Loco

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Estaba en un parque lleno de gente, y aun asi, no sentía compañía. Estaba yo y mi angustia allí plasmados en aquel banco donde me disponía a ver como los chicos como yo jugaban al futbol. Los segundos parecían horas y solo la pelota me daba calor cuando se acercaba a mí y hacia que me moviese para alcanzarles el preciado esférico que para algunos era el sueño del futuro. Aquellos minutos pasados en soledad abrían la herida que me dejó el abandono.

Parecía que estaba solo en la muchedumbre, que a pesar de la gente al lado mío, me sentía solo. El parque dibujó un paisaje digno de dos, pero estaba yo y el banco, y los de afuera eran de palo. Eran seres desalmados por la tecnología, robots de algo de lo cual no tienen control, pero que inventaron ellos. ¿Dónde quedó el mate con amigos? Esa bella costumbre de charlar con la ronda de una bebida de hierbas que hace palpitar la argentinidad. Sin avisar, llego la dueña de mis sueños; la que me encandila el corazón y lo vuelve loco.

Me preguntó: -¿Qué pasa?, ¿necesitas algo?

Yo la abrazo y me largo a llorar y ella me cuenta cosas lindas, consolándome y dándome el corazón que a mí me falta. De pronto, me dice que me tiene que decir algo:

-Los últimos dias estuve alejada un poco y más fría porque te amo y no lo puedo evitar. Me pesa saber que sos un pibe mucho menor y que aun asi, tiene la llave de mi sonrisa. Te amo, esa es mi verdad.

El shock paró hasta el giro de la tierra; y los segundos eran horas. Dios había hecho un milagro, algo imposible que en ese momento los pasajeros del tiempo, de aquel infernal parque, lleno de gente y escasez de alma. Solo atiné a decir: -Yo también te amo- cuando ella me robo un suspiro con un beso. Ese beso fundió la magia del momento para forjar un recuerdo, tan hermoso y brillante.

Pero no todo lo que brilla es oro; por suerte, esto si, y cambio el rumbo de mis amaneceres. Ese aroma impregnado quedó en mi memoria. Su nombre; marcado a fuego y carbón en mi corazón. Y su sonrisa... Su sonrisa estaba presente, incluso, cuando ella decidía desaparecer. Pero por suerte, los desayunos ya no eran solitarios. Estaban sus ojos, aquellos que miran atenta y perdidamente al corazón mío, esperando un palabra sincera de amor que le alegre las mañanas. Ella siempre la consigue.

Metáforas de un bello amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora