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Alcalde Humbert AA

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Alcalde Humbert AA

Despacho personal, Alcaldía de la Capital Mundial.

—No me importa Magnus —le repetía constantemente al hombre al otro lado de la llamada—, esto ya empezó a pasar los límites de lo confidencial, ayer mismo me tocó llamar a la rama de la Paz para calmar ese disturbio.

Las gotas de sudor caían lentamente por su arrugada cara, mientras deambulaba en círculos sobre la alfombra blanca que cubría la mayor parte del piso de su despacho, y cada tanto, como un hábito, se peinaba los pocos cabellos blancos que tenía en su cabeza.

—Humbert, tú fuiste el que me pediste que lo hiciera —respondió Magnus.

—Lo sé Magnus, sé que es un acuerdo entre los dos, pero que cada día desaparezcan dos o tres personas es demasiado, y al parecer esto está creciendo, todos los correos y llamadas que he debido contestar estos últimos días me están agotando. Por favor, apaga el programa, así sea por un tiempo.

Su despacho se encontraba en el último piso de la Alcaldía de la Capital Mundial, era redondo y sus paredes eran color marfil. Varias columnas adornaban la estancia, y entre ellos, diversos cuadros mostraban el lujo que tenía la habitación. El escritorio estaba enfrente a un gran ventanal curvado que cubría parte de la pared y daba una excelente vista al Centro Político y el Empresarial, y al horizonte, la vista del Monte de la Humanidad daba un perfecto cuadro para una fotografía. Pero el Alcalde no tenía en ese momento cabeza para pensar en la excelente vista que tenía, los problemas de desapariciones en la Capital habían aumentado desde hace varios días y solo alguien podía detenerlos, y ese era Magnus, el jefe de la empresa más importante del mundo.

—Bueno Humbert, concuerdo también en que esto se nos está saliendo de las manos —el Alcalde suspira y Magnus continúa—. Ya he obligado a Polaris a desactivar el sistema y la he alejado de él. En cuanto a Marcus —hace una pausa y el Alcade detiene su caminada en círuclos—, digamos que ya me deshice de él.

El Alcalde se acomoda su comunicador alojado en la oreja derecha y continúa hablando con Magnus, no sabe cómo sentirse, si aliviado por haber detenido todo esto, o preocupado por que aún se presentarían manifestaciones hasta que todo su secreto saliera a la luz.

—Sé que los Aisce son un problema, y por eso quiero acabar con ellos. ¿De qué nos sirve un pueblo si no sabemos si se rebelará? Debemos cuidar lo que hemos logrado, y procurar por el avance de la humanidad.

Procurare ad profectum humanitatis —responde Magnus, cuidando cada palabra de la frase, la cual respeta y honra.

La comunicación se corta y el Alcalde se retira el comunicador del oído, avanza hasta su escritorio de caoba oscura, y se sienta en su cómoda silla. Se relaja y se deja escurrir en ella, intentando que los problemas que causó su idea se disipen rápidamente. De pronto suenan unos toques en la puerta del despacho. El Alcalde arregla su postura y su corbata y con voz segura dice:

Destino S.A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora