“No era tan siniestro y espantoso como parece. Me divertí muchísimo. Matar a una persona es una experiencia extraña”.
Albert Henry DeSalvo nació el 3 de septiembre de 1931 en Boston, Massachusetts (Estados Unidos). Era el tercero de los seis hijos de Frank DeSalvo, peón y fontanero, y de Charlotte, hija de un oficial del Departamento de Bomberos de Boston. Frank era un alcohólico que maltrataba a su mujer y a sus hijos. La familia fue siempre pobre. El padre hizo muy poco por mantenerlos. Durante toda la infancia de Albert, estuvieron acogidos en las listas de beneficencia. Cuando no estaba maltratando a sus hijos, Frank DeSalvo les enseñaba a robar. Albert sólo tenía cinco años la primera vez que su padre lo llevó a una tienda para enseñarle qué robar y cómo hacerlo. El niño progresó rápido. Pasó de pequeños hurtos en tiendas a robos, y de éstos al allanamiento de morada. Fue atrapado y pasó un tiempo en un reformatorio.
Cuando Albert tenía siete años, presenció cómo su padre le rompía a golpes los dientes a su madre y luego le doblaba los dedos de las manos hacia atrás, uno a uno, hasta rompérselos. La experiencia más traumática de su infancia, tanto que nunca fue capaz de hablar de ello, fue que lo vendieran como esclavo. Su padre lo entregó junto con sus dos hermanas a un granjero de Maine por un total de $9.00 dólares. Los niños estuvieron cautivos allí varios meses, sometidos a maltratos, golpes, abuso sexual y trabajos forzados. Durante toda su infancia, Albert se escapaba para huir de la violencia de su padre. Dormía en los muelles de madera del este de Boston, el escondite favorito de los jóvenes fugitivos de la ciudad. El sexo estaba siempre presente en el abarrotado apartamento de Chelsea (un suburbio de la clase trabajadora de Boston) en el que Albert creció, debido a las “clases” que solía impartirle su padre, quien violaba a su madre delante de él y después también a sus hermanas. Frank DeSalvo abandonó su hogar en 1937 y no hizo más esfuerzos por mantener a su familia. Charlotte, su esposa, acabó divorciándose de él en 1944, casándose otra vez un año después.
DeSalvo se alistó en el ejército el 16 de septiembre de 1948 y fue destinado al extranjero en 1949, a las fuerzas de ocupación de Alemania durante cinco años. Aunque lo sometieron a un Consejo de Guerra en 1950 por negarse a obedecer una orden, tuvo, en general, un buen expediente. Al igual que en el colegio, se mostró muy servicial con las personalidades autoritarias, recordando que tenían“el uniforme más bonito, mejores plazas de aparcamiento. Fui ordenanza de coronel veintisiete veces”. En Alemania DeSalvo descubrió que tenía aptitudes para boxear y se convirtió en campeón de peso medio del Ejército en Europa. Cuando no estaba de servicio continuaba con sus “aventuras”.
En Frankfurt conoció a Irmgard, una joven atractiva hija de una familia católica de clase media, e inmediatamente contrajeron matrimonio. Su vida cambió cuando se casó y se dedicó por completo a su mujer. Fue ella quien le propuso dejar el Ejército y él lo hizo por complacerla. Volvió a Estados Unidos con ella en 1954. Poco después fue destinado a Fort Dix, donde nació su hija Judy en 1955. DeSalvo dejó el ejército en 1956 con un honorable licenciamiento, gracias a que no se llevó a cabo una denuncia por abuso sexual sobre una niña de nueve años a quien
Durante su matrimonio, DeSalvo siempre intentó no parecerse a su padre borracho y tirano. Moderado en todo, menos en su enfermiza lascivia, siempre le gustó pasar mucho tiempo en casa con su mujer y los niños. Era dócil y servicial con su esposa Irmgard, se dirigía a ella como su superior social. Siempre estuvo orgulloso del pasado de su mujer como miembro de una familia alemana, moral y de clase media. Pero los implacables deseos sexuales de Albert hastiaron a Irmgard; ella empezó a rechazarlo, especialmente a partir del nacimiento de su hija Judy, quien nació con la cadera deforme. Albert sentía que de alguna forma su mujer lo culpaba por ello. Desde de los dos años, Judy tuvo que utilizar aparatos ortopédicos que DeSalvo decoraba con grandes lazos de colores, para que la niña no se entristeciera.