Capítulo 5

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Abrí los ojos lentamente, a pesar de que me pesaban los párpados. Oí voces, no tenía la capacidad aún de saber de quién se trataba. Olí el ambiente, no estaba para nada en casa. Lo veía todo borroso, sólo podía ver tres o cuatro figuras (sin saber si se trataba de hombres o mujeres) y oír cómo unos decían algo que yo no podía oír. Al cabo de unos segundos recuperé la visión y vi que me encontraba en una habitación de hospital. Me dolía la cabeza, peor no tuve tiempo a pensar en todo lo que me dolía y me limité a observar. Allí, en aquella diminuta habitación estaban mi madre, mi padre, Miranda, Elea, y… la persona que menos hubiera esperado: Louis.

-          Me duele el brazo. –me quejé, gimiendo del dolor.

-          Lo sabemos. –respondió mi madre a mi queja. Me besó en la frente, mientras yo veía a mi padre derramar una lágrima.

-          Oh, papá… No llores. Estoy bien.

-          Lloro porque veo que eres tan frágil… Un día eres fuerte pero el otro te rompes, y así cada día de tu vida. No nos salvamos de ser pequeñas figuritas en este mundo. Cualquier día te cae un piano encima y todo será un juego.

-          Gracias por animarme. –dije irónicamente, aún me dolía el cuerpo.

-          Me alegro que estés bien. –anunció Miranda, mirándome. A su lado estaba Elea. –la hemos visto por la calle mientras veníamos Louis y yo rápidamente. Nos han llamado tus padres porque no sabían quién ha sido la última persona en verte. Suerte que estás bien, no me perdonaría otra muerte.

Me coloqué bien en la cama, dispuesta a levantarme, pero no me permitieron hacerlo. Louis no había dicho ninguna palabra, tampoco sabía qué hacía él en aquella habitación conmigo, nos odiábamos y mi accidente no debía ser motivo de dejarlo todo de lado. Porque había sido un accidente, ¿no?

-          Por favor, contadme qué ha pasado.

-          El motorista que te ha atropellado lo ha hecho sin querer y ha reconocido que es su culpa. No ha frenado a tiempo y el semáforo estaba en rojo para él. Entonces cuando te ha atropellado ha bajado rápidamente y ha llamado a la ambulancia. Por suerte, dicen que sólo tienes dos huesos rotos y en unas tres semanas podrás volver a hacer vida normal. Hasta entonces, tendrás que pasar una semana aquí y dos semanas en reposo absoluto en casa.

-          ¿Es grave? –pregunté.

-          No, no lo es. Sólo que tienes que estar en reposo.

-          Yo te llevaré los apuntes. –dijo Elea.

-          Se agradece. –le respondí, amablemente. Hice una mueca de dolor y cerré los ojos. –dejadme dormir, por favor.

-          No puedes. –me avisó Louis. Su voz no me exaltó en absoluto. Cualquier otro que me hubiera dicho que no podía dormir me habría hecho enfadar, pero Louis, con su voz, sólo hizo que me callara. –ahora vendrán a hacerte unas preguntas las enfermeras. Tienen que saber cómo te encuentras.

-          Vaya.

-          Es lo que hay. Ah, por cierto, cuando estés recuperada tenemos que hablar los tres –nos señaló a Miranda, a mí y a sí mismo –sobre la investigación, es algo importante.

-          Algo sobre… ¿Pe..? –Evité decir el nombre para que mis padres no supieran todo aquello que había desencadenado mi accidente.

-          Sí. –dijo Louis, bruscamente. Entonces cogió su chaqueta de cuero y se fue, sólo diciendo un triste “adiós”. Miranda le siguió, corriendo, pero antes me dio dos besos.

-          Recupérate pronto, Cel. Siento que hayas tenido que pasar por esto, ya me entiendes… Pero te juro que no será en vano. Todo en esta vida tiene solución, y creo que tu accidente servirá para saberlo todo… ¿Sabes? Te quiero, considero que eres una buena amiga. Qué asco es darse cuenta de todo cuando está en peligro.

Acto seguido se fue, y oí sus tacones alejándose. Aquella chica tenía una razón inmensa: no te das cuenta de lo que tienes hasta que está en peligro.

Mi madre, una mujer alta y con el pelo castaño, como yo, fue a buscar una botella de agua. Me sentía como si me hubieran chafado… Un piano, por ejemplo.

-          Papá. –pronuncié, lentamente. Elea aún estaba ahí, pero agradecí que se quedara. Ella estaba mirándome y al mismo tiempo, leía un libro. Seguramente no quería dejarme sola.

-          Dime.

-          Me siento como si un piano me hubiera chafado. –me fijé en su pelo, Louis tenía el mismo pero un poco más corto. Cerré mis ojos, pero otra vez, me lo impidieron. –me he vuelto una inválida. Y jode, jode mucho.

-          Cel… ¿Sabes por qué te pusimos Cel de nombre?

-          Por favor, no me hagas pensar. –pedí.

-          Te lo voy a contar, algún día u otro tenía que llegar el día, ¿no? –asentí con la cabeza.

-          Continúa. –Elea se había colocado bien, dispuesta a escuchar por qué yo tenía un nombre tan peculiar.

-          Bueno, todo viene de que cuando tu madre y yo nos conocimos, teníamos un mismo sueño, ser libres. Los dos estábamos muy presionados por nuestros padres. No nos dejaban quedar, y lo hacíamos a escondidas. No te puedes imaginar lo que es querer a una persona y saber que tus propios padres, aquellos que te dieron la vida, no te dejan estar con ella. Y decidimos que si algún día éramos libres, el nombre de nuestro hijo o hija sería algo relacionado con la libertad.

-          Suena muy hippie. –replicó Elea.

-          Éramos muy hippies, por cierto, ¿quién eres tú?

-          Soy Elea, una chica nueva al instituto de Cel.

-          Ah. Bueno, pues cuando naciste tú te pusimos Cel, porqué es la meta de todo el mundo, volar por el cielo, y no queríamos privarte de ser libre.

No respondí hasta unos segundos después. Me dolía tanto el cuerpo que no podía siquiera sonreír al escuchar la historia. Hablar era una tarea complicada para mí, mi boca no dejaba salir las palabras, puede que fuera mi miedo a no recuperarme o el hecho de que me había encontrado al borde de la muerte hacía sólo unas horas.

-          Os agradezco esto.

-          La verdad, tener un nombre peculiar es especial. –dijo Elea. Me sonrió y me di cuenta que era una chica especial, de aquellas personas que dan sin esperar nada a cambio… O al menos eso era lo que pretendía mostrar a los otros.

Mi madre entró por la puerta, seguida de una enfermera. Me tomó la presión y dijo que debía beber mucha agua porque me había deshidratado mucho. Luego me hizo algunas preguntas, que yo apenas pude responder, pero traté de hacer lo que podía. Elea se quedó todo el rato, mirándome, sin decir nada, sólo observándome. De vez en cuando me sonreía, pero yo no podía devolverle ninguna de las que me dedicó.

Y fue cuando la enfermera terminó que llamaron a la puerta. Era otra enfermera. Me esperaba lo peor, que me dijeran que tenían que operarme o que tardaría mucho en recuperarme. Pero no fue nada de eso. Detrás de la enfermera había un chico vestido de negro, con el pelo rubio y corto. Era alto y musculoso. Sus ojos verdes y sus pestañas largas se fijaron en mí, pero no sonrió en ningún momento. No le conocía de nada, pero él a mí sí… Se suponía.

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