Capítulo 1: Matías

2.9K 146 45
                                    

Como todos los viernes salí de mi casa relajado. Caminaba despacio, disfrutando el aire fresco de la plaza. Los chicos jugaban a la pelota y los adultos paseaban a sus mascotas. Algunas parejas se sentaban a comer algo y disfrutaban del clima cálido antes de que llegue el invierno. Unos pocos hacían ejercicio. Corrían alrededor de la cuadra una y otra vez. Tenían que esquivarme, yo iba a mi cafetería favorita con un andar lento. El viernes es mi único día de descanso. El fin de semana, en cambio, es cuando más atareados estamos. Por eso el último día hábil es mi favorito, el que tendrá mi amor eterno. Lo único que quiero es sentarme a tomar un café en silencio en un rincón de la cafetería. Es lo más gratificante del mundo. Pero ese día el destino me había preparado una desagradable sorpresa, una que iba a destruir mi rutina semanal. Apenas entré mi asiento favorito estaba ocupado. Dos jóvenes de unos veinte años se veían a los ojos acarameladamente. Me bastó una fracción de segundo para adivinar que no tenían ningún tipo de apuro y que su presencia se mantendría durante un largo rato. Estaba molesto y no me preocupaba en ocultarlo. Miraba de un lado para el otro buscando un lugar para poder sentarme, pero el local estaba lleno. Una muchacha me dijo que podía ocupar el asiento libre en su mesa. Le agradecí con una sonrisa que no tardó en transformarse de nuevo en frustración.

Al sentarme seguía maldiciendo en silencio. Estaba consternado. No podía entender el porqué de aquella clientela inesperada. Habían aparecido como moscas y revoloteaban en mi lugar de relax. Pero mi odio se centraba puntualmente en aquella odiosa pareja. Detestaba el romance. Creo que el amor no es más que una excusa adolescente para cometer actos estúpidos. Una oda a lo absurdo y conformista, que genera más tristezas que alegrias. Absorto en mis filosofías antisociales me había olvidado de que era el acompañante de una chica. Al prestarle atención a ella ya le habían servido un frappé. Levanté con bronca mi mano derecha para llamar al mozo, dándole otra mirada llena de odio a la pareja del rincón. Pedí un expreso doble como de costumbre. Al menos esa costumbre sí podría respetarla. Esperaba que los usurpadores se vayan pronto para recuperar mi sitio sagrado. Pero los besos seguían y apenas habían tomado algunos sorbos de sus vasos.

Me sentía tan incómodo que me empezaba a doler la espalda por la rigidez que tenía. Por primera vez me fijé en la muchacha que me había ofrecido el lugar frente a ella con mucha amabilidad. Era atractiva, aunque su forma de vestir desentonaba con su edad. No tenía más de veinte pero su blusa era digna de una señora de más de cuarenta, mientras que la desgastada y vieja chalina que tenía en los hombros era el detonante final de un extravagante atuendo. Usaba lentes de un delgado marco negro. Se apoyaban en la punta de la nariz y cualquiera diría que caerían al menor movimiento. Su rostro estaba inclinado hacia abajo, leía muy concentrada. No veía el título, pero el color fucsia y la silueta de una pareja abrazándose eran pruebas más que suficientes para descubrir su género. Se trataba de una novela romántica. En ningún momento levantó la vista del libro y tomaba el frappe con una lentitud ceremonial.

Ese día nadie estaba apurado. Yo comencé mi café con entusiasmo, pero al llegar más o menos a la mitad me detuve. Si bien era una experiencia diferente no quería irme tan temprano. No tenía a donde ir ni nada más que hacer. Volver a casa no estaba en mi lista de opciones. Aún era temprano y sólo me esperaban la tele y la cama. Ah, y un montón de ropa sucia. Prefería la cafetería a pesar de los cambios. Un tanto más calmado le di rienda suelta a mi cabeza. Mis típicos debates mentales se agolpaban en los bordes de mi mente intentando encontrar la libertad.

No habían pasado más de quince minutos desde cuando mi mente se puso en blanco. O, mejor dicho, se vació para dar lugar a una idea extraña, incómoda. Algo que jamás me había ocurrido. Quería hablarle. A la chica en mi mesa. En realidad, a la chica dueña de la mesa donde yo estaba. Volví a dirigirle la mirada. Estaba cruzada de piernas. Su rodilla asomaba sobre la mesa, permitiendo ver una pollera larga color lila. Su apariencia era alegre. Colorida y extravagante, pero alegre. Cuando levanté la vista me encontré con unos hermosos ojos color gris que me observaban por encima de los lentes. Una escueta sonrisa fue lo último que ví porque aparte la vista lo más rápido que pude. Un fuerte calor inundó mis mejillas. Volví a estar incómodo. No me animaba a hablarle a la chica. Y menos luego de que me descubriera observándola. La mire de nuevo con miedo y timidez. Sus ojos aún estaban enfocados en mí, pero la sonrisa había desaparecido. Ahora estaba seria. Me sentí mal por la joven. Parecía molesta y era sólo por mi culpa. Sabía que tenía que pagar lo consumido e irme en los próximos minutos. Intenté distraerme mirando por la ventana. Por el rabillo del ojo vi a la chica escribiendo en el libro. Me levanté y me apuré en llegar al baño. Fui casi corriendo. La tensión me resultaba insoportable. Una vez adentro le di una palmada a la pared a mi izquierda con tanta fuerza que me quedó la mano colorada y adolorida. Tras lavarme la cara me quedé parado ahí, mirándome en el espejo. No me gustaba mi forma de ser. Mi personalidad era lo que más odiaba en el mundo. A mis veintiocho años me había convertido en una persona antipática, un hombre miedoso e incapaz de entablar una conversación con una chica. Era una persona solitaria. Siempre decía que no me importaba, que me daba lo mismo. Pero la chica del frappe demostró que eso no era cierto. No pude sostener mi careta fría y antisocial que tanto me caracterizaba.

Respiré profundo y junté valor. Salí decidido a hablarle, pero cuando llegaba a la mesa descubrí que la muchacha se había ido. Reduje la velocidad de mis pasos. La frustración me invadía. En mi cabeza se repetía una vez la frase ya se fue.

Me senté en la silla y pedí la cuenta al mozo para irme. Mientras sacaba la billetera de mi bolsillo noté algo en la silla donde sehabía sentado la chica. Le di media vuelta a la pequeña mesa y encontré el libro que estuvo leyendo. Lo agarré y al levantar la tapa encontré un texto escrito a mano con lápiz.

¡HOLA!

Te espero el viernes que viene a las 15 hs en esta misma cafetería para que puedas devolverme el libro. Traé uno vos también así no te aburrís mientras tomamos algo.

Sonreí como un idiota y me fui de la cafetería llevando el libro entre mis brazos. Ya quería que llegara el próximo viernes. Aunque sabía que por la ansiedad sería la semana más larga de mi vida. 

Todos los viernes a las tres  (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora