Esa noche

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/Cuento/
Esa noche me encontraba solo, para ser sincero me encontraba solo la mayor parte del tiempo. Entré a "La bodeguita de Nicanor" ubicada en Av. Argentina 470 para continuar con mis noches de bohemia. Mi vida se basaba en ir de lunes a viernes a los colegios donde trabajaba como profesor de talleres folclóricos y pasar mis fines de semana en las tabernas de la ciudad de Concepción. 

Pedí una copa de Merlot mientras escuchaba la banda presente, demoré media hora en terminarla y tras esto pensé en salir a dar un paseo en esa hermosa noche, donde la luna llena brillaba radiante, pero a lo lejos alguien llamó mi atención, tenía una hermosa sonrisa y sus ojos eran el cielo embotellado pidiendo a gritos libertad, su cabellera castaña, lisa y con tonos rubios, era de una estatura baja que se mezclaba a la perfección con su delgado y fino cuerpo, me hipnotizaban sus movimientos y las expresiones dulces que realizaba a medida que avanzaba la conversación con la chica que estaba a su lado. Me quedé observando su figura por largos minutos, como un niño que ve por primera vez las luces y los colores del árbol de navidad. Quizá fui muy notorio porque de pronto me miró pero en vez de molestarse me brindó una cálida sonrisa, era como una tierna Golondrina orgullosa de su pecho, todas sus expresiones su forma de reír, el movimiento de sus cortos cabellos y la copa de vino que se llevaba a sus labios cada largos periodos de tiempo, cuanto deseaba ser esa copa de vino.
Pedí otro Merlot como si le pidiera a mi cuerpo media hora más, media hora de excusa para quedarme observando la silueta de la golondrina que estaba frente a mí. Pasando unos 20 minutos me volvió a observar y me saludó a lo lejos con su mano, una mano pequeña y blanca, tapada hasta la mitad con el chaleco que llevaba puesto. Supe inmediatamente que mis mejillas se bañaron en carmesí, sentí mi corazón golpear fuertemente contra mi pecho como si quisiera escapar para ir a abrazar rápidamente a esa criatura, pero solo me digné a levantar mi mano en modo de saludo y a terminar de un sorbo lo que restaba en mi copa.
Cuando planeaba irme, como si supiera mis intenciones, la chica que se encontraba sentada con la golondrina pasó junto a mí, deteniéndome y susurrándome en el oído –Quiere que le hables- y luego de guiñarme un ojo cruzó la puerta del bar. Quedé en shock durante, calculo unos 5 minutos, le miraba mientras terminaba su copa lenta y suavemente. Me paré y me acerqué con paso lento por culpa de mis temblorosas piernas, sentía mi respiración entrecortada mientras una gota de sudor corría por mi frente y pasaba por mi mejilla, me senté en el puesto que estaba a su lado y nos miramos fijamente por unos largos e interminables minutos, hasta que le tomé la mano y salimos juntos del lugar sin que se negara. Bajo la luna caminamos de la mano hasta las afueras de mi departamento y en la oscuridad de la noche un perro ladró, la golondrina unió su cuerpo al mío en un potente y fuerte abrazo –Disculpa, le temo a los perros- su voz tan suave, tan dulce, su rostro asustado y sus finas manos tirando de mi polerón, fue demasiada la tentación y sin que mi cerebro le diera permiso a mi cuerpo tomé su mentón y uní mis labios con los suyos, luego de unos segundos estábamos besándonos como dos lunáticos que acababan de encontrar la cura para su locura.
Entre besos y caricias llegamos a mi departamento y en este a mi sillón. Nuestras lenguas danzaban una junto a la otra y los roces de mis manos frías contrarrestaban con las suyas tan tibias. Mientras mi lengua pasaba por su cuello sus manos rozaban mi pecho, nos uníamos, sudábamos, gemíamos, disfrutábamos. Al terminar nuestro erótico encuentro nos tumbamos en mi cama y bebimos.
Ya era domingo, el día del señor y mientras muchos se acercaban a él en la misa mañanera de la capilla cercana nosotros nos alejábamos de él en nuestra lujuria y bebida.
Estuvimos ese día besándonos y tomando Carmenet, riéndonos de estupideces y bailando, en ocasiones yo tomaba mi guitarra y entablábamos pelea por cantar Pink Floyd o Victor Jara para terminar mezclando ambos estilos musicales en su voz y mi instrumento. Terminamos la semana uniéndonos por última vez en mi cama, lugar bastante pequeño para dos personas.
Me dijo que al día siguiente volvía a Santiago para terminar la carrera de Literatura y se acurrucó en mi pecho llorando. Se fue ese mismo domingo, pasadas las 10 de la noche, aún recuerdo nuestra despedida en mi puerta -¿Cómo te llamas?- me preguntó –Marcelo ¿Y tú?- y como si hubiera recibido una revelación, como si la palabra "Belleza" hubiera sido cambiada en el diccionario por su nombre, escuché, luego se dio la vuelta y se marchó.
Pasó un año en que no le vi, pasé mis noches en "D'vocion" ubicado en Av. Chacabuco 1820, recordándole con cada canción de Pink Floyd y otras en "El aVerno" Maipú esquina Janequeo, suplicando volver a verle, pero no me atreví a volver a "La bodeguita", temía su recuerdo.
Un día volví a verle en las escaleras camino a mi departamento con una botella de Carmenet en las manos –Marcelo, volví y traje Carmenet para celebrar- corrí a abrazarle y susurré su nombre con emoción –Estas acá, conmigo...Diego-

El escritorio de TopoetaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora