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Susan's POV 

Caminaba por los pasillos con la misma seguridad que sentiría si fueran míos. Bueno, en cierto modo, eran completamente míos. Los alumnos abrían un pasillo para que yo pudiera pasar. Yo tenía lo que quería, cuando lo quería, donde lo quería y de quien lo quería. Dicen que no es aconsejable que el pueblo te tema si lo que quieres es gobernar, pero honestamente, es mucho más divertido. 

Cualquier persona pensaría "Pobrecita, necesita tan desesperadamente la atención de los demás que se comporta de esa forma". Pero la verdad es muy diferente. Sólo intento protegerme. Dicen que la mejor defensa siempre ha sido un buen ataque. Ya me hirieron suficiente aquella noche hacía tanto tiempo atrás. "Céntrate, Susan", solía pensar. "Ya tienes 15 años, eso pasó cuando eras una cría de 12". 

A pesar de todo, mi fachada podía aguantar prácticamente cualquier golpe. Me contoneaba haciendo que mis mechones pelirrojos bailaran a cada paso, casi como las llamas de fuego de las chimeneas. Sonreí con poderío. A pesar de que mi rostro pecoso hacía mi aspecto más infantil, el peso de mi mirada negra y profunda me hacía parecer una mujer. 

Miraba al frente y vi a ese pardillo de mi curso con el que me entretenía insultándolo. 

—Tobías, ¿cierto?—le dije. 

—Tristán—masculló él ajustándose sus enormes gafas de pasta. ¿Se creía hipster con su gorro y sus lentes? 

—Como sea—dije haciendo un vago gesto con la mano. Miré a mi derecha y luego volví a mirarle a él con malicia.— ¿Te importaría hacerte a un lado?

—Claro—murmuró él arrastrando los pies hacia mi derecha. Mientras él caminaba yo le obstaculicé el camino colocando "sin darme cuenta" mi pie. El pobre chaval cayó de bruces al suelo. Su gorro se le cayó, dejando al descubierto una importante mata de pelo castaño. Sus gafas de pasta acabaron algo lejos de su alcance y yo las envié de una patada hasta el final del corredor. Me reí. Sus ojos castaños de perro abandonado me miraban con odio. No me importaba. Ya me había acostumbrado a esas miradas. 

—No tienes por qué tratar así a las personas—me dijo alguien cogiéndome del brazo y obligándome a mirarla. 

Yo era algo más alta que ella, tan sólo un par de centímetros, y eso que ese día no llevaba tacón. Sus ojos eran azules y sorpresa, sorpresa... me miraban con asco, repulsión y odio. 

—¿Y tú quién se supone que eres?—le espeté soltándome de su mano sin dejar que mi sonrisa vacilara. 

—Kate. 

—Pues... Kate, lamento decirte que así es la vida y yo trato como me da la gana a quien me da la gana, ¿has entendido?

Un murmullo empezó a crecer. Anda, ya no sólo era la odiada, ahora también era el p#to espectáculo. 

—No tienes por qué se cruel—repitió ella tratando de calmarse. 

—¡La vida es cruel!—le grité. 

—No, no lo es. No sabes nada de la vida. No tienes vida. 

Reconozco que perdí los estribos. No tanto como para patearle la cara, pero estuve cerca. ¿Quién se creía que era esa mocosa para decirme a MÍ que no sabía nada de la vida? Había personas que aún vivían en la ignorancia pensando que las cosas malas solo suceden en las películas. Que en la vida real nadie asesinaba, robaba, secuestraba o... o... o violaba. Pobre ingenua. No la puedo culpar. Dicen que la inocencia es felicidad. 

—Una estúpida mocosa como tú no tiene ningún derecho a decirme que no sé nada de la vida. ¿Te crees que la vida real es un p#to cuento de hadas donde los problemas se solucionan con el j#dido "Bibidi Babidi Bu"? Pues lamento decirte, princesa, que en esta vida se sufre. 

—Puede que no sepa nada de la vida, pero sé muchísimas más cosas que tú. Al menos yo sé lo que es el cariño, la amabilidad, la amistad, el amor... tú sólo conoces la mezquindad, la crueldad y el sufrimiento ajeno. 

Yo temblaba de la rabia. Cada latido de mi corazón se sentía como si mi cuerpo entero palpitase. Apreté los puños y forcé una sonrisa. Tenía que demostrar que mi dignidad valía más que aquella niñata inconsciente. Ella también parecía enfadada. Pero yo no había dicho más que verdades. 

Entonces llegó el estúpido del director. Él sí que no entendía nada. 

—Señoritas, estáis montando un escándalo. 

Fui a replicar, pero él alzó una mano creyéndose importante y añadió antes de yo pudiera decir nada:

—Estáis castigadas. Después de clase tendréis que... tendréis que... limpiar y organizar la biblioteca. Sí, eso. La convivencia hará que se resuelvan vuestras disputas. 

—¿Cómo?—exclamé. 

«Muérase, j#dido c#brón». 

—Yo no pienso hacer nada con ella—replicó la rubia. 

—¡¿Y tú eres la que se queja?!

—Callaos las dos. Lo haréis. No se admiten réplicas. 

Pude ver sonrisas triunfales en muchas caras del pasillo, y algunas de lástima dirigidas a... a esa. 

«Maldito giliflautas». 

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Primer capítulo de la segunda temporada de "Mis perfectas imperfecciones". No es necesario leer la anterior para comprender ésta. Está co-escrita con soysensiblejdr. Sí es preciso que leáis las dos historias a la vez para entender la historia. 

Gracias por vuestra atención. 



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