La otra

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_______________________________________________________________________________________Lili

No es muy buena idea hacer una mudanza en pleno Agosto y peor idea es pedirle a tus padres y a uno de tus hermanos que te ayuden. Había pasado la mayor parte del día escuchando quejas por parte de mi hermano y evitando que mi madre curioseara más de la cuenta, pero no podía quejarme porque su ayuda me había evitado llamar a una empresa de mudanzas y en ese momento no podía permitirme despilfarrar. Con 27 años y después de compartir piso desde mi época de estudiante con gente de lo más rara ―había vivido con una ninfómana, con un homosexual que cantaba ópera, un fumeta que no se inmutaba por nada, una ecologista que me echaba unas broncas horribles cuando no reciclaba correctamente, un tipo que no salía casi nunca de su cuarto y que yo siempre pensé que pertenecía a una banda terrorista, y mi peor y último año con un cerdo que me acosó desde el primer día hasta que me largué,... todos eran raros y todos tenían en común que eran unos guarros― me había hipotecado y por fin iba a vivir sola.

El apartamento que había comprado no era muy grande pero estaba en un barrio agradable y la cocina y el baño estaban recién reformados, lo que me permitió dejarlo como nuevo con muy poco dinero. Era increíble lo que una buena limpieza, un poco de pintura y de papel pintado podían hacer. Yo me dedicaba a eso, era diseñadora de interiores y cuando terminé de limpiar, pintar y empapelar estaba de lo más encantada con mi nuevo piso. Mi problema vino a la hora de comprar muebles, tenía un presupuesto reducido y había tantas cosas bonitas que me hubiera gustado comprar... por desgracia tuve que conformarme con el Ikea, el Zara Home y tiendas similares, los únicos caprichos que me permití fueron un sofá vintage de cuero envejecido y la cama de hierro forjado, me costaron un ojo de la cara pese que conocía muy bien a los de la tienda (compraba allí a menudo para mis clientes ricos) y me hicieron un buen descuento.

― ¿Tenías que comprarte un ático?― Se quejó mi hermano mientras él y mi padre subían mi nuevo y caro sofá por las escaleras. Ambos habían estado más de 10 minutos intentando encajarlo en el ascensor hasta que reconocieron que no cabía y que tendrían que subirlo por las escaleras.

― No se para que vas tanto al gimnasio si después no puedes ni subir el sofá.― Le repliqué.

― También vas tu y no te veo subiendo ningún sofá. Esto pesa como un muerto.

― Si no hubieras insistido tanto en ir a comer los de la tienda en lugar de dejárselo al portero lo habrían subido ellos.

― ¡Porque dijeron que vendrían a la una! Eran más de las dos y no daban señales de vida, me estaba muriendo de hambre.

― Dejad ya de discutir.― Gruñó mi padre. El pobre ya no estaba para esos trotes.

― ¿Quieres que lo suba yo, papá?― Le pregunté.

― No estoy tan viejo.

― Pero estás mal de la espalda.― En ese momento un chico, muy mono debo decir, apareció subiendo las escaleras.

― Oh, hola.― Dijo.― Veo que hay atasco.

― Sí, lo siento. El dichoso sofá no entra en el ascensor.

― Ya... dímelo a mi que también tuve que subirlo así ¿queréis que os eche una mano?― Antes de que nadie pudiera contestarle me tendió la bolsa de viaje que llevaba colgada del hombro y se puso al lado de mi padre para ayudarle con el peso.

― Oye...― Iba a decirle que no hacia falta pero viendo con la rapidez con el que sofá empezó a subir no pude quejarme.― Gracias.― Añadí en cambio.

― ¿Para qué están los vecinos si no?― Después de unos minutos el sofá estuvo en mi rellano.― ¿Así, quién se muda?― Me preguntó mientras mi padre y hermano terminaban de entrar el sofá en el apartamento.

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