39. Oh Jules... Eres tan hermosa.

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Capítulo treinta y nueve

Puedes hacer esto, Jules.

Apreté mis manos a mis costados.

La puerta frente a mí parecía grande y aterradora. Era una puerta normal, lo que me aterraba era lo que estaba detrás de ella. Algo que había ignorado conscientemente durante toda mi vida, o más bien alguien. Fingiendo que no existía era lo mejor que podía hacer para vivir una vida normal, sin el dolor del rechazo o el abandono.

Tenía una hermosa casa de estilo victoriano, a sólo dos horas de distancia de nuestra ciudad. Me dolía saber que vivía tan cerca y nunca se acercó a nosotros. Parecía que le había estado yendo muy bien en la vida. Una sonrisa enojada se formó en mis labios, recordando todas esas veces que mamá se sacrificó para mantener un techo sobre nuestras cabezas y comida en nuestra mesa y que ese hombre nunca tuvo la decencia de llegar a ver si estábamos muriendo de hambre ¿Cómo puedes abandonar a tu salir de hija y su esposa de esa manera?

Llamé a la puerta y Nadia la abrió para mí. Parecía nerviosa y un poco ansiosa, —Hola— Agité la mano, tratando de actuar casual.

Nash apareció detrás de ella, —Hola, entra, por favor.

Di un paso dentro de la casa y era tan grande como se veía en el exterior, muebles muy modernos, grandes escaleras, chimenea.

Es un hogar.

Puse mis manos en frente de mí, un poco incómoda. Nash me toco el hombro —Gracias por haber venido, sé que es psicológicamente incómodo para ti, y-

Levanté la mano, interrumpiéndolo, —Vamos a terminar con esto. ¿Dónde está?— No lo hice con la intención de sonar tan dura, pero no pude evitarlo. Esa situación sacaba a relucir un lado frío de mí que no sabía que tenía.

—Él está por aquí. Sígueme—Nadia señaló un pasillo, al lado de la escalera. La seguí en silencio, Nash detrás de nosotros.

Llamó a una puerta de madera y oímos un —Adelante.

Nadia abrió la puerta para mí, haciéndose a un lado para que yo entrara. Lentamente, entré en la habitación iluminada.

Un hombre que lucía mayor para su edad, estaba sentado en una gran cama de matrimonial. Era completamente calvo, y muy delgado. Una intravenosa estaba conectada a su brazo izquierdo. Se veía tan débil, que era molesto. Sus grandes ojos azules se encontraron con los míos y el parecido entre nosotros era increíble.

Sonrió, lágrimas formándose en sus ojos, —¿Jules?

Tragué, allí de pie, —Hola.

Su mano temblorosa se cubrió la boca, —Oh Jules, eres tan hermosa.

—Gracias.— Dije con sequedad, luchando contra las lágrimas que amenazaban por llenar mis ojos.

Él extendió su mano hacia mí, —Acércate más, Jules. Déjame verte.

Miré a Nadia y Nash detrás de mí y asentí con la cabeza, para ellos salieran de la habitación. Me acerqué hasta que me pare frente a su cama. De cerca, su piel parecía seca y tan frágil. No esperaba que él se viera tan enfermo. No parecía estar mejorando pronto.

¿Estaba muriendo?

¿Y por qué me molestaba considerar siquiera esa pregunta?

Él no era nada para mí.

—Creciste para ser tan hermosa como tu madre— Apreté los dientes ante la mención de mi madre.

—Sí, crecí bien y sana. No gracias a ti por cierto— dije amargamente pero él no se veía afectado por mis palabras.

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