Matías, un joven de carácter antipático y solitario, encuentra refugio en su sagrada rutina semanal en la cafetería que ama. Sin embargo, el destino juega sus cartas y su monótona existencia se ve alterada cuando se cruza con Eugenia, una chica sing...
Decidí volver a casa por mis propios medios, tomando dos colectivos consecutivos y llegando con un cansancio que estaba al mismo nivel que mi tristeza. Deprimido, viajaba con la vista perdida, sin prestar atención a nada de lo que sucedía a mi alrededor. Los minutos pasaban rápidamente, al igual que las cuadras, las cuales se iban sucediendo tras la ventanilla del transporte público. Luciano se había ofrecido a llevarme pero la verdad es que no quería viajar otra vez con él, acompañados por ese silencio incómodo que, de manera evidente, ninguno de los dos se molestaba en romper Debido a eso elegí el camino largo y aunque me tomó más de dos horas regresar a mi hogar, en el fondo estaba satisfecho.
Si bien era tarde aún me encontraba dentro de mi horario laboral, por lo que aproveché para llamar a mi jefe y contarle el motivo de mi ausencia. Me dio sus condolencias junto a una licencia por el resto de la semana, además no iba a descontarme el día. El lunes recién debía volver a trabajar, y me pidió que aproveche el tiempo libre para recuperarme y enfocarme nuevamente en el trabajo, ya que estábamos en meses cruciales para la empresa, en los cuales las responsabilidades abundan y el tiempo escasea. No faltaba mucho para el encuentro en Bogotá, fecha especial en la que Oscar partiría hacia allí acompañado de un empleado. Éramos varios los que intentábamos sumar méritos para conseguir ese lugar, sin embargo ahora ni siquiera me importaba. Lo único que deseaba en ese momento era algo que nada ni nadie me lo podía otorgar. Luego del llamado me tiré en la cama. Apenas tuve fuerzas para sacarme los zapatos. Me puse a llorar hasta quedarme dormido.
El miércoles me desperté cerca del mediodía por la melodía que tengo asignada a las llamadas de Eugenia. Le conté lo sucedido con mamá y si bien se preocupó por mi, su tono de voz me transmitía una extraña sensación, como si ella ya hubiese sabido lo que había pasado. Pero no dije nada y me quedé con esa idea solo para mí. Me dijo que recién el viernes tendría tiempo para vernos, por lo que quedamos en encontrarnos ese día a las tres de la tarde en una heladería situada a pocas cuadras de mi trabajo. De allí iríamos a pasear y disfrutar la tarde juntos. Si bien no estaba entusiasmado sabía que era una buena oportunidad para despejar mi cabeza, además de que casi podía asegurar que ella me ayudaría a sentirme mejor. No se si funciona con los demás, pero Eugenia tiene la capacidad de calmarme y hacer que mi corazón se llene de cursilerías.
Aparte de programar la cita, la muchacha se tomó la molestia de llamarme cada dos o tres horas para asegurarse de que me encontraba bien, incluso en más de una ocasión lo hizo para recomendarme primero una película que estaban pasando por la televisión, y luego una serie animada para niños, pero que la chica también apreciaba. Lo hizo porque, según ella, ambos espectáculos eran sumamente divertidos. A mi no me gustaron para nada, pero la verdad es que sus sugerencias lograron sacarme una sonrisa.
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El viernes llegó sin darme cuenta, tan rápido que me agarró desprevenido. La salida con Eugenia era también una advertencia de que me quedaban tan sólo dos días para volver al trabajo. De a poco me sentía mejor, pero no lo suficiente como para retomar mis responsabilidades. Esperaba que la cita me diera el empujón final para salir adelante. Quizás fue por eso que la velocidad con la que transcurrieron las últimas cuarenta y ocho horas se acabó de golpe y ahora, desde que me había levantado, los segundos se sucedían con una lentitud exasperante, como si no tuviesen ningún tipo de apuro en transformarse en minutos. Desde que me levanté me había bañado, desayuné, me cambié, preparé el almuerzo, comí y hasta disfruté un flan como postre, y recién había pasado el mediodía, teniendo que esperar aún dos horas para que se hagan las tres de la tarde.