15. Añá Memby, lo llamaban

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⋆*✦ Sofi ✦*⋆

Claro de Luna se encontraba en silencio cuando salí de mi habitación.

La casona estaba sumida en la oscuridad azulada que precede al amanecer, fría y quieta. Pero la bruma helada no era lo único que envolvía a Claro de Luna, un silencio sepulcral se había apoderado de la música y las risas que solían llenar el lugar. Todo el mundo estaba durmiendo, parecía que el momento de emergencia, de curar las heridas y compartir información, ya había terminado. Finalmente, todos cayeron rendidos por el cansancio.

Aunque mi cuerpo protestó cuando me levanté de la cama y pasé una manta por sobre mis hombros; no me dolía tanto como cuando desperté; el benedictino, la sangre y la pasta verde que cubría mis heridas habían comenzado a curar mi cuerpo. Aun así, ese "tanto" era la palabra cable, porque seguía doliéndome hasta el alma y apenas pude salir de la habitación sin tambalearme. Sin embargo, tenía que salir de allí para aclarar mi mente y una taza de té podría ayudarme. Esperaba que al señor Cabral no le molestara que asaltara su alacena.

Caminé descalza por el frío piso de la galería hasta la cocina, en la otra punta del cuadrado que formaba la casa, cuidando de no hacer ruido. Sabía que nadie me escucharía, pero, por alguna razón, no quería romper la quietud de la madrugada. Lo que no sabía era que ésta ya había sido rota por el grito de Brenda.

Preocupada me asomé a la cocina, pero me quedé quieta en cuanto escuché otra voz.

—Por los Señores, no grites así, mujer —exclamó Maitei.

—Me asustaste —dijo Brenda, encendiendo la luz y con una mano apoyada en el pecho—. ¿Qué hacés tirado en el piso en la oscuridad?

—No podía dormir — respondió.

—¿Y por eso te tiraste al piso?

—Las superficies duras me relajan —dijo simplemente—. Además cuando mi cuerpo se regenera eleva su temperatura, el frío sobre las heridas se siente bien.

—Sos raro.

—No tenés idea de cuánto —sonrió con amargura.

Por alguna razón no me pareció conveniente interrumpirlos, pero tampoco quería irme. Así que me escondí detrás de la puerta. Lo admitiría, era una chismosa; pero algo pasaba entre estos dos que carcomía mi curiosidad.

—Si no podés dormir, ¿querés hablar sobre eso? —preguntó Brenda, dirigiéndose a la cocina.

—¿Sobre qué?

—Ya sabés, sobre la culpa que te corroe por no haber impedido que hieran a Nara —dijo sacando una botella desde la parte más alta de la alacena—. ¿Licor de caña?

—Vos sí que me conocés —respondió él con una mueca de dolor al levantarse.

—No esquives el tema —lo regañó sirviendo dos vasos de whisky con el licor sobre la mesa antes de sentarse en ella.

—Te responderé si vos no bebés —dijo Maitei, quitándole el vaso que estaba a punto de tomar Brenda.

—¿Y eso por qué?

—Porque si llegás a emborracharte harás una estupidez y yo no tendré la fuerza de voluntad para detenerte —respondió y me pareció que hubo algo tácito en sus miradas.

—Como quieras —rezongó Bren, encogiéndose de hombros, pero aun así apartó la botella lejos de ellos y Maitei tampoco bebió.

—Tenés razón —dijo, resignado—. Me siento culpable por no haber estado con Nara. Mi trabajo es cuidarla y no lo hice. Ella es sólo una niña, no sabe pelear.

La chica voz de sombras | Arcanos 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora