Tobias)
Siento el impulso, ya familiar, de salir de mi cuerpo y hablar directamente con su mente. Me doy cuenta de que es el mismo impulso que me hace desear besarla cada vez que la veo, por qué un solo centímetro de distancia entre nosotros me resulta insoportable. Nuestros dedos, apenas entrelazados hace un instantes, ahora se aferran; la palma de su mano está pegajosa de sudor; la mía, rugosa de agarrarme a demasiados asideros en demasiados trenes en movimiento.
Ahora sí que parece pálida y pequeña, pero sus ojos me atraen a la memoria imágenes de cielos abiertos que, en realidad, nunca he visto, salvo en sueños.[Leal
Capítulo Dos
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