Capítulo 7 - Dudas y cuestionamientos

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Salió disparado del departamento, infundido con un sentimiento que oscilaba entre la vergüenza, la confusión y la ternura. Bajó las escaleras aún adolorido por el tropiezo, ya que el ascensor estaba fuera de servicio. Lo último que logró ver al darse vuelta, es a Alan en el marco de la puerta, mirándolo extrañado. ¿Qué clase de idea se le había cruzado por la cabeza como para ir a besarlo? ¿O peor aún, como para robarle ese beso? Apenas conocía a Alan, sólo sabía un par de datos de él, sólo había sido un encuentro casual, sólo confió en él por instinto. Aún conservaba los ojos húmedos por el llanto de hacía un momento, y sus emociones se encargaron de crearle nuevas lágrimas, por lo que cuando llegó a la estación de tren no pudo evitar derramar todo lo que sentía. Se sentía un poco miserable y estúpido. Se sentía como el primer día.


Pasaron dos días cuando por fin pudo despejar su mente completamente de sus pensamientos -por lo menos los que incumbían a Alan- y "regresar a una vida normal". Esto es porque durante estas cuarenta y ocho horas, dos mil doscientos ochenta minutos, o ciento setenta y dos mil ochocientos segundos, estuvo aislado, pensativo y en una especie de limbo pseudodepresivo. No podía sacarse de la cabeza aquel beso, la ternura con la que se dió y la calidez que sintió. Por primera vez en mucho tiempo se volvió a sentir seguro, aunque sea durante unos pocos segundos (que parecieron una eternidad). Recordaba sus ojos, el beso, el sueño, el abrazo, el mate, la calle, las lágrimas, la huida... y volvía a recapitular. El sueño, la calle, la huida, las lágrimas, el abrazo, el mate, el beso, los ojos. Le resultó prácticamente imposible no volver a llorar. 

-¿Qué mierda me está pasando?

Pasó tanto tiempo preguntándose eso, la razón de su llanto, de su dolor. ¿Por qué le dolía? Odiaba sentirse de esa forma. Hacía tiempo se había prometido volverse fuerte, por él, por sus padres, por Levi. Pensó que no podía darse el lujo de flaquear, de abandonar. Por su mente había pasado la brillante sombra del suicidio, que lo llamaba a gritos, lo tentaba, lo cegaba. Pero no hubiese sido justo. Hubiese hecho más mal que bien. Hubiese causado más dolor del que su frío corazón podía soportar.

Así que cuando por fin terminó de razonar, recordó todas esas promesas que alguna vez había llevado a flor de piel. Se levantó de su cama, desayunó por primera vez en dos días y se fue al colegio. Sabía que no iba a encontrar precisamente consuelo ahí, pero por lo menos podía distraerse un momento. Aunque sabía que no iba a poder evitar sus preguntas.

-¿Qué onda el sábado?- Le preguntó su amiga. Lo vio con una cara de inocencia impropia de ella, y supo al instante que estaba todo premeditado.

-¿Qué onda con qué? Si fuiste vos la que me dejó plantado en la plaza- No pudo disimular su enfado, cosa que Pamela se dió cuenta. -Aparte, me torcí el tobillo bajando de la escalera, así que fui a mi casa adolorido, pero gracias por ir, eh, que seguro tenías algo muchísimo más importante como para no avisarme.

-Eh, bueno, calmate, fue sin querer... ¿Qué onda con Alan? ¿Hicieron algo al final?- "¡Qué desgraciada que es!", pensó Jordan, "Y que chusma Alan...". Sintió un ligero cosquilleo  en la espalda al pensar su nombre, y creyó que había sido un escalofrío.

-No hicimos nada porque no lo ví. Me cansé de esperarte y me fui al carajo.

Se sentó solo, otra vez, y al fondo del salón. Las horas se negaban constantemente a transcurrir, y las materias cada vez más aburridas. No participó jamás de las preguntas generales, y a duras penas hizo dos preguntas al profesor. Se pasó todo el tiempo absorto en sus pensamientos, que de a ratos se mezclaban con recuerdos y le hacían imaginar barbaridades. Le inquietaba el por qué ella, Pamela, había planeado algo por el estilo, como una de esas series estadounidenses de citas a ciegas. Lo único que le pasaba a él era embobarse en sus ojos. A Jordan no le gustaba Alan.

¿O sí?

Todo los interrogantes continuaron durante esa semana. Ya no se torturaba más con lo del beso (¿podía ser accidental? ¿O fue solo una locura del instante? ¿Quizás estaba confundido?), pero le inquietaba la razón por la cual sentía ese "algo" en el pecho, y más aún le incomodaba el hecho de que todavía seguía pensándolo. 

Se perturbó más todavía cuando recibió su mensaje. No era largo, no contenía explicaciones, no decía casi nada. Era pura y exclusivamente un mísero "Hola", sin emoticones, ni signos de exclamación, ni siquiera una repetición de vocales. "Hola", sin más, a secas. 

-Hola, ¿todo bien?- Quería seguirle el juego,  por lo menos por el momento.

-Bien, bien jajaja-  Le respondió Alan -¿Qué hacías? Hace rato no me hablás.

-Jajaja, estaba ocupado estudiando - Jordan sabía que mentía, y que probablemente Alan ya sabía todo. -Podías hablarme vos igual, eh.

-Bueno, no te enojes. Che, ehm... ¿vamos mañana a algún lado?

¿Qué responder? Tenía miedo de lo que pudiese pasar. O no saber que responder.

-Está bien. ¿Vamos al río? No sé, Tigre, San Isidro... o Vicente López, como gustes.- dudaba de estos lugares. Siempre lo había hecho. De hecho, los detestaba profundamente.

-Ehm, dale, parece copado. Nos vemos en San Isidro, ¿te parece? Tipo dos de la tarde.

-Dale.-Así, a secas, le respondió. Comenzó a querer torturarse por lo que había hecho. Había estado toda una semana carcomiéndose la mente con lo que pasó, y ahora seguía haciendo la misma idiotez.

Tenía ganas de agarrarse los dedos con la puerta.


Al cumplirse la hora pactada Jordan comenzó a impacientarse. Estaba sentado en las escaleras de la estación de Martínez, mirando a los autos pasar por el paso a nivel, y a la barrera descender un par de veces. Estaba perdiendo la paciencia poco a poco, y comenzaba a tener miedo de que Alan no viniese. Sabía que ese temor lo estaba a punto de conducir a la locura, a un estado de total desesperanza producto de su imaginación. Vió los minutos pasar, vió la hora en su reloj correr sin cesar.

Había venido lejos para verlo, sin saber muy bien por qué. Se preguntaba cada vez más el motivo que lo llevó a asistir al encuentro, aunque esa era una pregunta que ni él mismo podía responder. En su cabeza se agrupaban cada vez más y más interrogantes. ¿Fue un impulso lo que hizo? ¿Por qué estaba ahí? ¿Qué sacaba yendo a un lugar alejado con alguien a quien estaba prefiriendo evitar?

De lo único que estaba seguro es del dolor que había vuelto a sentir. Necesitaba respuestas.

La sonrisa perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora