AUSTIN (parte 2)

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Estudio con atención la pared lateral. En algunos edificios es fácil entrar por los pisos superiores, si hay balcones desde los que saltar y repisas para asegurarse: una vez escale un edificio de cuatro plantas en cinco segundos.

Pero esta torre es demasiado lisa y carece de puntos de apoyo. Para llegar al laboratorio, tendré que entrar por la puerta de la calle. Siento escalofríos a pesar del calor; por un momento lamento no haberle pedido a Tess que me acompañara, aunque os intrusos son mas fáciles de atrapar que uno solo. Ademas, no es su familia la que necesita estas vacunas.

Compruebo que llevo el colgante bajo la camisa.

Tras la hilera de coches del ejercito se detiene un camión medico. Varios soldados saludan a los enfermeros, mientras que otros sacan el cargamento por la parte de atrás. El que manda es un hombre joven de pelo oscuro, vestido completamente de negro excepto por las dos filas de botones dorados que tiene su uniforme. Me esfuerzo por escuchar a unos de los enfermeros.

-... desde la orilla del lago- se ajusta los guantes y distingo el brillo de su cintura; una pistola se visualiza-. Mis hombres se apostaran en las entradas.

-Si, capitán-responde el enfermero.

-Me llamo Metías -se quita la gorra-. Si tiene alguna pregunta, ven a verme.

Espero a que los soldados se dispersen para rodear el edificio. El tal Metías se a puesto a hablar con uno de sus hombres. Aparecen mas camiones médicos que dejan los medicamentos y soldados heridos y se largan. Tomo aire y salgo de las sombras para dirigirme al hospital. La primer enfermera que me ve es una que esta en la entrada. Contempla la sangre que tengo en los brazos y en el rostro.

-¿Puedo entrar, hermana?- estremeciéndome de dolor fingido-. ¿Quedan camas libres esta noche? Tengo dinero.

Me observa con frialdad antes de garabatear algo en su bloc de notas. Supongo que no le ha gustado que la llame "hermana". Lleva su tarjeta de indentificacion al cuello.

-¿Que te ha pasado?-pregunta.

-Una pelea-jadeo-. Creo que me han apuñalado.

La enfermera termina e escribir sin volver a mirarme y hace un gesto con la cabeza a uno de los guardias.

-Cacheadlo.

Me quedo en donde estoy mientras los soldados me registran en busca de armas. Grito justo cuando me tocan los brazos y el estomago. No encuentran los cuchillos que llevo en las botas, pero se llevan la bolsa con el pañuelo de billetes que guardaban en el cinturón: es el pago por entrar al hospital. Por supuesto.

Si fuera un buen chico de los sectores ricos, no pagaría por entrar. Me mandarían un medico a domicilio y no me cobrarían nada por ello.

Cuando los soldados me dan visto bueno, la enfermera señala la entrada.

-La sala de espera esta a la izquierda. Siéntate y espera.

Se lo agradezco y voy tambaleándome hacia las puertas correderas. El hombre llamado Metías se me queda mirando cunado paso a su lado. Escucha pacientemente lo que dice uno de los soldados, pero me doy cuneta de que al mismo tiempo esta analizando mi rostro. Me da la impresión de que lo hace por costumbre. Tomo nota mental de su cara yo también.

El interior del edificio es de un blanco fantasmal. A mi izquierda veo la sala de espera que me indico la enfermera, un espacio enorme lleno de gente con toda clase de heridas y contusiones. Muchos gimen de dolor, y hay un tipo tumbado en el suelo que no se mueve. No quiero ni pensar el tiempo que llevaran aquí algunos , ni en lo que habrán tenido que pagar para entrar. Me fijo en los soldados que esta de pie: hay dos junto a la ventanilla de administración, dos mas delante la puerta de consultas y unos cuantos cerca de los ascensores, todos con sus tarjetas de identificación. Bajo los ojos, busco la silla mas cercana y tomo asiento. Por una vez, mi rodilla mala me sirve de ayuda y colabora en hacer mas convincente mi disfraz. Mantengo las manos apretadas contra los costados por si acaso.

Cuento mentalmente diez minutos, lo bastante para que vayan llegando nuevos pacientes a la sala de espera y los militares pierdan interés en mi. Me levanto fingiendo un tropezón y me dirijo  bamboleandome hacia el soldado que tengo mas cerca. Mueve la mano de forma inconsciente hacia su pistola.

-Vuelve a sentarte-me ordena.

Me tambaleo y caigo sobre el.

-Necesito ir al baño -susurro con vos ronca y agarro su ropa negra con las manos temblorosas para mantener el equilibrio. El soldado me mira con asco mientras sus compañeros sueltan una risita.  Veo como acerca los dedos al gatillo de la pistola, pero los demás niegan con la cabeza: no se dispara dentro del hospital. Finalmente, me un empellón y me señala el fondo de la sala con el arma.

-Allí-gruñe-. Y límpiate la mierda de la mierda de la cara. Si me tocas otra ves te coso a balazos.

Le suelto y casi me caigo de rodillas. Después, doy la vuelta y me dirijo paso a paso hacia el baño. Mis botas de cuero rechinan contra las baldosas, y siento los ojos de los soldados clavados en mi nuca mientras entro en el aseo y cierro la puerta.

No importa. Se olvidaran de mi dentro de un par de minutos, y les llevara unos cuantos minutos mas darse cuenta de que el soldados al que agarre ha perdido su tarjeta de identificación.

Un vez dentro del baños, dejo de fingir que estoy enfermo. Me lavo loa cara y me la froto hasta limpiar la mayor parte de la sangre de cerdo y el barro. Me quito las botas y rasgo las plantillas para sacar los cuchillos, que me guardo en el cinturón.  Me vuelvo a calzar, me desato la camiseta de la cintura y paso los tirantes por en cima. Me hago una coleta apretada y la oculto bajo la camisa de forma que permanezca pegada a mi cuello y espalda. 

Finalmente, saco los guantes y me ato el pañuelo negro para ocultar mi nariz y boca. Si alguien me descubriera ahora, me vería obligado a huir; mejor ocultar mi rostro.

En cuanto acabo, utilizo uno de los cuchillos para desatornillar la rejilla de ventilación del baño. Saco la tarjeta de identificación del soldado, la engancho en la cadena de mi colgante y me meto la cabeza en el túnel.

El aire del conducto huele raro, y agradezco llevar un pañuelo en la cara. Me arrastro centímetro a centímetro, tan rápido como puedo. El túnel tendrá un metro de ancho por otro tanto de alto. A cada poco tengo que cerrar los ojos y recordarme que debo respirar, que lo muros de metal no están aprisionando. No necesito ir muy lejos; ninguno de estos conductos lleva al tercer piso. Me basta con alcanzar una de las escaleras del hospital, mas allá de los soldados que vigilan las salidas de la primera planta. Sigo adelante. Pienso en la cara de Eden, en los medicamentos que necesitan mi madre, John y el, y en esa extraña equis partida por la mitad.

Unos minutos después, el tune se ha terminado. Manos a la obra...

LEGEND 《AUSLLY》 -PAUSADA-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora