--No quiero hacerlo

41 2 2
                                    

—¿Estás segura?— preguntó. Aún no me creía.

—Más segura no puedo estar... y tu sabes mejor que nadie que es necesario.

—Tienes razón. No sé, supongo que cabía la esperanza de que no lo hicieras por muy necesario que sea.

Yo conocía ese miedo, perfectamente lo comprendía... así se resumía mi vida; desde siempre lo había tenido, perder a alguien que amas con todas tus fuerzas, por quién darías más que el alma, frente a la amenaza del deber. Era eso lo que me tenía aquí encerrada a la espera de algo que no podía evitar que sucediera, pero eso no era lo más atemorizante. Lo que me mataba de miedo era su cercanía y el calor que emanaba de él. Olía a lo que yo podía definir como lo más delicioso del mundo (una mezcla de bosque y ciudad que me volvía loca), un olor que había persistido en él desde que lo conocía. Sabía lo que haría a continuación y eso era lo que no podía soportar. Si se acercaba, nunca más me podría alejar de su presencia y a la mierda lo necesario.

—Sabes que... — deje la frase al aire para que él le pudiera dar su significado.

—¿No hay ninguna posibilidad?— decía mientras daba un paso más al frente. Por inercia yo lo daba hacia atrás— Sabes que no te puedo decir que no lo hagas, eso sólo haría que me vieras con esos hermosos ojos con cara de berrinche y te empeñaras en hacerlo.

Mala elección de palabras amigo. Me quedé muda ante la visión de esas gemas verdes que tenía por ojos. Siempre se me hizo muy extraño la claridad del color y la brillantez... lo cual hacía que hiciera bromas al respecto, muchas de las cuales sin su consentimiento.

—¿Son hermosos mis ojos?— fue lo único que se me ocurrió decirle.

—Los más hermosos que he visto en mi vida.

Y con esa simple frase mi mundo se desmoronó.

—No puedo hacer esto sin ti— agaché la cabeza, por una parte para no ver su cara mientras lo decía y por otra parte no quería que leyera mi cara y viera sufrimiento y el peso de los años de deber en mi.

Sentí como su mano agarraba mi mentón y lo elevaba hasta ver sus ojos esmeralda.

—Lo sé... y aquí estoy— y me besó. Un beso que valía por todos esos años que había guardas en una caja con llave, todos estos años de conocernos. Rememoré todas esas peleas sin sentido, las miradas desplegadas que le echaba cuando lo conocí y decidí que era el chico más guapo que existiera en el Universo.

Cortas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora