Tercera y última parte. Por favor lean la nota final.
.
.
Adrien Agreste despertó, abriendo los ojos apenas unos milímetros y teniendo que volver a cerrarlos ante la deslumbrante luz que taladró sus pupilas dilatadas. Parpadeó algunas veces, obligando a sus ojos a acostumbrarse al ambiente que lo rodeaba.
La deslumbrante e hiriente luz en realidad era apenas la tenue iluminación del ocaso que entraba gracias a las cortinas descorridas que no reconoció.
"Esta parte de la muerte se parece a un hospital... Ok, deja de ser un idiota, obviamente no estás muerto... o eso parece..."
Y realmente no podía estar seguro, a pesar de que le dolía cada musculo del cuerpo de una manera muy real y de que podía escuchar el constante pitido de un monitor vigilando sus signos vitales, no sabía si en cualquier momento esa aparente realidad podía desaparecer como lo que había visto antes.
"Lo que vi... ¿qué era?"
Hacía apenas unos segundos era claro como un cielo despejado y ahora lo único que venía a su mente eran manchones borrosos de diferentes colores y grados de luz. Sentía que se estaba olvidando de algo sumamente importante pero cuando estaba a punto de recordar, se le escapaba como agua entre los dedos.
Estaba lidiando con la frustración del olvido y con el dolor en todo el cuerpo cuando la puerta de la habitación se abrió.
Marinette entró con la cabeza gacha, examinando algunas hojas de papel que tenía entre las manos. Su ceño estaba fruncido en concentración y bajo sus ojos se marcaban unas ojeras tenues pero reveladoras.
Cuando ella levantó la cabeza y lo vio, mirándola, las hojas cayeron de sus manos, se congeló un segundo eterno y después se lanzó hacia la cabecera de la cama con los ojos anegados en lágrimas.
―¡Oh, Dios mío! ¡Adrien!
Ella acarició su mejilla con delicadeza. El simple roce de las puntas de sus dedos envió una oleada de calor y alivio a través del cuerpo maltrecho del muchacho. Sus ojos picaron y su garganta se cerró un poco. Marinette apoyó su frente contra el hombro de Adrien, y aferró con manos temblorosas la manga de su bata de hospital sin poder parar de llorar.
―¡Adrien! ¡Adrien, despertaste! ¡Dios, gracias! ¡Muchas gracias!
Ella no dejaba de agradecer y de repetir su nombre. Sentía las cálidas lágrimas mojando su delgada vestimenta poco a poco. Adrien parpadeó rápidamente para intentar alejar la humedad en sus propios ojos e intentó tragar el nudo que tenía en la garganta. Había algo que tenía que hacer antes que cualquier otra cosa.
―Marinette...
Ella levantó la cabeza pero él acunó sus tiernas mejillas entre sus manos y, como estaba demasiado adolorido para levantarse, la atrajo más y más cerca hasta rozar su boca, tierna y suave como botón de rosa.
Sintió las lágrimas de Marinette caer sobre su piel y se permitió dar paso al alud de emociones que amenazaba con sepultarlo. Felicidad, alivio, euforia, incredulidad, entre tantas otras. Sus propias lágrimas resbalaron desde la línea de sus pestañas y sus brazos se cerraron alrededor de los delicados hombros de ella.
Fue un beso largo, dulce, lleno de gratitud por el simple hecho de volver a sentir el calor del compañero que creían haber perdido. Se abrazaron como si no quisieran volver a soltarse nunca. El ligero peso de la muchacha recostada en su pecho provocaba oleadas punzantes de dolor en todo su cuerpo pero no tenía intenciones de dejarla ir. Ella, sin embargo, terminó por percatarse de eso y se separó de él bruscamente, haciendo que los brazos masculinos cayeran flojos en la cama.
