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Capítulo II

¿Nunca han llegado a sentirse prisioneros? Tal vez no físicamente, pero en lo emocional. Así, como yo. Digerir todas las cosas que han sucedido desde el momento en que me arrancaron de mi familia, no es algo sencillo de lograr. Enfrentarme a otra cruel realidad, eso era lo menos que quería. Cada uno tiene sus miedos, y con ellos la esperanza de desaparecerlos, o superar los mismos. Pero, ¿sino resulta? No se puede huir toda la vida. Tarde o temprano, llega. Llega ese momento incómodo en que debes detenerte, y enfrentar. Decidirte a hacer algo por ti, por lo que has querido lograr, por lo que anhelas, por lo que amas. Ese momento llegó. Llegó a mi vida.

Desperté de ese profundo sueño, tras haber escuchado detonaciones algo cerca del lugar. Aún no me encontraba segura de dónde provenían, pero de seguro no son amigos los que las han provocado.

Había decidido abrir la carta durante la mañana, pero el miedo me mantenía agobiada. Por lo regular, siempre despertaba temprano e iba en busca de alimento. Desayunaba, y salía en una larga busqueda para hallar la salida, y más alimento para la tarde. Hoy fue distinto. La hambre no llegó a mi cuerpo, y no tuve necesidad de hacer alguna otra cosa. No había mucho qué hacer de todos modos.

«La carta, la carta.»

Una voz insistente retumbaba en mi cabeza adolorida. Podía sentir la tensión que había en mi cuerpo. Era evidente el miedo que sentía hacia lo que podría enfrentarme. Una carta. Posiblemente sin ningún valor, pero eso era lo que no quería averiguar.

Me dediqué a negar y tener la estúpida esperanza de que todo fuera un sueño. A éstas alturas no era muy convincente, pero no tenía más opción. Parecía que nada sería fácil, hasta ahora no lo ha sido.

Pasaron varios minutos en el mismo estado. No habían novedades. Me mantenía en estado vegetal, con la carta entre mis dedos. Una carta la cuál me negaba cada minuto a abrir.

- ¡Vamos, por aquí! -una fuerte voz masculina y poco reconocible escuché a lo lejos.

De inmediato me refugié. Busqué el lugar más remoto, dónde no tuvieran idea de hallarme. Luego de algunos minutos la figura masculina y esbelta se dibujó frente a la claridad del sol. Lo acompañaba una mujer, de unos cincuenta y tantos. Él parecía de unos veintisiete, o un poco más. Supongo que madre e hijo, si hablamos de lo preocupada que estaba ella por el brazo herido que traía él. Algo me decía que probablemente pudieran ayudarme, pero tuve miedo. Caminé lentamente dando pasos hacia atrás, y sin alguna intención hice crujir algunos vidrios del suelo.

- ¿Alguien anda ahí? -la voz masculina comenzó a retumbar en el cuarto semi-oscuro. Sentí cómo poco a poco los vellos de mi piel se iban erizando uno por uno. Era miedo.
- No venimos a hacer daño... -dijo la mujer, la cuál irradia paz.
- Exacto, somos los... -interrumpí al hombre.
- ¿Los buenos? -dije saliendo de entre la poca oscuridad que habitaba en la habitación.

Al parecer mi estado físico no era el mejor, o era notoria la mala alimentación y descanso que tenía. ¿Qué más se podía esperar? Soy una mujer indefensa, no muy diestra, tratando de sobrevivir en medio de la nada. Para ellos parecía no sorprenderles tanto que hubiera alguien además de ellos.

«Sigo con dudas.»

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⏰ Última actualización: Nov 15, 2016 ⏰

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