Capítulo 1 - Mala suerte

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Era un 25 de septiembre en la espléndida y magnífica Capital Federal, uno de esos días en losque a uno le entran ganas de salir a caminar, o a correr. La gente seguía su rutina diaria, y quien lo mirase podría pensar que lo hacía sin preocupación alguna. Pero es claro que no es así. En particular, de los adolescentes. Y, aún más en particular, de Jordan.

Buenos Aires es, como ya lo he mencionado, una hermosa ciudad para visitar, especialmente en primavera, cuando los árboles vuelven a recuperar su frondoso follaje, y cuando la gente vuelve a animarse a hacer deportes en los amplios espacios públicos que ofrece con tal fin.  Estos lugares son frecuentados por cientos –por no arriesgarme a decir miles- de personas a diario, las cuales un considerable porcentaje son corredores. Es, en esta estación, en la cual pareciera que la ciudad despierta de su letargo invernal para volver a resurgir, desbordante de energía.  Uno de los espacios más frecuentados por aquellos que quieren entrenar es el legendario Rosedal de Palermo, en frente del Planetario. 

Jordan era, como pensarás, uno de aquellos corredores, como me gusta llamarlos. 

Tenía sólo dieciséis años, a punto de cumplir los diecisiete, aunque la gente solía repetirle que aparentaba unos 19, o quizás veinte años. Y no sería raro esto, ya que su altura, su prominente barba, y –por qué no- su fuerza creciente lo hacían parecer más grande. Aunque a él no le disgustaba parecer más grande, sí que lo hacía su figura. Había logrado bajar casi por completo panza, y no se iba a detener para nada hasta no conseguir sus abdominales, que según él y sus amigos, podría ser un imán para chicos.

Se encontraba esa cálida mañana en aquel lugar, como hacía todos los martes, entrenando. De verdad le agradaba sentir el aire en su cara, y aunque hubiese preferido correr en un sendero de montaña que allí, tampoco le disgustaba el acompañamiento de la gente. Acompañamiento, e incluso miradas indiscretas a veces. Se había acostumbrado a todo eso.

Sonaban las diez en su reloj, y en sus auriculares lo hacía un tema de música electrónica, que un amigo había creado especialmente para él. A sus dos lados se veía pasar rápidamente árboles, personas y autos, lo cual es indicio de la velocidad a la que iba. Había que admitir que, de todas formas, Jordan era un poco imprudente, y distraído. En muchas ocasiones tuvo que ser esquivado en maniobras fugaces por otros corredores, porque no prestaba absoluta atención en el camino. Generalmente imaginaba historias en su cabeza, como aquella vez, en la que se imaginó que pasaría si fuese un ángel, o si pudiera teletransportarse a España…

Pero esta vez, nada se pudo hacer. Jordan iba demasiado veloz como para detenerse, y la persona que estaba delante lo vió demasiado tarde como para esquivarlo. Volaron las copias que tenía en la mano, sus anteojos y el teléfono de Jordan, aún con su música a todo volumen.

Tuvo que hacer un esfuerzo y tirarse para otro  lado para no terminar pisando los lentes. Todos voltearon a mirarlos, mientras ellos recogían sus cosas. Seguía buscando su teléfono celular, cuando se percató de que alguien le tendía la mano. Rápidamente tomó la mano que le tendían, y comenzó a disculparse por el accidente. 

Estaba consciente del daño que podría haber ocasionado en caso de haber pisado los lentes, o peor aún, haber noqueado a esa persona.  Terminó de sacudirse, y volvió a pedir perdón, esta vez mirando a la cara de a quien había golpeado. Tenía el pelo negro, y ojos verdes, con los cuales hubiese conquistado a cualquiera. Era más bien delgado, y muy blanco. De todas formas, lo que más sorprendió a Jordan fue su altura. Era aún más alto que él, que media un metro ochenta y tres centímetros.

-No pasa nada-Le respondió el otro, acomodándose los anteojos- Estaba distraído.

En su cabeza estaba maquinando lo siguiente que iba a decir. Iba a comentarle que él también estaba distraído, pero de su boca no salió una sola palabra. Sólo se quedó ahí, mirándolo. 

-Perdoname vos- Siguió, medio sonrojándose -Tomá mi número, llamame y te invito a tomar algo, para compensar- Acto seguido, sacó un pequeño papel de entre las copias, y una lapicera de su bolsillo.

–Por cierto, me llamo Alan Zackarías, ¿vos?

-Jordan David. Y,…ehm… gracias por la invitación.- Jordan se estaba poniendo muy nervioso. No sabía que hacer en esta situación, y todos tenían su mirada curiosa sobre ellos. Comenzó a sonrojarse violentamente, y vió como Alan le sonrió.

Fué su límite. De inmediato, salió corriendo en dirección opuesta, a toda velocidad y sin mirar hacia adelante. Se detuvo únicamente cuando se percató de que había tomado distancia prudencial del lugar, y de que no lo seguía nadie. 

"Definitivamente tengo que mirar hacia donde camino", dijo para sus adentros. Suspiró, y continuó su marcha hacia la parada del colectivo.

La sonrisa perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora