Capítulo 7: VIAJES Y TRABAJOS

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Entonces observé que las estaciones del año se podían dividir, no en invierno y verano como en Europa, sino en estaciones secas y estaciones de lluvia de la siguiente manera:

Estación de lluvia, con el sol muy cerca del equinoccio.

Mediados de febrero, Marzo, Mediados de abril.

Estación seca, con el sol hacia el norte del ecuador.

Mediados de abril, Mayo, Junio, Julio, Mediados de agosto.

Estación de lluvia, con el sol regresando al equinoccio.

Mediados de agosto, Septiembre, Mediados de octubre.

Estación seca, con el sol hacia el sur del ecuador.

Mediados de octubre, Noviembre, Diciembre, Enero, Mediados de febrero.

La estación de lluvia era algunas veces más largas y otras más cortas, según soplara el viento, pero esta era la observación general que había hecho. Después de haber experimentado las consecuencias nefastas de salir bajo la lluvia, me cuidé de abastecerme con antelación de provisiones, para no verme obligado a salir y poder permanecer en el interior tanto como fuese posible durante los meses de lluvia.

Esta vez encontré una ocupación (muy adecuada para la estación) pues me faltaban muchas cosas que solo podía hacer con esfuerzo y dedicación constantes. En particular, traté muchas veces de hacer un cesto pero todos los tallos que encontraba para este propósito eran demasiado quebradizos y no pude lograrlo. Por suerte, cuando era niño, solía deleitarme observando a los cesteros del pueblo de mi padre mientras tejían sus artículos de mimbre. Como es común entre los niños, observaba con mucha atención el modo en que realizaban estos objetos y estaba siempre dispuesto a ayudar. Algunas veces les echaba una mano y así aprendí perfectamente el método de esta labor, para la cual tan solo necesitaba materiales. Pensé entonces que los vástagos de aquel árbol del que había cortado las estacas que retoñaron podrían ser tan resistentes como el cetrino, el mimbre o el sauce de Inglaterra y decidí probarlo.

Al día siguiente, fui a mi casa de campo, como solía llamarla, y cuando corté unas ramas, me parecieron tan adecuadas para mis fines como podía desear. Entonces, regresé otra vez, equipado con una azuela para cortar una mayor cantidad de ellas, lo cual resultó muy fácil dada la abundancia de estos árboles. Luego las dejé secar dentro de mi cerco o empalizada y cuando estuvieron listas para utilizarse, las llevé a la cueva donde, en la siguiente estación de lluvias, me dediqué a hacer muchos cestos para llevar tierra o transportar o colocar cosas, según fuera necesario; y aunque no estaban elegantemente rematadas, servían perfectamente para mis propósitos. Desde entonces, tuve cuidado de que nunca me faltaran y cuando algunas comenzaban a estropearse, hacía otras nuevas. En especial, hice canastas fuertes y profundas con el fin de utilizarlas, en lugar de sacos, para guardar el grano, si es que llegaba a cosechar una buena cantidad.

Habiendo superado esta dificultad, lo cual me tomó mucho tiempo, me dediqué a estudiar la posibilidad de satisfacer dos necesidades. No tenía recipientes para poner líquido, con la excepción de dos barriles que contenían ron y algunas botellas para agua, licores y otras bebidas. No tenía siquiera un cacharro para hervir nada, salvo una especie de puchero que había rescatado del barco y que era demasiado grande para el uso que quería darle, es decir, hacer caldo y cocer algún trozo de carne. Lo otro que necesitaba era una pipa para fumar pero era imposible hacer una, aunque, sin embargo, también encontré una forma.

Llevaba todo el verano o estación de sequía plantando la segunda fila de estacas y tejiendo canastas cuando surgió otro asunto que me ocupó más tiempo del que jamás hubiera imaginado.

Robinson Crusoe de Daniel DefoéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora