maldito informe! Estaba más que obvio que se olvidaría de él. No tenía cabeza para hacerlo. Salió de su despacho rumbó a la oficina de su amigo, en el camino no pudo evitar ver a todos las judías que ahí residían, muchas se hacían para atrás con temor conforme él se acercaba, otras que sabían que él no era como los otros solamente lo ignoraban.

Una niña en particular le llama la atención, era una pequeña de piel blanca y ojos azules, claramente no era judía, al contrario, era aria, ¿Qué hacia una pequeña niña aria en el campo?

–Tu nombre –exigió Viktor.

La pequeña lo miró con temor, sus grandes ojos azules comenzaron a retener gruesas lágrimas, que la pequeña trataba de no derramar.

–Alina.

Viktor abrió los ojos sorprendido.

–¿Qué haces aquí? –Viktor miró a todos lados, rogando a dios que ningún soldado, oficial o Gibbs lo estuviera viendo.

La pequeña no pudo responder, el miedo la paralizó, los pequeños pantalones a rayas que tenía puestos, se comenzaron a mojar conforme la orina era derramada.

–No llores, no pienso hacerte nada –miró de nuevo a todos lados –Ven conmigo.

Al ver que la niña no se movía, la tomó del brazo y se la llevó, a punto de llegar al despacho de Frederick, un soldado se topó de frente con él, en un intento de no levantar sospechas Viktor golpeo a la niña, gritándole que se callara, el soldado siguió su camino sin más.

La niña lloraba, tocándose la mejilla adolorida por el golpe, Cruzó rápido la puerta, Frederick sé levando de golpe de la silla.

–¿Qué pasó? –Quiso saber Frederick.

–¿Quién es esta niña? No entiendo que hace metida aquí.

–No tengo idea –Frederick se agachó a la altura de la pequeña y le preguntó: –¿Cuándo llegaste aquí?

La niña no respondía, aun recordaba el golpe, se encontraba aterrorizada.

–No te haremos daño, nosotros no somos como ellos –le dijo Frederick.

–Él me pego –le susurró la pequeña, señalando a Viktor.

Frederick alzó la vista, le era imposible creer eso, Viktor entre todos era incapaz de pegarle a una niña.

–Lo siento mucho, pero tuve que hacerlo, Jennings me vio con ella. –le explicó.

Frederick asintió, entendiendo el porqué de su acción

–Él lo siente mucho, pero te prometo que si intenta hacerlo de nuevo yo lo detendré, ahora si ¿me puedes decir cuándo llegaste? –volvió a preguntar Frederick.

–Ayer –susurró la niña.

Frederick se puso de pie.

–No fui notificado sobre la llegada del tren.

–Yo mucho menos. –le respondió Viktor. –Se llama Alina. 

–¿Eso es cierto? ¿Te llamas Alina? Así se llama su esposa –le dijo Frederick como si fuera un secreto.

–La llevaré conmigo –dijo Viktor. 

 

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En el corazón de un AlemánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora