18/02/1803
Las mujeres vestidas de blanco me sostenían y dirigían hacia el pabellón infantil. Yo no podía dejar de reír, reía a carcajadas que retumbaban por todo el pasillo casi oscuro, tan vacío, tan apagado, que sentía la necesidad de darle un poco de vida. ¿Cómo? ¿Haciendo que toda esa gente sanara? No. Disfrutaría viéndolos empeorar, escuchando sus divagues, haciéndoles creer que estaban en lo cierto.
-No estoy loca. Lo que yo hago, lo que yo soy, nada de eso tiene que ver siquiera con una enfermedad mental.- Les dije a ambas mujeres, que no dejaban de mirarse entre ellas. Se limitaron a callarse, pero yo no me iba a dar por vencida. Por muy fuerte que pareciera, no podía quedar encerrada ahí toda la vida. Me aterraba la idea, pero al mismo tiempo me gustaba. Cerré los ojos, apenas unos segundos, concentrándome, pensando que hacer, cuando una voz retumbó en mi cabeza «No te preocupes, vida mía, conseguiremos salir de aquí, todas nosotras, y nos vengaremos. Algun día, nos vengaremos de ellos.» Abrí los ojos cuando la suave voz abandonó mi mente, mi respiración agitaba daba indicios de lo alarmada que estaba. No cabía duda entonces de que en éste lugar, yo no era la úncia bruja.