El Secreto Del Lago Emily

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La primera vez que mentí a mi esposa fue en nuestra luna de miel. Nos encontrábamos en el Lago Emily, donde ella había pasado cada verano de su infancia. Era el lugar que ella amaba más en el mundo.

Una tarde alquilamos una barca en nuestro hotel para ver juntos el atardecer, y poder bañarnos desnudos si no había nadie cerca.

Dios, ella estaba preciosa, con su vestido rojo favorito y su piel brillando por la luz anaranjada del sol. Recuerdo pensar en ese mismo momento en que era el hombre más afortunado de todos.

"¿Te he hablado alguna vez de Emily?" Me preguntó meciendo su mano sobre el agua en calma.

"Se ahogó aquí, hace años. Su cabello largo se enmarañó en las algas mientras ella nadaba. Nadie se dio cuenta de que había desaparecido. La encontraron al día siguiente, flotando cabeza abajo, con las puntas de sus pies asomando por la superficie y su pelo enredado en las algas."

"Cielo santo."

"Ella embrujó este lago." Continuó mi esposa, claramente disfrutando asustándome.

"Mi abuela siempre decía: Recoge tu pelo cuando nades o Emily tirará de él para abajo."

"El mejor lugar para una luna de miel." Dije.

Rió.

"Tan sólo es una historia de fantasmas. Vamos a nadar."

"¿Ahora? Sabes que me encanta el agua, pero está oscura y llena de algas. ¿De verdad quieres nadar aquí?"

"Siempre tomo precauciones." Dijo mi esposa, recogiendo su cabello con un bonito lazo rojo que conjuntaba con su vestido.

"Además, adoro este sitio. Nada puede hacerme daño aquí."

Se quitó toda su ropa y se zambulló en el agua.

Segundos después, se agarró a la barca, jadeando.

"Algo... algo ha agarrado mi pelo." Susurró.

Pensé que estaba de broma, pero el miedo de sus ojos se veía muy real. La envolví en una toalla y saqué a mi esposa del agua lo antes posible.

Luego ella rió.

"Debo ser la persona más tonta del mundo." Dijo secándose su pelo.

"Me he asustado a mi misma con esa estúpida historia. Tan sólo ha sido mi imaginación. Me encanta este sitio."

Asentí, pero tan sólo quería abandonar ese maldito lago. Comencé a subir el ancla.

"Nada puede hacerme daño aquí."

"Claro que no." Confirmé.

Una mentira.

Porque cuando el ancla salió del agua, vi el lazo rojo de mi mujer. Atado con un precioso nudo a la cadena.

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