— ¿Te encuentras mejor? — Pregunta de nuevo haciéndome rodar los ojos por milésima vez. ¿De verdad piensa que esa es una buena pregunta? — ¿Puedes al menos decirme cómo te llamas? —
— Adivínalo. — Me bufo de él al tiempo que llevo mi refresco a la boca.
— Si lo hago, ¿vas a decirme que no aunque haya acertado? — Alzo la vista hacia el por primera vez desde que me trajo aquí y me quedo en silencio. Realmente tenía pensado hacer eso. — Ya... Entonces prefiero no intentarlo. —
— ¿Y tú? ¿Cómo te llamas? — Le devuelvo su misma pregunta con un tono más molesto que antes. El chico me mira fijamente y suspira.
— Harry. — Habla en voz baja y disimuladamente mira a nuestro al rededor como si tuviera miedo de que alguien lo hubiera escuchado. ¿Quien demonios se cree que es?
Una vez más nos quedamos en silencio, y lo agradezco. Quedarse callado es lo único que ha hecho bien desde que me trajo aquí a la fuerza. Debería haberme dejado saltar, así no tendríamos que pasar por eso, por nada, nunca más. Observo el local en el que estamos desde mi asiento, las luces de neón del cartel exterior todavía me ciegan a pesar de estar dentro, los asientos parecen haberlos sacado de una serie de los años sesenta y la pared está llena de cuadros de actores y cantantes muertos que por alguna razón la gente adora. Observo por sexta vez el reloj de pared que hay tras el mostrador, impaciente por el momento en el que me traigan la comida que, por supuesto, él va a pagar. Mis ojos se iluminan al ver la bandeja llena de hamburguesas, patatas fritas y palitos de queso con salsa picante. Aunque he de decir que la vista no es tan hermosa si a quien miras es a la camarera, una cincuentona 'mascachicles', con peinado de rulos y que seguramente se llame Betty.
Cojo la hamburguesa más grande y grasienta con mis manos y le doy un enorme bocado, no he comido nada en más de dos días. Cierro los ojos disfrutando de la explosión de sabores que se mezclan en mi boca y dejo salir un gemido. Harry me observa en silencio, detenidamente, me analiza con la mirada. Es muy molesto, sobre todo la expresión de lástima que su cara refleja. Normalmente le diría algo, pero me temo que estoy demasiado ocupada disfrutando de mi comida como para molestarme en tan siquiera dirigirle la palabra. Tan solo lo insulto en mis pensamientos. Una vez que termino la hamburguesa, cojo un puñado de patatas y seguidamente me como los palitos de queso, todavía me quedan la mitad cuando mi estómago me dice que no puede más, y en cuestión de minutos empiezo a encontrarme mal.
— ¿Quieres algo más? — Dice, todavía observándome.
— No, solo... Tengo que ir al baño. — Intento que no se de cuenta de mi malestar y lentamente me levanto, sintiendo como la comida regresa a mi boca.
— Bien, te espero. — Odio la forma en la que actúa, tan seguro de si mismo, como si me estuviera haciendo un favor.
— Puede que tarde. — Intento deshacerme de él, pero puedo ver por su postura que no tiene la menor intención de marcharse.
— No te preocupes, tómate el tiempo que necesites. — Y una vez más ruedo los ojos. Abro la boca dispuesta a contestarle, pero ha no puedo aguantar más y me voy al baño.
Cierro la puerta con pestillo y me arrodillo frente al wáter, apenas he subido la tapa cuando todo lo que llevo dentro es expulsado por mi boca. Mis ojos se llenan de lágrimas y, cuando por fin creo que ya he terminado, vuelvo a vomitar. Me siento apoyando mi espalda contra la pared y cierro los ojos intentando recuperarme. Limpio mi boca con un pañuelo y tiro de la cadena. Bajo la tapa y me siento en ella. Las voces empiezan a gritar en mi cabeza, ¿Qué es lo que he hecho? No debí haber comido, sabía que era un error. Ahora engordaré, estoy llena de grasa, doy asco. Merezco un castigo. Busco en mi calcetín la navaja que siempre llevo conmigo y la abro, remango la manga de mi chaqueta, descubriendo así todas las marcas que hay en mi brazo, unas ya cicatrizadas y otras todavía sin curar, acerco la navaja a mi piel y corto. La sangre enseguida se asoma y de repente todo se queda en silencio, ya no hay ruido y tampoco dolor.