Tal como había imaginado, la semana transcurría a un ritmo tan lento que resultaba increíble. El trabajo se hacía tedioso y aburrido. En casa me la pasaba leyendo y soñando despierto. En realidad, soñaba más de lo que leía, al punto que repasaba varias veces el mismo párrafo. El libro que me prestó me había resultado en extremo aburrido, pero hice el esfuerzo de leerlo hasta el final para estar prevenido en caso de que me preguntara algo sobre la trama. Además, estaba seguro de que esperaba que lo leyera. Por algo me lo había prestado. Mi gusto literario va más por el género policial, de terror y fantástico. El romance debe estar en el fondo de la lista. Bien al fondo. Dudo que alguna vez le hubiese dado oportunidad a una novela de ese estilo de no ser por ella.
Recién el miércoles recordé que me había invitado a que llevara un libro. Pero... ¿Cuál? Quería impresionarla, hacer que se sorprenda y me considere una persona de culto. La seduciría intelectualmente. Mi primera pregunta fue ¿bestseller o novel? No tardé en decidirme por un escritor consagrado y en mi cabeza daban vueltas los nombres de mis escritores favoritos. Para mí eran las mejores opciones, pero quizás no eran del agrado de la chica en cuestión. Lleno de incertidumbres y sin poder elegir entre la Tierra Media y Arkham entré a internet con la absurda idea de buscar títulos que combinen un poco de fantasía y romance. Todo sea por caerle bien. Aquella búsqueda sin embargo me asqueó. Predominaban novelas juveniles, llenas de tramas repetidas, pero con distintos títulos, casi todas hablando sobre vampiros, hombres lobos o mundos postapocalípticos. Eso sí, sin importar la temática, todos los protagonistas eran siempre adolescentes. Volví entonces al enfoque original y terminé eligiendo La llamada de Cthulhu, mi relato de horror favorito. Tomé el pequeño volumen y lo coloqué sobre la novela romántica que tenía "rentada".
El viernes por la mañana me levante temprano, rompiendo de entrada mi rutina semanal. Mientras desayunaba me sorprendí ante la gran cantidad de anuncios televisivos. Ya no recuerdo cuándo fue la última vez que me había levantado a las 8 de la mañana un viernes. Seguro había sido hace bastantes años. Pero un día especial debe ser tratado de manera especial. Al terminar el desayuno me duché y me relajé en el agua caliente. Era temprano. Imaginaba cómo sería la tarde con aquella chica, qué le diría o mejor dicho, si saldría palabra alguna de mi boca. Me preocupaba que mi timidez fuese la protagonista del día. Mis manos empezaron a temblar.
Tras el fallido intento de relajarme en la ducha me vestí y perfumé con esmero, mirándome en el espejo a cada rato. Intentaba adivinar si la ropa me quedaba bien. Si combinaba o no, algo a lo que nunca en mi vida le había prestado demasiada atención. Soy muy inseguro y ante esta situación me sentía dominado por la ansiedad. Suspiré, aún frente al espejo, y volví a observarme. Frente a mí tenía a una persona solitaria. ¿Moriré sólo, igual que el abuelo, olvidado en un geriátrico? El día que ya no esté, ¿alguien me extrañará? El día que ya no esté... El tiempo pasó más deprisa de lo que esperaba y cuando me di cuenta ya había llegado la hora de salir. Me fui sin comer. De todas formas, no tenía hambre. En mi estómago sólo había lugar para el nerviosismo.
Caminaba apurado, lo que menos quería era llegar tarde. En una mochila negra que llevaba colgada a mi espalda había puesto los dos libros, el mito de Lovecraft y el romance de Deveraux. Mis manos transpiraban, aunque no hacía mucho calor. Mi boca estaba seca. A cada rato me aclaraba la garganta, o murmuraba palabras sueltas para asegurarme de que no me había quedado sin voz. En mi mente se sucedían una tras otra situaciones que podían arruinar aquella cita y trataba de asegurarme, o al menos corroborar, que ninguna de ellas estaba sucediendo.
Al llegar a la esquina de la cafetería empecé a caminar más despacio. Me detuve al llegar a la entrada del local de al lado. Tenía miedo, mi estómago ahora se estrujaba y en mi cabeza cobraba fuerza la idea de que la chica no iba a ir. Intenté tranquilizarme y alejar ese pensamiento, pero ambas cosas me resultaron imposibles de llevar a cabo.
No sé cuánto tiempoestuve ahí parado viendo la gente pasar. Respiré profundo, caminé con pasódecidido y entré en la cafetería. Y lo primero que vi fue a ella.
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Todos los viernes a las tres (En edición)
Misterio / SuspensoMatías, un joven de carácter antipático y solitario, encuentra refugio en su sagrada rutina semanal en la cafetería que ama. Sin embargo, el destino juega sus cartas y su monótona existencia se ve alterada cuando se cruza con Eugenia, una chica sing...