-“Buenos días, señor Malik.”-el portero me dio la bienvenida, y puse todos mis esfuerzos en borrar la mueca de desagrado de mi cara, y sonreír. A juzgar por su mirada preocupada, no lo conseguí. Vivía en el piso 87 de uno de los edificios más lujosos y prestigiosos de Chicago, y mientras entrada por la puerta, mis nervios se calmaron un poco.
Entré en la cocina y cogí agua de la nevera, y me dirigí a mi habitación. Lo que más me gustaba de vivir aquí eran las ventanas que iban desde el suelo al techo y que decoraban toda la pared exterior. Mi habitación no era una excepción, y las vistas eran espectaculares, especialmente por la noche. Aunque tengo que admitir que los pensamientos que esas ventanas me evocaban, habían cambiado dramáticamente durante las últimas dos semanas. Las jodidas ventanas ahora me la ponían dura. Dios. Suspirando, tiré la bolsa sobre la cama y me quité la camiseta mientras entraba en el
cuarto de baño.
Dejando que se calentara el agua, saqué de la bolsa del gimnasio la ropa sucia. Mi mano se paró en cuanto toqué el suave encaje. Sabía que no quería hacer esto. Aquí no. Mi casa era el único sitio que ella aún no había invadido. Bueno… eso no era del todo cierto.
Quiero decir, aquí me había masturbado pensando en ella más que otros sitios; pero realmente no había nada de ella aquí. Me senté en la cama, y saqué el liguero de la bolsa, sujetándolo con las manos. La Perla. Por supuesto. Pasé mis dedos entre los lazos blancos, e inmediatamente volví a la noche anterior. No era mi intención enfadarla con la cuenta de crédito. Para ser honesto, ni sabía cuáles eran mis intenciones; era para que remplazara las que yo había roto, o para proporcionarme material nuevo? Joder. Si ni siquiera yo mismo lo entendía, cómo demonios iba a esperar que ella lo hiciera? Antes de saber ni siquiera lo que estaba haciendo, hice una rápida llamada telefónica y lo arreglé todo. Me había comido la cabeza durante todo el día pensando si esto era una buena idea. Casi le meto mano dos veces; la primera cuando estuvimos repasando la agenda, y la segunda, en la limusina. Y las dos veces me acobardé.
Finalmente, cuando salí del despacho, le eché un par de huevos y lo hice, dejando los papeles sobre su mesa mientras pasaba de largo. Pero para lo que no estaba preparado, era para su reacción. Y cuando se ofendió, no supe que decir. Me bombardearon miles de sentimientos; rabia cuando pensó que esto era un juego para mí, alucinando por el poco respeto que me tenía, herido porque se enfadara, y lujuria por su rabieta. Pelear con esta mujer me volvía más loco que nada. Eso era algo que estaba seguro tendría que tratarme con terapia algún día.
Cuando me tiró los papeles y se fue, sabía que lo más inteligente que debía hacer era dejarla irse, pero no pude. Bajé corriendo 18 malditos pisos por las escaleras para encontrarla, e incluso así, me volvió a coger por sorpresa. Intenté explicarme, pero no me dio la oportunidad de decir nada. Joder, y entonces me pegó. Nunca antes me había pegado una mujer. Me lo había merecido en múltiples ocasiones, pero nadie había tenido los huevos para hacerlo. No sabía si la odiaba, si la respetaba o quería apartarme de su jodido lado. Y antes de saberlo, nuestras bocas estaban a escasos milímetros. Podía saborear su aliento, y quería más que nada en el mundo acercarme más a ella y sentir sus labios sobre los míos. Por todo lo que ella había hecho esa noche, todavía la deseaba, y mi cuerpo se acercó al suyo por inercia. Me susurró-“quizás”-tan despacio que no sabía si lo decía por mi o por ella. Esa pequeña palabra me golpeó el pecho con tanta fuerza que dolía. La deseaba con toda mi alma. La deseaba una vez más.
Dijo que me odiaba. Sabía que me odiaba, odiaba la manera en que estábamos juntos. Yo también. Pero por mucho que no nos soportábamos, no podía negar que nuestros cuerpos se amoldaban a la perfección. Nunca había estado con una mujer que hiciera sentir como ella. Se amoldaba a mis palabras, a mis besos, a mis caricias. Y simplemente necesitaba sentir eso una vez más; estar con alguien que no podía tener. Me provocaba y me torturaba y yo sabía que iba a estar a sus pies para todo. Y eso era lo que más odiaba.