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Ninguna me había hecho caso, ni yo había hablado a ninguna, pero como estaba acostumbrada a la soledad, no me sentía muy disgustada. Me apoyé contra una pilastra de la galería, me envolví en mi capa y, procurando olvidar el frío que se sentía y el hambre que aún me hostigaba, me entregué a mis reflexiones harto confusas para que merezcan ser recordadas. Yo no me daba apenas cuenta de mi situación. Gateshead y mi vida anterior me parecían flotar a infinita distancia, el presente era aún vago y extraño, y no podía conjeturar nada sobre el porvenir. Contemplé el jardín y la casa. Era un vasto edificio, la mitad del cual aparecía grisáceo y viejo y la otra mitad completamente nuevo. Esta parte estaba salpicada de ventanas enrejadas y columnadas que daban a la construcción un aspecto monástico. En aquella parte del edificio se hallaban el salón de estudio y el dormitorio. En una lápida colocada sobre la puerta se leía esta inscripción:

«Institución Lowood. Parcialmente reconstruida por Naomi Brocklehurst, de

Brocklehurst Hall, sito en este condado.» -«ilumínanos, Señor, para que podamos conocerte y glorificar a tu Padre, que está en los Cielos.» (San Mateo, versículo 16.)

Yo leí y releí tales frases, consciente de que debían tener alguna significación y de que entre las primeras palabras y el versículo de la Santa Escritura citado a continuación debía existir una relación estrecha. Estaba intentando descubrir esta relación, cuando oí otra vez la tos de antes y, volviéndome, vi que la que tosía era una niña sentada cerca de mí sobre un asiento de piedra. Leía atentamente un libro, cuyo título, Rasselas, me pareció extraño y, por tanto, atractivo.

Al ir a pasar una hoja, me miró casualmente y, entonces, la interpelé:

-¿Es interesante ese libro?

Y ya había formado en mi interior la decisión de pedirle que me lo prestase alguna vez.

-A mí me gusta -repuso, después de contemplarme durante algunos instantes.

-¿De qué trata? -continué.

Aquel modo de abordarla era contrario a mis costumbres, pero verla entregada a tal ocupación hizo vibrar las cuerdas de mi simpatía; a mí también me gustaba mucho leer, si bien sólo las cosas infantiles, porque las lecturas más serias y profundas me resultaban incomprensibles.

-Puedes verlo -contestó, ofreciéndome el tomo.

Un breve examen me convenció de que el texto era menos interesante que el título, al menos desde el punto de vista de mis gustos personales, porque allí no se veía nada de hadas, ni de gnomos, ni otras cosas similares y atrayentes. Le devolví el libro y ella, sin decir nada, reanudó su lectura:

Volví a hablarle:

-¿Qué quiere decir esa piedra de encima de la puerta? ¿Qué es la Institución

Lowood?

-Esta casa en que has venido a vivir.

-¿Y por qué se llama institución? ¿Es diferente a otras escuelas?

-Es una institución semibenéfica. Tú y yo, y todas las que estamos aquí, somos niñas pobres. Supongo que tú eres huérfana.

-Sí.

-¿De padre o de madre?

-No tengo padre ni madre. Los dos murieron antes de que yo pudiera conocerles.

-Pues aquí todas las niñas son huérfanas de padre o madre, o de los dos, y por eso esto se llama institución benéfica para niñas huérfanas.

-¿Es que no pagamos nada? ¿Nos mantienen de balde?

-No. Nuestros parientes pagan quince libras al año. -Entonces, ¿cómo se llama una institución semibenéfica?

Jane EyreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora