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Por un largo momento el tiempo pareció congelarse. Parecía que al siguiente segundo Chat Noir volvería a abrir los ojos y haría una absurda broma sobre estar recostado en el regazo de Ladybug. Ella esperó un momento... y luego otro... y otro más...
―Despierta... ―Tocó su mejilla con la punta de los dedos; no hubo reacción.― Kitty...
Con los ojos muy abiertos, las lágrimas se agolparon y comenzaron a caer sin pausa de nuevo. Su garganta se cerró y su cuerpo comenzó a temblar. Se aferró de nuevo a él, la boca abierta en un horrendo grito silencioso que le sacó todo el aire de los pulmones. Los sollozos pugnando por escaparse desde dentro de su pecho.
―...en... no me dejes... ¡Adrien!
El llanto desgarrador de una heroína hacía eco en esa fría tarde parisina.
A lo lejos, el ruido de las sirenas de ambulancias acercándose comenzaba a escucharse, rompiendo la aparente quietud después de la terrible tormenta que había azotado a los parisinos aquel día.
"Demasiado tarde"
Si hubieran llegado un minuto antes tal vez, solo tal vez, tendría esperanza, pero ya era muy tarde.
Con su mano aún temblando, alcanzó la mano derecha de Chat Noir. Con cuidado le quitó el anillo negro y en un segundo tenía en los brazos a Adrien Agreste. El pequeño kwami de color negro con orejas gatunas se posó sobre su pecho, empujándolo, como si tratara de reanimarlo.
―¡Adrien! ¡Oh muchacho, abre los ojos! ¡No puedes simplemente irte así, oíste!
Una nueva oleada de dolor barrió a través de Ladybug al escuchar su aguda voz quebrándose con la incrédula tristeza que la invadía. Adrien no volvería. Ni él ni Chat Noir estarían de nuevo junto a ellos. Las sirenas se escuchaban cada vez más cerca.
―Tikki...
Con voz rasposa y baja indicó que necesitaba revertir su transformación. Su propio kwami salió de sus pequeños aretes y se posó sobre su hombro, acercándose a su cuello para abrazarla a su manera.
―Marinette, lo lamento tanto...
No respondió. Era un dolor físico tan solo pensar en formular alguna expresión coherente. En vez de eso solo asintió una vez, ligeramente, y después acarició la mejilla de Adrien con sus nudillos. Su piel era extremadamente suave, aún sin rastro alguno del vello facial que la mayoría de los veinteañeros tenían. Su tono, que siempre había sido claro y cremoso, ahora se veía demasiado pálido, y el único color que había en sus labios blancos era la mancha roja en el centro provocada por la sangre acumulada en su boca.
Se inclinó sobre él y lo besó, grabando la sensación suave y tibia y el gusto ligeramente ferroso de sus labios en su memoria, deseando con todas sus fuerzas que no fuera un beso de despedida para su único compañero.
Después de unos segundos se separó de él, estupefacta. El pequeño y delgado hilo de una telaraña(*) bajaba ante sus ojos, resplandeciendo tenuemente como un cabello de plata. Miró fijamente los pálidos labios, sintiendo como su corazón se aceleraba. Esta vez pudo confirmar visualmente lo que había creído sentir momentos antes. Los labios de Adrien se movieron ligeramente: su respiración, aunque extremadamente superficial, aún era más o menos continua. La diminuta flama de esperanza que casi se había extinguido dentro de ella creció en un instante hasta convertirse en un violento incendio.
―...yuda... ―Su voz sonaba ronca y apagada al salir a través de su tensa garganta―. ¡Auxilio! ¡Por favor, que alguien me ayude!
Gritó más y más fuerte y no pasó mucho tiempo hasta que aparecieron varias personas a la vez que, de inmediato, se acercaron para socorrerla. Algunos llamaban al hospital y a la policía con sus teléfonos móviles y otros la ayudaban a hacer presión sobre y debajo de la herida de Adrien. Un hombre joven se ofreció a llevarlos a la sala de urgencias justo cuando llegó la ambulancia.