1- Angeline: "Esa señorita dará mucho de que hablar."

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Angie se empezaba a impacientar, desde muy pequeña había odiado los largos viajes en carruaje pues el estómago se le descomponía cuando no tenía nada que hacer. Se limitó a recordar la insistencia de Vicky, su doncella, para que vistiera de azul verdoso, el vestido que llevaba también un bordado de vistosas flores que le daban un aire inocente a la señorita Beesley.

El carruaje se detuvo anunciando la llegada a la residencia de los McBride, era la primera temporada de la pequeña Gordyn y quisieron ellos ser los primeros en dar un gran baile en Londres, su hija de apenas 13 años tenía un pelo indomable de hasta la cintura, además era una joven vivaz, que a pesar de no cumplir con las expectativas de sus padres en cuanto a belleza, era tan bien educada, sumisa y talentosa que no pasaría mucho antes de que cerraran el trato a cambio de la niña.

Angeline tomó la mano que le ofrecía el lacayo y posó cuidadosamente los pies sobre el suelo, no se podía sentir más incomoda con el ancho vestido a causa de la enagua con la crinolina, y ni hablar del elaborado moño lleno de horquillas que le había hecho Vicky.

En cuanto a las extrictas normas de belleza de la sociedad londinense, Angeline no cumplía con ellas, ya que aunque no era de tez clara aún no llegaba al bronceado que tan a la moda iba esa temporada, y aunque su cabello no era obscuro tampoco era rubia de ojos azules, la señorita Beesley no era ni fu ni fa, además, incluyendo el hecho de que su estatura estaba por debajo de lo que en el siglo XIX había llegado a ser promedio y que su silueta no era sumamente delgada. Podríamos decir con total libertad que la señorita Beesley destacaba por muchas otras cualidades, y esa situación no era en absoluto ninguna molestia para nadie.

— Querida, recuerda estar siempre erguida pues no queremos rumores de que has perdido la educación— habló Lady Scarlett Beesley, marquesa de Smithfield y madre de Angie.— Además ningún hombre querrá por esposa a un jovencita con joroba— continuo mientras caminaban hasta la entrada.

La señorita Beesley tomó buena postura una vez la hubieron regañado; Angeline no presentaba problemas para adaptarse a la sociedad londinense, aunque a la hora de comprometerse todos sus pretendientes se veían espantados por la misma al intentar cortejarla, la razón de esto era lo poco agradable que veía la señorita Beesley el casarse con un desconocido para conservar un estatus en la sociedad que tan mal la había tratado mientras crecía, aunque también sabía que el matrimonio no era más que un contrato social por encima de los sentimientos personales. Ese era el argumento con que ella misma intentaba convencerse.

— ¿Era necesario venir madre?— preguntó haciendo obvia referencia al baile de los McBride.

— Ni siquiera deberías preguntarlo niña, el año pasado te empeñaste en espantar todo Browntown y a medio Londres con tu actitud descortés, quizás poniendo en duda la buena crianza que te he dado— respondió Lady Scarlett después de respirar hondo, la marquesa de Smithfield era una mujer aparente, su tez pálida hacía contraste con sus cabellos rojizos que de noche lograban aparentar un negro azabache, sus ojos del color de la miel y una cálida sonrisa que lograba ablandar al noble más frío, incluyendo al marqués, Raphael Beesley.

— Esta bien madre, pero desde ahora comienzo a sentirme indispuesta— dijo Angie provocando la risa de Lady Beesley.

El salón principal estaba lleno de invitados, especialmente nobles jóvenes que estaban buscando esposa.
La residencia McBride era simplemente preciosa, el salón estaba decorado en un azul vibrante que hacía juego con el tapiz que cubría las paredes y unos candelabros que daban la iluminación perfecta al lugar.

Lejos de ser perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora