Capítulo 12 - La fiesta, parte I

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Por primera vez en casi un año, Jordan volvía a salir para algo que no fuese entrenar o ir a la escuela. Era el mes de noviembre, y las cosas para el rubio iban mucho más que mejor. Había dejado de aislarse de la gente, y había comenzado a socializar. Era quizás por eso que su profesor de literatura le había subido la nota. Quizás por culpa, creía.

Era su cumpleaños, sí. Y aunque nunca lo había celebrado más que una pequeña reunión con su familia y - o- Pamela, no podía negarse esta vez. O no debía de negarse, claro. Alan lo invitó a salir, suponía, a un parque de diversiones. No recordaba la última vez que había ido. ¿Realmente había ido alguna vez?

Eran las diez de la mañana, y el domingo parecía un poco más prometedor que la semana anterior. Luego de una tormenta de casi dos o tres días, el fin de semana brillaba aún más. 

-Para ser el invitado, se supone que no tengo que esperar...- murmuró. Hacía una hora lo esperaba en la fila para comprar las entradas. Era un poco normal esperarlo a Alan, pero igualmente desesperante.

-Me encanta tu camisa.

Se dio vuelta, y lo vio parado, con cara de idiota y con un paquete de colores en la mano. Era pequeño, pero estaba bien envuelto. "Espero que no hayas tardado para envolver el regalo ése" le recriminó Jordi en su mente. Volvió a mirarlo a la cara, y sonrió. Tenía una remera de los New York Yankees, y una gorra, también de los yankees. Se percató de que estaba sonriendo como él, y se sonrojó. No se contuvo, y lo abrazó.

Por un instante, Alan dejó de respirar. ¿Qué era eso que estaba haciendo espontáneamente Jordan? ¿Lo estaba abrazando o lo quería estrangular?



Rápidamente se sentaron en los asientos de la montaña rusa, con un poco de ansiedad en su pecho. Era un recorrido de casi dos minutos, suspendidos a treinta metros del suelo, y a bastante velocidad. 

 -No te vas a arrepentir ahora, ¿o sí?- dijo Alan, intentando no demostrar su pavor.

Quería permanecer calmado, pero no podía estarlo. Cuando le ajustaron el seguro al pecho, y liberaron el freno del tren, cerró los ojos con toda su fuerza y comenzó a rezar en voz baja, implorando protección. Se sostenía con miedo al asiento, lo que le pareció divertido a Jordi. Se rió fuerte, llegando a la cima del punto de largada. 

-Ya es tarde para arrepentirse- comentó, y se agarró también de la butaca. 

El juego había comenzado, y aceleró velozmente en su circuito. El de pelo rubio reía, y el otro insultaba. Todo el trayecto.

Al descender, Jordan notó el miedo real de su amigo: tenía miedo a las alturas. Estaba temblando, sus rodillas no se quedaban quietas, y el parecía más pálido que de costumbre.  Lo llevó a refrescarse en las regaderas -que eran unos pequeños pasillos con un pico que rociaba agua sobre los que pasaban, refrescando a la gente pero sin mojar realmente-, y se sentaron a tomar un helado. 

-Tengo una idea bastante boluda, ¿te prendés? - inquirió el rubio. 

-El trato era que yo te traía acá y hacíamos lo que yo quería, se supone que no ibas a proponer nada, abusivo -le respondió, simulando enojo, y en un tono que sus madres no habrían aprobado

-No me hables en ése tonito, pendejo, ¿me oíste?

-Y se supone que ahora sos mi madre, ¿no? - se rió fuerte, exagerando demasiado.

-Dale, vení. Y es una orden del cumpleañero.

Lo tomó de la mano y lo arrastró hacia la plaza blanda. Ahí estaba el castillo inflable más impresionante que había visto jamás. "Este juego debe de ser nuevo, no lo había visto en mi vida" pensó, sorprendido Alan. 

La sonrisa perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora