Encuentros

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Martes – soleado, un día agradable


Como decidí usar mis días de vacaciones, ahora tengo una semana libre para investigar libremente cada idea loca que cruza por mi mente. Pero ese día soleado que se colaba por la ventana me hizo sentir unas ganas de salir y sacudir esas sombras de los dos únicos sueños que he tenido. Me obligué a desenmarañar mi cabello y darme una ducha tibia – si, hacía calor pero el agua fría y yo no nos llevamos – sequé sin entusiasmo mi cabello y volví a cepillarlo, me coloqué una polera veraniega y unos pantalones de cotelé.

Me aseguré de dejar todo con seguro y salir con una mochila pequeña con la billetera, llaves y el móvil – aunque no creo que alguien me llame – cerré la puerta de calle con doble llave y me encaminé al centro. En transporte público.


Bueno, no soy alguien que tenga una gran casa con un gran patio como siempre he deseado, ni tengo un auto, pero estoy feliz con el hecho de tener mi casa propia y lejos de mi familia – lo bastante cerca para visitas, pero lo bastante lejos para que no sean seguidas – pero creo estar feliz con lo que tengo, aunque deba usar el pesado transporte público para pasear por el centro.


Me bajé a unas calles, se me antojó caminar un poco para variar el encierro y la paranoia, el día era bueno, el clima agradable y casi no había gente – ventajas de pasear en un día laboral – uno que otro perro callejero y muchas palomas que ni vuelan cuando caminas por su lado. Pasé frente a un café y no pude resistir sentarme a comer una porción de pastel de chocolate y una gran copa de helado con crema batida y esas galletas que colocan de adorno.


Bien, aclaremos: no siento hambre, pero eso no quiere decir que no disfrute la comida ni que pueda comerla por gula. Y amo lo dulce.


Me senté en la terraza a disfrutar de la copa de helado y luego de mi porción de pastel mientras la gente iba y venía de la tienda, un hombre se sentó tras de mí y creo que pidió un café – ¿Quién pide un café con este clima? – no quise fijarme mucho en él para no parecer mal educada y fui a pagar por mi comida. Seguí caminando por el centro y entré a una que otra tienda de ropa para salir con las manos vacías – no soy de andar comprando ropa pero me gusta ver si hay algo interesante – fui a unas tiendas de chucherías y compré un prendedor con forma de colibrí con piedras verde y rojas, luego pasé frente a una librería en rebaja y no salí hasta dos horas después con tres libros nuevos que conseguí en oferta y con descuento.

Al salir me di cuenta que ya mi día estaba por terminar, el sol comenzaba a esconderse y la gente ya salía de sus trabajos y llenaban las calles, el viaje a casa seria largo y pesado. Caminé hasta una plaza cercana, no tenía ganas de volver en un transporte atiborrado de gente con mal humor por lo que me senté en una banca bajo una farola y comencé a leer el primer libro recién comprado.


¿Cuánto se había afectado mi percepción del tiempo?


Recuerdo que mientras leía, era consciente de la gente que caminaba a mí alrededor, gente que se sentaba y se paraba minutos después ¿o eran horas? Miré mi móvil para estar consciente del tiempo pero no fue hasta que la luna estuvo alta en el cielo que decidí irme.


Sentía que algo iba mal.


Poco después de yo abandonarme en la lectura, noté un hombre que se sentaba unas bancas mas allá, en la oscuridad, le había prestado tanta atención como a los transeúntes que pasaban por mi lado, solo manchones que se movían a mi alrededor. Pero ahora que la luna estaba en alto y yo me preparaba para marchar, noté que él todavía permanecía en la misma banca, con un libro grueso en sus manos. Me asusté y caminé hacia un colectivo estacionado sin recorrido.

Diario de una inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora